Primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu/EFE
Brújula Digital|09|05|24|
Juan Pablo Neri
En respuesta a una columna en la que Alfonso Gumucio aboga por la causa del pueblo palestino en Brújula Digital el 4 de mayo pasado, Robert Brockmann empuja en un artículo una narrativa historicista para acusarlo de antisemitismo encubierto.
No es mi propósito defender a Gumucio sino confrontar los argumentos de Brockmann. Como suele suceder con los ensayos historicistas, el autor recurre a datos históricos desordenados y arbitrariamente enumerados, para realizar acusaciones que sirven un propósito descalificador. Una estrategia ad hominem disimulada, eficazmente utilizada en muchos lugares. A saber, asumir la posición hegemónica europea, heredada de su propio trauma genocida, de “sensibilizarse” sobre el antisemitismo, al punto de atribuirle tal contradicción a cualquiera.
El gran problema con el historicismo es que se funda en datos concretos, para impulsar una memoria histórica artificial. Es decir, se aleja de la veracidad, para promover una agenda. Es por esta simple y sencilla razón que el historicismo, venga de donde venga, es un ejercicio fundamentalmente reaccionario.
Ahora bien, qué sucede con los datos desordenados y arbitrarios que Brockman moviliza. Primero, se refiere a que, para los europeos, la primera solución para “encontrarle un hogar al pueblo judío” no fue el territorio palestino, o lo que él denomina “su hogar histórico”. En este primer “recuento”, se olvida del hecho que el territorio palestino, en donde ya convivían palestinos y judíos-árabes, era una colonia británica, es decir, ninguno de los dos grupos poblacionales previamente mencionados tenía mucho que decir sobre lo que ocurría en su tierra. Luego, hace un salto a la edad media, pasando por el periodo del Rey Salomón –cuyo reinado poco o nada tuvo que ver con el judaísmo contemporáneo–, el imperio romano y, seis siglos después, el inicio de la expansión del islam.
Todo lo anterior, para sentar las bases “históricas” del argumento de la “tribulación sempiterna del pueblo judío”. Otro recurso retórico e historicista empleado para justificar la violencia que el Estado de Israel ejerce sobre el pueblo palestino desde hace 76 años. Seguidamente, Brockmann realiza otro salto, como el mismo señala, de 2.000 años, para referirse a “la fundación, por los judíos, del Estado de Israel”, como correlato del Holocausto Nazi. Sobra decir que este es otro argumento de justificación historicista.
Se olvida, desde luego, que este proyecto de Estado es mucho más antiguo y tiene un origen secular: el sionismo moderno (a pesar de mencionar la declaración de Balfur). El sionismo secular es un movimiento nacionalista y supremacista blanco, de origen europeo –otro elemento fundamental, para confrontar la memoria histórica artificial–. En 1896, el vienés Theodor Herzl, fundador del sionismo moderno, que es la ideología oficial del Estado de Israel en la actualidad, fue quien propuso la creación de un Estado judío, para “solucionar la cuestión judía”. Fue Herzl quien prefiguró varias de las locaciones a las que se refiere Brockmann al inicio de su texto y también fue él quien, en 1904, propuso ubicar al Estado judío desde los límites de Egipto, hasta el Éufrates, en el actual Irak.
Primero que, siguiendo con el razonamiento historicista de Brockmann, podría justificarse la ocupación y la toma forzada de territorios y la fundación de nuevos Estados, en un sinfín de lugares en el mundo, sin considerar otros largos y complejos procesos históricos, sino y simplemente basados en la memoria del sufrimiento de “un pueblo”. Una narrativa a la que se oponen miles de judíos a lo largo y ancho del globo. De hecho, el sionismo secular se encargó de realizar un cabildeo diligente, tanto con autoridades otomanas como británicas para empujar su proyecto sin ninguna consideración de las poblaciones que ya habitaban el territorio palestino.
Segundo, la memoria histórica artificial que empuja Brockmann, del “hogar histórico de un pueblo eternamente sufrido”, corresponde con una versión regional, sobre todo europea, de la historia judía. Este argumento clave corresponde al historiador árabe-judío Avi Shlaim, quien aboga por una historia regional del pueblo judío que difiere de la versión sobre todo europea, señalada previamente. En esta otra versión, se toman en cuenta procesos obviados por Brockmann, como el colonialismo y el imperialismo europeos de los siglos XIX y XX en el medio oriente; además de la coexistencia de árabes y judíos en la región.
Tercero, continuando con su recuente arbitrario, el ensayista se refiere a un par de momentos en los que Israel “no respondió a agresiones de sus vecinos”, o simplemente “se retiró”, para también argumentar que no es un Estado cuya existencia es eminentemente bélica. Para comprender la existencia de Israel no son suficientes ni la referencia trillada al Holocausto Nazi ni la sola referencia al proyecto sionista secular señalado previamente. También es necesario considerar los intereses geopolíticos de Occidente en esta región. La no consideración de este factor clave viabiliza el argumento del “pobre Estado judío rodeado por naciones hostiles”. Es otra afirmación historicista y que, de hecho, promueve una perspectiva arabofóbica, tal y como hizo Netanyahu durante las últimas tres décadas.
Desde luego, la cuestión de fondo, en las circunstancias actuales no tiene que ver con defender la existencia de Israel, eso ya lo hace con violencia total y extrema su Ejército. Tampoco tiene que ver con afirmar la libertad de Palestina contra la existencia de los judíos. De hecho, esa nunca fue la causa principal de los palestinos. Tiene que ver con denunciar sin tregua la violencia genocida del Estado secular, sionista de Israel y con defender la vida de los palestinos, a quienes verdaderamente se les niega el derecho a existir en su hogar. Cualquier desviación retórica de estos hechos corresponde únicamente con una exhibición de miseria humana como, de hecho, sucede siempre con la memoria histórica artificial.
Juan Pabllo Neri es politólogo.