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Economía | 13/09/2025   05:11

Economía al límite: reservas en mínimo histórico e inflación que carcome los ingresos

El aumento de los precios de los alimentos se atribuye a factores como la escasez de dólares, que encarece las importaciones y las materias primas; los bloqueos camineros que alteran la cadena de suministro y fomentan la especulación; y la falta de un plan económico claro

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Brújula Digital|13|09|25|

Mirna Quezada Siles

La inflación en Bolivia durante 2025 se convirtió en un problema tan persistente como preocupante y su impacto se refleja en cada rincón del país. Sin embargo, mientras la economía golpea el bolsillo de las familias, el fútbol, ese lenguaje común que une a millones de bolivianos, ofreció recientemente una de las pocas alegrías colectivas en medio de la tormenta. 

La histórica victoria de la selección nacional sobre Brasil en El Alto encendió la pasión de la hinchada y recordó que –incluso en los momentos más oscuros– es posible hallar motivos para la esperanza. En ese sentido ¿será posible replicar esa garra y esa unidad en la lucha contra la inflación que carcome la vida cotidiana de los bolivianos?

Si bien el fútbol despertó el orgullo, la realidad económica devuelve rápidamente a la gente a un escenario donde la incertidumbre y la carestía marcan el día a día. Según datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística (INE), hasta agosto de este año la inflación acumulada asciende a un alarmante 18,09%, el nivel más alto en tres décadas, muy por encima de la meta oficial de 7,5% para todo 2025. 

Junio fue decisivo. La inflación mensual alcanzó al 5,21% en gran parte por los bloqueos carreteros ligados a tensiones políticas vinculadas al expresidente Evo Morales. La interrupción del transporte de alimentos provocó que productos esenciales se encarecieran drásticamente. El director del INE, Humberto Arandia, explicó que los bloqueos dificultaron la llegada de productos a los mercados y favorecieron la especulación y el acaparamiento. 

Así, comprar comida o combustible se transformó en una odisea. En ciudades como El Alto, La Paz o Cochabamba, las filas para acceder al diésel se muestran tan largas que en repetidas oportunidades los conductores se pasaron horas, hasta la madrugada, esperando su turno. Lo mismo ocurre con productos básicos.

El costo de los alimentos refleja con crudeza esta crisis. La carne de res, según la Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO), aumentó 39% en el último año. El pollo subió el 9%. En mercados de La Paz o Cochabamba, verduras esenciales como la cebolla y la zanahoria alcanzan los Bs. 18 y Bs. 14 por kilo, mientras que el tomate y la carne molida superan los Bs. 40.

La situación tiene matices que agravan aún más el drama. Los precios varían de un puesto a otro dentro del mismo mercado o entre ferias cercanas. En la zona sur de La Paz, un kilo de cebolla puede costar Bs. 16 en un puesto y Bs. 19 en otro. Esto obliga a las familias a caminar y caminar, gastando tiempo y energía en busca de unos cuantos bolivianos de ahorro.

Esa caminata interminable para abaratar costos se volvió parte de la rutina de los compradores. Doña Esther, vendedora y consumidora en la feria de Villa Fátima, lo resume con ironía al afirmar que “ya no basta con venir al mercado con la lista de compras; ahora hay que venir con zapatos cómodos para caminar y comparar”.

Los ejemplos cotidianos son aún más reveladores. En La Paz, antes las manzanas rojas se vendían a 6 por 10 bolivianos. Hoy apenas se consiguen 4 por ese precio. Y en supermercados como el Hipermaxi la situación raya en lo absurdo ya que se paga desde 12 hasta 18 bolivianos por la misma cantidad de esa fruta. Lo mismo ocurre con el pan. Hace pocos años costaba 50 centavos, hoy en panaderías de barrio llega a 70 y en supermercados como Hipermaxi cuesta hasta 1 boliviano, dependiendo del tamaño y peso.

El aceite comestible es otro símbolo de la escasez y aumento de precios. En el Hipermaxi, donde solo está permitido comprar una botella por persona, las familias hacen largas filas para conseguirla. Muchas veces, cuando por fin llega su turno, el producto ya se agotó. Las amas de casa cuentan que ir al supermercado se volvió un juego de azar, donde la suerte decide si se consigue o no el aceite indispensable para cocinar. En principio, cuando empezó a llegar nuevamente a las tiendas, el litro costaba 14 bolivianos, pero hoy el precio subió a 18,50. Y si se habla de aceite de oliva, para muchos ya es un sueño inalcanzable, pues su valor se elevó casi al doble en varias marcas, volviéndose un lujo que pocos pueden pagar.

