Daños causados por un ataque israelí en un campo de refugiados al sur de Gaza/EFE
Brújula Digital|22|02|24|
H. C. F. Mansilla
La guerra entre Israel y Hamás a partir de octubre de 2023 nos señala que los dos contendientes provienen, en última instancia, de un dogmatismo muy enraizado en valores anticuados e irracionales de orientación, un dogmatismo religioso de efectos políticos similares y perniciosos para la convivencia humana. En los últimos tiempos, que a nivel mundial se han destacado por los procesos de secularización y la marcada expansión del agnosticismo, ambas sociedades han demostrado ser muy proclives a la influencia de credos religiosos de tinte arcaico, etnocéntrico y muy intolerante con aquellos que profesan otra fe religiosa y otros valores de orientación. En los últimos años Israel ha dejado de ser un Estado laico, democrático y abierto al pluralismo. Políticamente ha caído bajo la influencia de partidos de extrema derecha, que propagan ideologías autoritarias y racistas de escaso valor intelectual, pero, lamentablemente, de vigorosa aceptación por los sectores sociales con bajos niveles culturales y educativos.
La situación no es mejor en el área musulmana en general y en Palestina en particular. El ámbito islámico ha sido casi siempre pobre en experimentos exitosos de democracia pluralista y de auténtica economía de mercado. Pese a la Primavera Árabe, prevalece aún el sistema de partido único y el régimen caudillista habitual. El respeto a las propias minorías étnicas y lingüísticas ─para no mencionar a las religiosas─ es muy exiguo, como lo atestiguan los casos de Irak, Irán, Sudán, Nigeria, Afganistán y Siria. Subsisten Estados sin constitución escrita (como Arabia Saudita), sin parlamentos dignos de tal nombre (la mayoría de los casos) y sin prensa libre. Muy a menudo la validez de los estatutos legales se circunscribe a la mera teoría. Pese a una enorme propaganda de solidaridad entre los pueblos asociados a la fe musulmana, en la prosaica realidad del momento ningún Estado árabe acepta hoy a los refugiados palestinos. La élite política y empresarial de los mismos sí es muy bienvenida, porque ella puede gastar mucho dinero en los países vecinos.
Los últimos tiempos han traído consigo un desarrollo lleno de traumas para el ámbito islámico. El horroroso conflicto actual entre Israel y Hamás es solo el ejemplo actual de una larga serie de confrontaciones de una inusitada violencia, luchas embellecidas por una mentalidad autoritaria y una ideología dogmática. El derrumbe de arraigadas ideologías convencionales, el colapso del sistema socialista ─por el cual siempre existió la más amplia simpatía en los países árabes─ y la conmoción del orden tradicional por efecto de la exitosa cultura occidental del consumismo y de los nuevos medios masivos de comunicación, han suscitado en el mundo musulmán un cierto vacío de valores de orientación. Se acrecienta la tentación de combatir lo Otro, presunta encarnación del mal y de las propias dificultades. El hallar a los chivos expiatorios no es, entonces, tarea difícil: el fundamentalismo islámico los ha encontrado en los diablos occidentales y en Israel.
Desde hace décadas se extiende la opinión de que los derechos humanos, la filosofía racionalista, la ética del respeto fundamental al individuo y las instituciones de la democracia occidental conformarían parte integrante de una inaceptable doctrina universalista, la que, a su vez, sería una forma encubierta de eurocentrismo y, por consiguiente, un instrumento de dominación cultural.
La fe islámica en su versión religiosa dogmática, que ha impregnado casi todo aspecto de la vida civil palestina, no es favorable ni a un proceso de modernización ni a la comprensión de otras comunidades distintas, como la israelita. Con el popular argumento de cimentar la unidad de la nación, cohesionar el cuerpo social y unir todas las energías contra el enemigo principal (Israel), los ideólogos aparentemente antiimperialistas de Hamás y grupos afines han desempolvado ese legado de colectivismo totalitario y lo han utilizado eficazmente para acallar toda crítica al gobierno propio y para impedir la formación de cualquier oposición política.
En la mentalidad islámica y particularmente en la prevaleciente en Palestina, la colectividad posee una dignidad superior a la del individuo; este existe sólo en y para la colectividad. Derechos humanos, instituciones autónomas al margen del Estado y mecanismos para controlar y limitar los poderes del gobierno son considerados, por lo tanto, como opuestos al legado musulmán. Por ello la autoridad política adecuada aparece siempre como caudillista, carismática e ilimitada. Esta es la mentalidad que ha prevalecido en la Palestina controlada férreamente por la pedagogía dogmática impulsada por Hamás. En Palestina la mentalidad colectiva no deja espacio a las libertades de expresión y asociación, al cosmopolitismo y al pluralismo contemporáneo, y más bien engendra un instrumento ideológico que puede ser usado para reprimir cualquier idea o corriente política que parezca incómoda a los ojos de los gobernantes asociados a Hamás.
Este tipo de mentalidad está fuertemente implantado en la población de Palestina. Hamás ha contribuido eficazmente a ello. Hamás trata a su propia gente sin ninguna consideración por el valor y la suerte de los individuos. A Hamás le conviene un número muy alto de víctimas, lo que incrementa paradójicamente su popularidad y autoridad. Es ilusorio pensar que la población de Palestina, mediante un examen racional de consciencia, se percate de que es un mero instrumento en los perversos juegos de poder de la dirigencia de Hamás. Por ello el conflicto puede extenderse todavía por largos años. La población palestina, lamentablemente, nunca generará por sí sola un examen colectivo de consciencia para percatarse de que Hamás, mediante su criminal invasión del 7 de octubre de 2023, la hundió en la destrucción y la muerte. Entre los cínicos juegos de poder de Hamás se halla la provocación de sobrerreacciones de Israel. Esto desemboca en un horrible cálculo propagandístico, el cual pretende producir una ola de simpatía e indignación propicia a los terroristas, en este caso en favor de Hamás como la respuesta casi mundial que ha suscitado a nivel mundial la reacción israelita.
El terror estatal, desatado ahora por las fuerzas israelitas, puede llegar a ser más destructivo y mortífero que la provocación producida originalmente por Hamás. Ya se han dado casi 30.000 fallecidos del lado palestino, la mayoría mujeres y niños. El fanatismo religioso, antiliberal y nacionalista que propagan exitosamente partidos y grupos conservadores en Israel, les impide cualquier sentimiento de compasión por las víctimas de su acción bélica. Por ello no hay esperanza para un futuro mejor en esa región.
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