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Mundo | 07/04/2024   00:13

|ANÁLISIS|El asalto a la embajada de México en Quito|Ricardo Paz|

El jefe de Cancillería y Asuntos Políticos de la Embajada de México en Quito, Roberto Canseco, forcejea con policías/EFE

El jefe de Cancillería y Asuntos Políticos de la Embajada de México en Quito, Roberto Canseco, forcejea con policías/EFE

Brújula Digital|07|04|24|

Ricardo Paz Ballivián

En la noche del 5 de abril unos comandos de la Policía ecuatoriana irrumpieron de manera violenta y sorpresiva en la sede de la embajada mexicana en Quito. El objetivo era extraer de dicha legación democrática al exvicepresidente de Ecuador, Jorge Glas, que se encontraba asilado. La operación fue rápida y eficiente y en pocos minutos la misión del comando se cumplió a cabalidad. Hubo algunos incidentes menores con algún miembro del personal de la embajada, pero prácticamente no hubo resistencia.

Jorge Glas está acusado de muchos delitos, la mayoría de ellos de corrupción e inclusive tiene alguna condena en firme. Estuvo ya varios años preso y gozaba de libertad condicional, cuando decidió refugiarse en la sede diplomática de México y pedir el correspondiente asilo. Los días previos al asalto, ordenado por el joven presidente Daniel Noboa, fueron de enorme tensión entre México y Ecuador, mientras se tramitaba la solicitud de asilo de Glas, que finalmente se le concedió. En el momento del asalto se esperaba, contrariamente a lo que sucedió, la concesión de un salvoconducto para la salida del exvicepresidente del país.

Luego de secuestrar a Glas, la Policía lo trasladó a una prisión de alta seguridad, donde esperará que decide sobre su destino la justicia ecuatoriana. Justicia muy venida a menos, con serias acusaciones de corrupción, burocratizada y sin independencia del poder político.

Hay consenso entre los analistas y expertos en explicar la inopinada decisión de Noboa como un acto irreflexivo, altamente riesgoso, que fue guiado por un interés electoralista y que sienta un precedente funesto para la vigencia de los principios básicos del derecho internacional y, por ende, de las relaciones armoniosas y de mutuo respeto que deben existir entre las naciones.

Por supuesto que hay un sector de la opinión pública en Ecuador y otros países de América Latina, difícil de cuantificar por el momento, que apoya y vio con simpatía la “valiente acción” del presidente ecuatoriano en el entendido de que no se podía permitir que un “delincuente y reo rematado” como Glas, acceda a la impunidad que le ofrecía el asilo político.

México, en la persona de su primer mandatario, Andrés Manuel López Obrador, ha reaccionado con cautela y serenidad. A pesar de que la invasión a su legación diplomática es una franca violación a su soberanía y podría ser considerada inclusive una “casus belli”, es decir motivo de guerra, por el momento se ha limitado a rechazar enérgicamente el atropello y romper relaciones diplomáticas. También ha ordenado el retorno inmediato a México de todo el personal de la embajada y ha iniciado contacto con presidentes y cancilleres de la región y el mundo para dar sus próximos pasos.

No hay duda de que estamos asistiendo a la crisis diplomática más severa en nuestra región, luego de las guerras que padecimos en el siglo XX. Resulta inédito e inaudito el asalto a la embajada mexicana en Quito, más allá de cualquier consideración y posicionamiento que tengamos en relación a los cargos que pesan sobre Glas. Simple y llanamente, Ecuador no tenía, no tiene y no tendrá, bajo ninguna circunstancia o argumento, derecho a irrumpir en territorio soberano de México sin autorización de este último, mucho menos con la violencia y nocturnidad que lo hizo, para secuestrar a una persona que había recibido el asilo político.

Si la comunidad internacional no actúa con agilidad y oportunidad y corrige con energía este tremendo abuso del presidente Noboa, se habrá sentado un precedente nefasto para el ejercicio de un derecho básico y fundamental, como es el asilo político, institución de la que muchos bolivianos nos hemos beneficiado en tiempos de las dictaduras militares y que, en más de 200 años, nadie en América Latina, en ninguna circunstancia, había osado violar.





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