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Mundo | 30/07/2025   17:14

¿La derecha conquistó a la juventud latinoamericana?

La ultraderecha latinoamericana no se parece a la estadounidense ni a la europea, que suelen tener discursos antimigrantes. En la región lo que se observa es una combinación de neoliberalismo extremo, populismo antisistema, moralismo religioso y nostalgia autoritaria.

Imagen tomada de la página de Connectas.
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Brújula Digital|30|07|25|

Suhelis Tejero|Connectas 

En un subcontinente marcado por una desigualdad estructural y una creciente fragilidad democrática, los jóvenes de varios países –especialmente los hombres– son cada vez más conservadores. El giro hacia la derecha rompe con la tradición progresista de América Latina y abre un camino en el que los extremismos también son parte del menú.

“Quien no es de izquierda de joven no tiene corazón. Quien no es de derecha de adulto no tiene cerebro”.  Esa vieja frase, atribuida a Winston Churchill, parece haber perdido su vigencia en algunas democracias de América Latina. 

Es que la hegemonía simbólica que por décadas tuvo la izquierda en la región parece haber cambiado de bando. El giro luce más que evidente en los resultados electorales de los dos últimos años y demuestra que los discursos y las estéticas conservadoras encontraron un terreno fértil ante el agotamiento del liderazgo progresista. En este nuevo ciclo muchos jóvenes, sobre todo varones, se sienten más cerca de ideas tradicionalistas.

Este fenómeno no solo sucede en América Latina. En Estados Unidos y Europa también ha crecido el respaldo juvenil a partidos y movimientos de derecha radical. Hay múltiples razones: frustración profesional, escasez económica, falta de representación política, crisis de identidad masculina y una cultura digital que promueve soluciones autoritarias a problemas complejos.

En el caso de Latinoamérica, el desencanto generacional tiene su raíz en la falta de oportunidades. Las reformas laborales no han logrado resolver las altas tasas de empleo informal, así que especialmente los jóvenes viven en la precariedad y con ingresos inestables. 

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) indica en un informe que casi la mitad de los trabajadores viven en esa situación y que desde hace más de una década no se han creado nuevos empleos, con lo que a los jóvenes les cuesta mucho más insertarse en el mercado laboral.

Los nuevos actores de derecha aprovechan esa problemática e interpelan a los jóvenes desde un lenguaje de rebeldía contra el sistema. De ese modo, con un cambio completo de roles, se dirigen a un electorado que no se siente parte de la democracia representativa, pero que tampoco encuentra sentido en los proyectos progresistas. 

Y, lo que es peor, tampoco siente demasiado apego por la democracia: solo un 45% de los jóvenes de ambos sexos cree que esta es preferible a cualquier otra forma de gobierno. Según la encuesta de Latinobarómetro 2024, el porcentaje restante se reparte entre un 27% al que le resulta indiferente el sistema, mientras que un 21% prefiere el autoritarismo, ya sea de derecha o izquierda. El muestreo señala que a menor edad, hay más apoyo a la tiranía.

El politólogo neerlandés Cas Mudde explicó que los jóvenes hoy votan menos por partidos tradicionales (de centro, izquierda o derecha) y más por fuerzas nuevas, con ideas más radicales, muchas veces nativistas y autoritarias. 

“Especialmente entre los hombres, los más jóvenes consideran a los partidos de ultraderecha como una de las opciones para votar. Esto probablemente es la consecuencia de la normalización de las ideas y partidos de extrema derecha, más que una expresión de rebelión por parte de ellos”, dijo en entrevista con Connectas.

Pero esa normalización no necesariamente significa que el subcontinente se está inclinando demasiado a la derecha. Latinoamérica no es hoy mucho más conservadora que antes y, de hecho, las preferencias ideológicas están bastante al centro. Y eso ocurre en todo el mundo, pese a la estridencia de algunos partidos más radicales. 

En el caso regional, en 2016, Regina Carla Madalozzo y Afonso Mariutti Chebib revelaron en  la investigación Preferencias políticas y elección individual: una perspectiva desde los países de América Latina que el electorado se ubica en una escala ideológica alrededor de 5,92 (con 0 = izquierda y 10 = derecha), lo que implicaba una ligera inclinación hacia la centro derecha en el mapa político regional.

Pero desde que publicaron ese estudio algunas cosas han pasado. En general, ha crecido la percepción de que la derecha tradicional forma parte del establishment y que hay cosas que cambiar. Laura Serra, investigadora del Observatorio de Psicología Electoral del London School of Economics and Political Science, señala que sobre todo en los últimos dos años, los jóvenes quieren algo diferente.

 Y que, como tanto derecha como izquierda han sido gobierno, el cambio que quieren se relaciona principalmente con agrupaciones políticas más radicales. “Estos partidos emergentes realmente le hablan a las entrañas de los votantes, y los jóvenes votan mucho más con sus entrañas que los mayores”, afirmó.

