200 años después de esa frase, los bolivianos aún no hallamos la clave para lograr ese simbólico giro y, menos, para siquiera ponernos a pensar en él.
Brújula Digital|07|10|25|
Jean Paul Guzmán
Quizás por conmemorarse 11 días antes de la primera vuelta de las elecciones, quizás porque la crisis del país no dejaba espacio para reflexionar sobre el pasado, quizás porque no nos importa mirarnos al espejo y ser críticos con la imagen que nos devuelve, quizás porque jamás aprendemos de la historia. Quizás por alguna de esas razones, por todas o por otras, lo cierto es que la conmemoración del Bicentenario de la fundación de Bolivia pasó como una brisa de la que no existe huella.
Al reflexionar sobre esa intrascendencia, los optimistas posiblemente harían suya la frase de Gabriel García Márquez, quien decía que “la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado”. En tanto, aquellos que cargan sobre sí una constante reflexión, algo tiznada de pesimismo, tal vez piensen como Eugene O’Neill: “No hay presente o futuro, sólo el pasado, pasando una y otra vez, ahora”.
Para el Estado, la conmemoración del Bicentenario consistió en lo de siempre: desfiles y actos protocolares que invitaron al bostezo, y discursos grandilocuentes y vacíos; mientras en la sociedad civil unas pocas iniciativas institucionales o individuales aportaron algunas publicaciones e investigaciones sobresalientes y uno que otro encuentro de reflexión.
¿Se podía pedir más en las actuales circunstancias? Con un país sumido en una desazón colectiva gracias a 20 años de masismo, se entiende que las urgencias tienen que ver más con el presente que con la rememoración aleccionadora del pasado, incluso cuando no deja de ser útil, sino necesario, mirar hacia atrás para fijar un nuevo norte con algo de esperanza.
Cuando entrevisté al historiador y periodista Robert Brockmann para una revista universitaria, traducía algo de esa desazón al ser interrogado sobre qué generaba en él nuestro bicentenario: “Confieso que no me produce nada, porque hemos llegado al bicentenario quizás en las peores condiciones posibles de la sociedad boliviana: estamos en un valle profundo y simultáneo de quiebra económica, pesimismo político y anomia social. Lo único sobre lo que me provoca escribir o reflexionar es acerca de si somos un país viable. Existimos. Es todo lo que hacemos”.
¿Somos un país viable? Esa es la pregunta que deberíamos habernos hecho en el simbólico bicentenario para, con una respuesta clara, obrar en consecuencia. Pero amodorrados en la expectativa que inmoviliza y aturdidos por los golpes de una crisis que desplaza el análisis, hemos llegado a los 200 años como a los 50, los 100 y los 150: desnudos de un ánimo crítico.
¿Qué hicimos tan mal como país para hallarnos hoy así? O, parafraseando una célebre interrogante, ¿en qué momento se jodió Bolivia? Brockmann responde: “Creo que Bolivia se jodió en por lo menos tres momentos: 1) En 1767 (¡mucho antes de ser república!), cuando el rey Carlos III expulsa a los jesuitas de España y del Imperio. Ello nos priva de la suficiente catequización y el suficiente proceso civilizatorio de una porción de los futuros bolivianos. 2) En los 1860 y 70 con las leyes de desvinculación emparentadas, de Frías y Melgarejo, que, queriendo romper el ayllu y convertir a los indios en propietarios individuales, con trucos los privan de sus tierras, los alienan del Estado y crean el gamonalismo. 3) El momento en que se introduce el anarco-sindicalismo (1920s y 30s), que permea, hoy, todos los ámbitos de la sociedad boliviana. Hay otros”.
Y, luego, el historiador lanza una frase lapidaria: “Aparentemente, Bolivia no será más grande de lo que ya fue. Condenada a un futuro estacionario. Sin picos, pero con caídas, lentas recuperaciones y nuevas caídas”.
Así las cosas, ¿tenemos algo parecido a un proyecto de país que nos haga mirar con un atisbo de ilusión los años siguientes? Brockmann afirma: “No tenemos, como sociedad, nada parecido a un proyecto de país. Hay proyectos regionales, unos nacientes, otros agonizantes, que buscan imponerse. Pero no son nacionales. Ser federales hubiera sido la solución en su momento, pero dejamos partir ese tren y hoy no estamos listos para esa conversación”.
¿Es usted pesimista u optimista sobre el futuro del país?, se le pregunta al historiador, quien contesta con una interrogante y una afirmación: “¿Se nota que soy pesimista? Nunca seremos más de lo que ya hemos sido…”.
Cuando Simón Bolívar habló de la república creada por el proceso independentista que encabezó, dijo: “Necesitamos reunir todas nuestras fuerzas para lograr un golpe capaz de variar la suerte del país”. 200 años después de esa frase, los bolivianos aún no hallamos la clave para lograr ese simbólico giro y, menos, para siquiera ponernos a pensar en él.
Jean Paul Guzmán es comunicador social.