Brújula Digital|22|09|24|
Rodrigo Ayala Bluske | Tres Tristes Críticos |
Fallout, estrenada hace tres o cuatro meses en la plataforma de streaming Amazon Prime, es otra de las series de ciencia ficción que en poco tiempo ha conseguido mayores adhesiones por parte de los seguidores del género. Son varios los factores que confluyen para que haya logrado dicho resultado: en primer lugar, está basada en un video juego popular y aparentemente se ha mantenido fiel a sus principales características (lo cual es muy valorado por los usuarios de este formato), pero más allá de eso destaca como un producto fresco y atractivo a pesar de que usa varios de los tópicos más comunes del género.
Para empezar, el elemento de la “vida bajo tierra” fue recientemente “remozado” por Silo (2023). Claramente una de las obsesiones de la cultura contemporánea, que va mucho más allá del cine, aunque parezca increíble, es la de la supervivencia en bunkers subterráneos en caso de que se presente un apocalipsis nuclear (en Estados Unidos se venden con gran éxito “canastas” de supervivencia que pueden durar hasta 150 días).
Por otra parte, la travesía en medio de campos inhóspitos y hostiles fue desarrollada recientemente, con una buena dosis de belleza, en The last of us (2023). El listado de los elementos que llenan ese marco general también es harto conocido; cyborgs, necrófagos, monstruos emergentes de la radiación, etc.
Lo que cualquier espectador podría preguntarse es por qué las versiones apocalípticas del futuro que presenta la ciencia ficción, a pesar de ser tan reiterativas, y a pesar de haber abordado todas las variantes y posibilidades, siguen copando la cultura dominante mundial.
Si comparamos, por ejemplo, la “ciencia ficción” de Julio Verne, la diferencia es realmente abrumadora. Los viajes a la Luna, los viajes en globo o al centro de la tierra, los submarinos fabulosos, etc., mostraban a pesar de las dificultades (y de las quejas subrepticias del autor sobre su contexto político y social), una visión del futuro que se correspondía con el positivismo. Un mundo que sí o sí tenía que llegar al progreso y la felicidad.
Quizás una de las últimas expresiones claras de dicha proactividad con el devenir fue la mostrada en la primera versión de una serie mítica como Viaje a las estrellas (1966-1969), en que la tripulación del Enterprise recorría el espacio imponiendo la paz y la civilización a nombre de una confederación muy parecida a las (todavía en ese momento no desprestigiadas) Naciones Unidas.
Pero en la época en que nos ha tocado vivir queda claro que cualquier visión del futuro que no contemple la decadencia y la destrucción simplemente no tiene credibilidad. Los sociólogos del futuro interpretarán la rareza de un ánimo colectivo en el que todos los discursos políticos dicen desde hace años que todo anda bien, pero en el que la gente se siente cada vez peor.
En medio de la enorme oferta de productos de este tipo, Fallout tiene dos méritos básicos: no aburre y nos provee de buenas dosis de humor negro. El elemento que utiliza básicamente es el del contraste: Lucy es una muchacha criada en un refugio a la usanza de los ideales de los años 50, es inocente, educada, considerada con los demás y al salir de su refugio deberá enfrentarse a un mundo despiadado, en el que el individualismo, bañado con una fuerte cantidad de cinismo, es el valor fundamental. El reto de la protagonista es lograr adaptarse a ese entorno (adoptando varias de sus costumbres), aunque sin perder su esencia (proceso que en la política nunca ha dado resultado).
La travesía de Lucy nos recuerda a la de Alicia en el país de las maravillas, ya que en medio del camino irá recopilando acompañantes (variantes distorsionadas de seres humanos “normales”). Por otra parte, los guionistas tienen la habilidad suficiente como para lograr que los misterios que contiene la propuesta (los que explican el porqué del apocalipsis ocurrido), se mantengan en forma interesante hasta el último capítulo.
¿Vale la pena ver la serie? Si usted es seguidor del género, seguro.