Imagen de archivo de la bandera de Taiwán durante unas maniobras/EFE
Brújula Digital|22|05|24|
Javier Viscarra
La decisión de apoyar a la República Popular China como el único representante en Naciones Unidas puede ser comprensible desde una perspectiva de política internacional; sin embargo, respaldar a Pekín en su intención de forzar la incorporación de Taiwán a la soberanía de China Popular es una cuestión muy diferente. El comunicado del lunes del Gobierno del presidente Luis Arce emite señales claras de abandonar la denominada “cultura de la paz” y el principio constitucional que define a Bolivia como un “Estado pacifista”.
Bolivia apoya a un país que ha mencionado de manera inequívoca que no va a renunciar al uso de la fuerza para lograr su objetivo de incorporar a Taiwán a su dominio.
Cuando la prisa es grande y la urgencia ineludible, la Cancillería trabaja incluso en domingo. No hay otra explicación para la celeridad con la que el Ministerio de Relaciones Exteriores emitió el pasado lunes 20 de mayo un comunicado de apoyo a China, tras la asunción del nuevo presidente de Taiwán, Lai Ching-te, un líder surgido del voto popular, que defiende la autonomía de su nación de 23 millones de habitantes.
Ese mismo lunes se reportó la presencia de ocho barcos de guerra de China continental cerca de las aguas territoriales de Taiwán, lo que ha encendido las alarmas de la tensión bélica en la zona. China seguramente va a necesitar apoyo internacional para respaldar su política de dominio sobre Taiwán y la diplomacia boliviana respondió rápidamente, mostrando su apoyo a esta convocatoria no escrita. Implícitamente estamos apoyando la invasión armada para lograr el objetivo de “una sola China”.
El temor que vive el pueblo taiwanés por una invasión de la China continental tiene muchas décadas de historia, aunque en los últimos dos años se intensificó, sobre todo con los amenazadores discursos de Xi Jinping.
En esta misma columna, en enero de este año relaté mi experiencia en la isla, ocurrida durante la llamada “Crisis del Estrecho de Taiwán de 1996”, un primero de abril de ese año, en ocasión de la solemne inauguración de un posgrado sobre economía internacional. Ese día, el estridente ulular de las sirenas en las calles marcó el inicio de un ejercicio de resguardo y protección ante un posible ataque militar. Con asombrosa disciplina, todos los asistentes al evento descendieron por unas escalinatas hasta el sitio de refugio.
Aunque el temor permanece desde entonces como una sombra sobre Taipéi y las otras ciudades de Taiwán, los ciudadanos de ese país viven a plenitud. “Las tensiones han sido altas por las amenazas de China de que podría apoderarse de Taiwán. Sin embargo, la gente aquí siente que tenemos nuestra democracia y nuestro Gobierno. La gente que vive aquí tiene una buena vida, no hablamos a menudo de las amenazas de China”, me contó desde Taipéi una ex compañera de estudios, a quien pedí una opinión sobre el actual sentir de la gente en la isla.
Discurso agresivo
“No prometemos renunciar al uso de la fuerza y preservamos nuestro derecho de tomar todas las medidas necesarias”, dijo hace algún tiempo Xi Jinping, el jefe de Estado de China Popular, al hablar sobre la política de su país respecto a Taiwán. Es un discurso que se viene repitiendo desde distintos ángulos a pesar de las advertencias estadounidense sobre su desacuerdo.
Probablemente, el momento de mayor tensión en la isla se produjo en agosto del año 2022, tras la visita oficial a Taipéi de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos. Inmediatamente después de la visita, China realizó maniobras militares de envergadura, a pocos kilómetros de la línea que separa las dos chinas en el llamado estrecho de Taiwán.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, también fue contundente al responder a la pregunta de un periodista internacional sobre si Estados Unidos ayudaría a Taiwán en caso de un ataque de la China. Biden dijo un escueto “Sí”. Sin embargo, nunca habló de la posibilidad de intervenir directamente. Estados Unidos está de acuerdo con el principio de una sola China, pero sin alterar la autonomía de Taiwán.
Nuevo Gobierno en Taiwán
Desde Taipéi y durante su posesión este lunes 20 de mayo, tras ganar las últimas elecciones generales, el nuevo presidente, que responde a una línea contraria a la reunificación y defiende la autonomía taiwanesa, ha lanzado un discurso reiterando esa posición, lo que ha supuesto que se reaviven las tensiones.
“Espero que China afronte la realidad de la existencia de la República de China y de buena fe coopere con el Gobierno legal elegido por el pueblo de Taiwán”, manifestó durante su primera intervención pública como presidente.
Lai Ching-te no solo es un defensor nacionalista, sino que ha rechazado la oferta de China de “un país, dos sistemas”, también ofrecida durante décadas a Hong Kong hasta engullirla el año pasado.
El mandatario tiene el antecedente de haberse identificado en el pasado como un defensor de la independencia de Taiwán; ahora busca el diálogo con Pekín, en condiciones de “igualdad y dignidad”, algo que China Continental considera inviable.
La República de China, o Taiwán, fue erigida en la isla de Formosa en 1949 tras la guerra civil en China. Es parte del archipiélago del mismo nombre y tiene una extensión de 36.000 km2, un tamaño similar al departamento de Tarija, frente a los 9,5 millones de Km2 de China continental, que alberga a 1.400 millones de personas.
Cerca de una decena de países reconocen a Taiwán, un número siempre declinante. En sus primeros años, la República de China representaba a China en el mundo y ocupaba un lugar en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Sin embargo, a finales de los años 70, con el reconocimiento de Estados Unidos en favor de la República Popular China, la situación cambió por completo.
¿Catástrofe?
Los próximos años son cruciales para una decisión por parte del gobierno de Xi Jinping, que podría derivar en un conflicto bélico de proporciones catastróficas si no se resuelve la tensión de manera diplomática. En el estrecho de Taiwán podrían enfrentarse las naciones más poderosas del planeta, con consecuencias impensables.
China, que busca el liderazgo económico y militar mundial, tiene diversas opciones: continuar amedrentando con maniobras y vuelos que violan el espacio aéreo taiwanés, anexar una de las islas de Taiwán a China al estilo de Rusia con Crimea, o un ataque masivo sobre la isla. En cualquier escenario, Taiwán, además de contar con un Ejército muy bien amado y equipado, cuenta con el respaldo de Estados Unidos, que hasta hoy ha disuadido las intenciones de la China Continental.
La ambición de la República Popular China, sin embargo, podría alterar el destino del mundo, una situación que, sin exagerar en la alarma, podría cambiar el curso de la historia global.
Javier Viscarra es periodista, diplomático y abogado.
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