Brújula Digital|26|05|24|
Fernando Molina | Tres Tristes Críticos |
Buscar belleza en la guerra es uno de los propósitos más antiguos del arte. Para hablar de esa construcción, ideológica pero inevitable, llamada “civilización occidental”, podemos remontarnos hasta 8.000 años antes de nuestra era, al momento en el que se escribió la Iliada. Y recordar las poéticas descripciones de los “singulares combates” entre héroes de la edad de hierro.
El director británico Alex Garland se suma, con su película Guerra civil, a la innumerable lista de artistas que han mostrado que la guerra, como todo lenguaje humano, se simboliza también por medio de la función poética descrita por el lingüista Roman Jacobson. Escenas inolvidables del cine, como el movimiento coreográfico de los ejércitos de samurais en Ran, de Kurosawa, o la batalla nocturna en la selva de Pelotón de Oliver Stone, son ejemplos claros de esta tradición.
Para repetir esta codificación estética del lenguaje bélico, Garland recurre a dos expedientes digamos originales, puesto que tienen un carácter posmoderno: a) sitúa la guerra en un futuro distópico, como una suerte de recreación fantástica de la Guerra de Secesión de Estados Unidos: el sur contra los “yanquis” del norte; como suele ocurrir con la historia alternativa, las cosas ahora suceden al revés y los sureños llevan las de ganar; b) adopta el punto de vista de unos fotoperiodistas que cubren el conflicto, lo que le permite poner sobre la mesa un tema sumamente actual: el papel del periodismo en este tiempo de superabundancia de imágenes y noticias.
Estos recursos, como digo, corresponden con el espíritu apocalíptico y cínico de la época actual, de modo que no pueden dar lugar a desarrollos del tipo: “¿por qué ocurrió algo así como un enfrentamiento armado de los Estados antes Unidos?”. Lo distópico parte de la creencia de que todo es posible y nada está vedado dentro de la lenta pero segura caída de la humanidad. Sobre los medios de comunicación, Guerra civil tampoco hace una real reflexión: solo constata, a través de un equipo de periodistas compuesto por Lee Smith (Kirsten Dunst), Jessi (Caiele Spaeny), Sammy (Stephen MacKinley) y el colega escritor de Lee (Wagner Moura), la crisis que vive el periodismo, extraviado en algún punto situado entre el escepticismo, la irrelevancia y el vedettismo.
Otro elemento posmoderno y, en esa media, relativamente nuevo respecto a la tradición de la que hablábamos antes, es la relación que la película presenta entre el esteticismo bélico y otros discursos masivos contemporáneos, como la publicidad. Puesto que no tiene planteamientos, digamos, “teóricos” que hacer, el director no se muestra particularmente sentencioso y puede atreverse a tanto como un plano abigarrado de una fosa de muertos, imagen que podría verse como la de un anuncio macabro. “Advertising from hell”.
Además, como hizo notar el crítico del New Yorker, Richard Brody, Garland ha realizado muchas de sus escenas para que estas terminen en las capturas fotográficas de Lee y Jessie, que vemos como hitos estéticos de la narración. Estas fotos –es decir, las fotos de los medios–, ya sea que se disparen en un campo de batalla o en un desfile de modas, constituyen un recorte de la “realidad” y al mismo tiempo nos ofrecen la única percepción de esta realidad a la que los espectadores (todos) tenemos acceso. Ni Garland ni los personajes se detienen en tales fotos más que unos segundos. Luego pasan a otra cosa, a la busca de una nueva (repetida) impresión. Y así sucesivamente. Habitamos la caverna de Platón. La única diferencia entre la película y las imágenes periodísticas versus las figuras platónicas es que nosotros suponemos que podemos salirnos de lo que vemos, aunque no sea así.
Sin ser fundamental, la película es interesante. Sin tener una verdadera cosa que decir, plantea pese a todo muchas preguntas a quienes puedan verla con sentido crítico (y no en busca de las mismas sensaciones que producen los filmes de zombies, con los que tiene en común ser una “película de la carretera” o road movie y los decorados desolados y abrumados por los bellos paisajes estadounidenses).