Los artículos de higiene personal tampoco dan respiro. Pasta dental, champú, pañales o toallas húmedas subieron más de 10% en los últimos meses. Y el sector textil, motor de empleo en El Alto, enfrenta serios problemas porque la falta de dólares encareció materias primas como telas, botones e hilos. Confeccionistas y microempresarios denuncian que no pueden competir con la ropa importada ni con los altos precios internos, lo que agrava la informalidad laboral.

En electrodomésticos la situación es igual de dura. La escasez de divisas encarece todo. Un televisor mediano pasó de Bs. 1.100 a más de Bs. 1.350. Una lavadora doméstica puede costar hasta Bs. 3.500. Cada vez más familias recurren al mercado informal, donde las garantías son mínimas y los créditos, abusivos.

La economía boliviana enfrenta una grave crisis caracterizada por una devaluación interna del boliviano cercana al 80% en un año y un dólar paralelo que se encareció alrededor de un 120%, según el economista Fernando Romero, presidente del Colegio de Economistas de Tarija. En junio de 2025, Bolivia registró la inflación más alta de América Latina con un índice mensual del 5,21%, acumulando una inflación interanual de casi el 24%, niveles no vistos desde los años 80. Las proyecciones alertan que la inflación anual en 2025 podría alcanzar el 30% si no se implementan medidas efectivas para aumentar la oferta de divisas y controlar la especulación.

El Banco Central de Bolivia confirma la gravedad. Sus reservas internacionales líquidas cayeron por debajo de 2.200 millones de dólares, mínimos históricos. El déficit comercial superó los 578 millones de dólares en los primeros cinco meses del año. Al mismo tiempo, el diésel se encareció un 15%, lo que aumentó los costos de transporte y cerró el círculo vicioso inflacionario.

El cierre de supermercados como Ketal, incapaces de sostener importaciones por falta de divisas, concentra aún más el mercado en pocas cadenas, como Hipermaxi o Andy’s. Esta concentración crea condiciones de monopolio que mantienen altos los precios y dejan al consumidor sin alternativas reales.

El impacto económico se refleja también en la política. Una encuesta de Ipsos Bolivia en agosto situó la aprobación del gobierno en apenas 8%, un mínimo histórico. El Centro de Estudios Estratégicos Latinoamericanos (CEEL) critica la ausencia de planes económicos claros, mientras que la ciudadanía percibe que las acciones oficiales son más propagandísticas que efectivas.

Organizaciones como el CEDLA y Transparencia Bolivia insisten en que, sin gestión pública transparente y eficiente, será imposible revertir la crisis inflacionaria. Proponen reorientar recursos hacia programas sociales de impacto real y al fortalecimiento de la producción nacional, en lugar de sostener proyectos de tinte clientelar.

En medio de este panorama desolador, el fútbol apareció como un bálsamo. El triunfo de Bolivia por 1-0 sobre Brasil en El Alto, con gol de Miguel Terceros, clasificó a la selección al repechaje rumbo a 2026. Más allá del marcador, el partido fue un símbolo de equipo unido, disciplinado y aguerrido que logró derrotar a un gigante.

La euforia desatada en El Alto y en todo el país mostró el poder del deporte para devolver la esperanza colectiva. En un contexto económico tan duro, ese gol significó más que un resultado. Representó la posibilidad de creer que, con esfuerzo y estrategia, también es posible ganar los partidos económicos y sociales que enfrenta Bolivia.

Expertos coinciden en que la salida pasa por reformas urgentes. Se necesita una auditoría pública a la cadena alimentaria para eliminar especulación y acaparamiento; controles efectivos de precios en productos estratégicos como la carne o las hortalizas; subsidios focalizados que protejan a los más vulnerables sin distorsionar la producción nacional; apoyo crediticio y técnico a productores locales para reducir la dependencia de importaciones y una política fiscal responsable que priorice inversión social y productiva sobre el gasto electoral o clientelar.

Bolivia este 2025 es un lugar de contrastes: Largas filas para comprar diésel o aceite; caminatas agotadoras para encontrar un kilo de carne más barato; manzanas que se encogen a medida que el precio crece; pan que cada día pesa menos pero cuesta más; un dólar escaso que encarece todo; un gobierno debilitado y un pueblo que, en la cancha, demostró que aún puede ilusionarse y luchar.

Mirna Quezada Siles es periodista y comunicadora social.





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