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Mundo | 07/03/2025   04:07

|OPINIÓN|“Hechos alternativos”: la mentira se disfraza de verdad|Juan Pablo Guzmán|

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Brújula Digital|07|03|25|

Juan Pablo Guzmán

Corrían los agitados días enero de 2017, posteriores a la primera posesión como presidente de Estados Unidos de Donald Trump, cuando una de las asesoras del magnate, Kellyanne Conway, inventó un ingenioso argumento para llamar a las cosas por un nombre distinto, rebautizar los nombres, hacer pasar las ficción por realidad y hasta indignarse sin atizar el carmín de sus mejillas cuando se le hacía notar que mentía. 

Los antecedentes de ese “alumbramiento” fueron gestados por el propio Trump, quien había asegurado que a su juramento en el Capitolio como 45 mandatario de Estados Unidos asistieron en las calles “un millón y medio de personas”, declaración a la que se sumó la de su flamante secretario de Prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, para quien por lo menos “unas 720.000” personas colmaron las calles de Washington. 

Ambas declaraciones eran respuestas manifestadas en tono airado, casi emparentado con la furia, ante las cifras de medios como el periódico New York Times y las cadenas televisivas CNN, NBC y ABC, quienes estimaron con fotos, videos, mapas e infografías, que la segunda posesión del presidente Barak Obama había concentrado mucha más gente que la primera de Donald Trump. 

La cantidad exacta de asistentes a la ceremonia no viene ahora al caso. Lo evidente, por las imágenes e incluso cálculos de personas por metro cuadrado en los alrededores del Capitolio, era que claramente Obama convocó a muchísimas más miles de personas que Trump, por lo que este, ya como presidente herido en su orgullo, lanzó su primer dardo venenoso contra los periodistas, al llamarlos “las personas más deshonestas del planeta”.

Pero no olvidemos a la señora Conway. En medio del debate sobre las cifras de público, ella fue convocada al programa Meet the press (Encuentro con la prensa), de la cadena NBC. Allí, su presentador estrella, Chuck Todd, le preguntó por qué Trump y Spicer mentían sobre el número de personas presentes en el juramento de Trump mediante “datos falsos” y con “una llamativa exhibición de inventiva y agravios en el inicio de una presidencia”.

¿Qué contestó Conway? Tras un silencio que pareció infinito, la asesora ni siquiera pestañeó, calibró su sangre fría y argumentó que lo que hicieron Trump y Spicer al hablar de entre 720.000 y un millón y medio de asistentes “fue presentar hechos alternativos”. Espantado por el engendro conceptual al que Conway acababa de dar a luz, el periodista Todd dibujó una expresión de asombro, entremezclado con incredulidad y desconcierto, y respondió a su ingeniosa entrevistada: “los hechos alternativos no son hechos. Son falsedades”.

¿Por qué recuerdo esos acontecimientos ocho años después de sucedidos? Porque desde entonces, el concepto “hechos alternativos” no ha hecho más que ganar terreno en la política, y con la vuelta de Trump a la Casa Blanca las narrativas enemigas de la verdad han tomado un nuevo y vigoroso impulso. Es la era de la posverdad, con las masas volcadas a las redes sociales, donde el virus de la mentira encuentra una fertilidad de magnitudes nunca antes vistas.

Hoy, gran parte de actores sociales en todo el mundo han rubricado el divorcio de la ética con la política y, en general, con el relato fiel del pasado y el presente. Los escrúpulos se han pulverizado e incluso se ha llegado al punto de que muchos creen que la verdad es lo que “sienten” o “perciben”, cuando en realidad la verdad está emparejada con los hechos, más no con la ficción o la imaginación. Todo esto no ocurre solo con los políticos, que habitan desde hace siglos con la mentira, sino con la propia gente común, aquella que, presa de este tiempo emociones y pocas razones en las redes, acepta como verdad algo que ni siquiera ha pasado, porque “siente” que esa mentira es “mejor”.

Ahí están frases como las del Trump actual, para quien fue Ucrania y no Rusia la que comenzó la guerra; o que Volodímir Zelenski, el presidente de Ucrania, es un “dictador sin elecciones”. Para no ir más lejos, las mentiras surgen a borbotones también en Bolivia cuando se escucha decir al presidente Luis Arce que es él quien mejor administra la economía, o al ministro de Economía, Marcelo Montenegro, asegurar que “no se puede decir que la economía boliviana está destrozada”. Cuatro mentiras, dos del gobierno estadounidense, dos del gobierno boliviano que, para sus autores, seguramente son “hechos alternativos”. Para nosotros, mentiras.

En Alemania, un jurado internacional compuesto por destacados lingüistas elige desde 1991 la que denomina “la peor palabra del año”, eligiéndola de entre conceptos de amplio uso que pueden vulnerar la dignidad humana o los principios democráticos. En 2017 la peor palabra del año fue precisamente “hechos alternativos”, por eufemística y engañosa. 

Que no se nos olvide, porque seguramente seguiremos leyendo y escuchando, masivamente, “hechos alternativos” o posverdades, es decir nada más que mentiras disfrazadas de verdad. 

Juan Pablo Guzmán es comunicador social.





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