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Brújula Digital|18|11|24|
Hugo Siles Espada
A mediados de la década de los 80 del anterior siglo, la crisis económica se nos vino encima deteriorando el poder de compra de nuestros bolsillos. Y el serio deterioro alcanzó su fulgor con largas colas y vistas diarias del amanecer para comprar cinco marraquetas. Entonces, la población salió enfurecida a las calles a protestar, a marchar por la vida, a hacer cacerolazos… a luchar por su vida.
En aquellos años el diagnóstico económico no podía ser más de necesitar terapia intensiva. El pesado repago a intereses y amortización a capital de la deuda externa agobiaba las arcas fiscales; escaseaba la carne, el arroz y la harina; las empresas públicas estaban quebradas; no había dólares y el precio de la gasolina y el kerosene –que solía comprar en el surtidor de la esquina de las avenidas Sucre y Colón– eran regulados y faltaban y en contrapartida abundaban las largas filas. En el frente externo, el déficit comercial era una constante y las bóvedas del Banco Central no tenían reservas internacionales. Hernán Siles, que Dios lo guarde, acortó su mandato un año al frente de plaza Murillo; después venció Víctor Paz y con él, el 21060.
En 2003, Goni tuvo que salir a EEUU porque armó un TNT económico. Su pretendido plan era vender gas a Estados Unidos y México vía Chile y formuló un plan fiscal de impuesto al ingreso de las personas, que detonó en su endeble poder político. Entonces, “El Alto de pie y nunca de rodillas”, salió a las calles. Villa Victoria y La Portada resistieron con firmeza y energía a las fuerzas militares. En los aciagos días de octubre negro de 2003 dejaron su vida más de 63 personas.
Hoy por más de lo que pasó a mediados de los 80 o de 2003, la gente no sale a las calles en forma activa y sostenida a protestar. Nadie dice nada en forma continua.
Hoy hemos normalizado lo anormal, que son el desequilibrio y la escasez en los mercados. Nos hemos acostumbrado a la crisis económica y a la conflictividad política y social. Nos hemos acostumbrado a hacer largas filas por gasolina y diésel. Nos hemos acostumbrado a 24 días de bloqueo. Ahora vemos como normal la escasez de dólares. La marraqueta es un bien de lujo y los precios de la canasta familiar trepan y trepan. El Estado enfrenta crisis fiscal y comercial, se estancaron los depósitos y créditos en el sistema financiero, los bloqueos secuestran a la gente y asfixian al aparato productivo, el poder de compra del ingreso está de capa caída; empero, ¿por qué la población no sale masiva y activamente a las calles a protestar por la crisis económica?
Permítanme tres hipótesis:
Primero: La gente no quiere repetir la “victoria derrotada” de 2019. La población está escaldada de luchar sin resultados. La población salió entonces a protestar, logró la victoria y a vuelta de hoja salió derrotada. Quiénes bebieron de la victoria social en 2019 defraudaron a la población. En el imaginario colectivo está latente la lucha que no consiguió ninguna victoria o cambio final.
Segundo: La gente que vive de su trabajo, de su esfuerzo y sacrificio diario no quiere llevar agua al molino político de “nadies”. Salir a protestar sería ganancia y capitalización política para uno u otro partido o agrupación política, sería apoyar a uno u otro partido azul, verde, amarillo o colorado. La gente se cansó de ser escalera de los políticos.
La población entiende que salir a protestar en la actual coyuntura de crisis económica sería apoyar al que impulsa la conflictividad y la crisis. La gente entiende que no va a rezar para que otro se lleve las indulgencias.
Tercero: Ante el incremento de precios en los mercados las personas se ajustan a la nueva realidad adecuando los precios de sus servicios o productos. Nueve de cada 10 personas, que son informales en el país, ajustan sus ingresos y consumo ajustando los precios de sus productos.
El ajuste tiene racionalidad económica, es decir, ante el incremento en el tipo de cambio, materias primas, insumos, bienes intermedios y/o bienes finales, cerca del 90% de la población laboral incrementa, a su vez, el precio de sus productos.
El incremento de precios del bien o servicio en los mercados es igual o mayor a la variación del tipo de cambio. Así mantienen la tasa de ganancia, así solucionan y así se ajustan al mercado la población trabajadora informal. El sector formal sigue la misma lógica económica. Los que sí padecen la crisis con mayor rigor son los que tienen ingresos fijos o bajos ingresos.
Somos resilientes a la boliviana. La resiliencia es la capacidad que tiene una persona, comunidad, sistema o empresa para adaptarse, resistir y recuperarse de situaciones adversas, como traumas, dificultades, crisis o cambios significativos. Este término se ajusta hoy a nuestra población que resiste la crisis económica con el estigma del pasado, con la racionalidad económica del presente y con la esperanza que en el futuro, en 2025, habrá un cambio que sabe que nunca llegará.
Hugo Siles Espada es economista.