Una juventud menos progresista

En el subcontinente, los discursos políticos comenzaron a radicalizarse a partir de 2015. Las ideas ultraconservadoras, militaristas y anti-Estado comenzaron a circular gracias al surgimiento de líderes como Jair Bolsonaro en Brasil, José Antonio Kast en Chile, Javier Milei en Argentina y Nayib Bukele en El Salvador. Y, aunque tres de esos políticos llegaron al poder en parte gracias al voto joven, el dibujo regional no es tan extremista.

El año pasado la Fundación Friedrich Ebert (FES) analizó el perfil de los votantes en Argentina, Brasil y Chile y reveló que un 60% de la población rechaza a la ultraderecha, aunque la inclinación por candidatos de derecha radical es más normal entre los jóvenes. Las elecciones de este año en Chile servirán de termómetro sobre esa tendencia.

La política como espectáculo

La ultraderecha ha sabido usar el espectáculo como estrategia para renovar su discurso. La controvertida figura del presidente argentino Javier Milei, por ejemplo, explotó primero como influencer mediático que como actor institucional. Lo mismo ocurrió con Nayib Bukele, en El Salvador, cuyo discurso anticorrupción y autoritario circuló por TikTok con un formato de entretenimiento político y un objetivo muy claro: captar el voto joven.

En estos espacios, la derecha se presenta con un aire de novedad, irreverencia y autenticidad, lo que contrasta con una izquierda que algunos jóvenes interpretan como anclada en el pasado. En la era de las redes sociales, ese cambio estético ha permitido captar a quienes se sienten ajenos a la política tradicional.

Uno de los fenómenos más llamativos ha crecido con el auge de las redes sociales. Se trata de la ‘manosfera’, un espacio digital en el que influencers y coaches de la llamada “masculinidad alfa” promueven discursos misóginos y autoritarios. 

La tendencia nació en Estados Unidos, con figuras como Andrew Tate, pero se ha esparcido también por América Latina, donde ya tiene una fuerte presencia. Sin ir muy lejos, este mes el futbolista mexicano Javier ‘Chicharito’ Hernández estuvo en el centro de la polémica luego de publicar en redes varios videos machistas, por los que perdió contratos comerciales y tuvo que disculparse. 

En uno de ellos decía que “las mujeres están fracasando. Están erradicando la masculinidad haciendo a la sociedad hipersensible”. Y añadía que tenían que ocupar sus roles tradicionales criando a los hijos, limpiando las casas y dejándose liderar por un hombre.

El caso de Chicharito ilustra el ecosistema de la manosfera latinoamericana. Allí, cuentas en redes sociales como la de El Temach, Diego Dreyfuss, Club de Caballeros, Agustín Laje y Gonzalo Lira, ofrecen una explicación emocional a la angustia de los hombres jóvenes, por medio de mensajes ultraconservadores, y sirven como red de socialización para ellos. 

Este discurso conecta con valores como orden, jerarquía, tradición y poder masculino, es decir, sirve de puerta de entrada a las ideologías autoritarias. Por eso, Serra entiende que estos espacios funcionan como cajas de resonancia de ideas que fomentan el resentimiento entre hombres y mujeres. 

“La extrema derecha está tratando de capitalizar ese sentimiento”, señaló.

Un cóctel alternativo

La ultraderecha latinoamericana no se parece a la estadounidense ni a la europea, que suelen tener discursos más antimigrantes. En la región lo que se observa es una combinación de neoliberalismo extremo, populismo antisistema, moralismo religioso y nostalgia autoritaria. El sociólogo Cristóbal Rovira Kaltwasser señaló en un informe que estas fuerzas han logrado articular un “autoritarismo democrático”, donde el discurso se enmarca en la legalidad, pero propone debilitar el pluralismo y desgastar la democracia.

A esto se suma un uso eficiente de las redes sociales, estrategias de desinformación y una narrativa emocional que apela al miedo, la inseguridad, el resentimiento y la masculinidad herida. De todo ello ha surgido una derecha que ha aprendido a contar historias que conectan con la experiencia concreta de muchos hombres jóvenes: la precariedad, frustración y el abandono.

Y ese discurso ha ganado fuerza sobre todo después del Covid-19, no solo por el acceso más intensivo a las redes durante el confinamiento, sino por el impacto de la crisis económica que trajo consigo la pandemia, sumada a la desafección política y a la crisis de representación.

Allí, la derecha ha sabido ocupar un espacio simbólico que el progresismo dejó vacante. La izquierda cubre ahora un nicho discursivo distinto, con el cambio climático y los derechos igualitarios como ejes principales. Mientras tanto, la derecha promete un horizonte en el que es posible lograr el orden, aunque haya que erosionar la democracia.

BD/IJ



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