Brújula Digital|21|05|24|
Alberto Bonadona
En el más reciente libro del historiador Fernando Sánchez, titulado Preludios y albores de la guerra de independencia se habla de los antecedentes de la historia de la población y territorio que llegaría a ser la República de Bolivia. Pero se trata de sus antecedentes históricos, o sea que, para el contenido del libro, todavía no existía Bolivia. Por cierto, el resultado al que nos lleva a deducir el libro es la creación de este país, pero ahí se queda.
La obra me ha sorprendido por el detalle de sus relatos, por los diferentes capítulos que aunque breves no dejan de ser completos en las descripciones que en ellos se plasman. La brevedad y completitud de cada uno de los capítulos me ha llevado a pensar en las series de televisión que se muestran episódicamente, pero, a la vez, cuentan una historia completa en sí misma. Ciertamente lo dejan a uno en suspenso para continuar con el siguiente episodio, o con historias secundarias que pueden desarrollarse más adelante. Así, uno sigue leyendo este emocionante libro hasta que se llega al final con el deseo de leer el siguiente tomo que, supongo, vendrá.
El título del libro escrito como Preludios y albores de la guerra de independencia no nos dice a qué independencia se refiere. Habla en plural. Interpreto que es porque no solo se trata de la independencia de un país. Son muchas las ideas y los acontecimientos que precedieron a eventos que acontecieron en dos continentes y que dieron paso a más de un proceso histórico. Hasta me hace pensar que estos múltiples albores todavía están regenerándose y, posiblemente, son los que están por venir en vestimenta de mejores días para todo un continente que puede verse reflejada en el libro. Ciertamente, es el Alto Perú que se destaca en este escrito, pero dentro de circunstancias mundiales, interrelacionadas con Europa y los territorios administrados, desde lejos y desde cerca, por españoles y sus descendientes criollos y mestizos.
El libro nos muestra un autor de gran erudición en la que el uso del lenguaje está cuidadosamente pensado y nos abre los entretelones de una historia detrás de la historia. No es, cómo se puede pensar, un libro más acerca de la historia de Bolivia. Este es un libro original, que apunta, con diferentes panoramas descritos con nueva información gracias a las ampulosas fuentes –hechas accesibles gracias a internet– al ambiente que reinaba desde el siglo XVII hacia los prolegómenos de la independencia.
Refleja el clima intelectual y su evolución, los pensadores y sus pensamientos. También exhibe las sucesiones de la realeza europea que, en su endogamia descontrolada, dominó este continente. Fue a través de los reyes de España que, de una forma distinta a la que se pudo ver en la misma época en Estados Unidos, África o Asia, administraron un imperio. Y en esta forma distinta, un conjunto de actores asoman conspicuamente sus mentes y sus rebeldías: los jesuitas.
Desde la perspectiva que asumí en esta lectura, o tal vez, desde el sesgo que mi formación escolar ha contribuido a la estructuración de mi mente, he encontrado un hilo conductor en un grupo de notables protagonistas: los curas jesuitas o, militarmente hablando, la Compañía de Jesús. Creada en 1534, contradictoriamente, como herramienta reaccionaria a un movimiento emancipador: la reforma protestante. Aparecen, en el relato, en momentos decisivos de la convulsionada historia europea “en la rama generadora de poder político (…) que conlleva insoslayablemente (…) inquinas y envidia en el resto del clero”. Manejan recursos económicos, financieros y humanos. Aparecen en la formación de mentes emancipadoras en Europa y en América. En Charcas; en la Universidad San Francisco Xavier y, aunque ya ausentes por su expulsión, presente por la semilla intelectual que dejaron bien cimentada en, su sucesora, la eximia Academia Carolina.
No deja de llamar la atención las ironías sofócleas en las que se ven envueltos estos soldados de Cristo. Citando a Nagy, nuestro autor cuenta que “San Ignacio, fundador de la Orden, expresaba reiteradas veces cuánto lamentaba no ser judío y por consecuencia, no poder ser hermano de raza de Jesucristo… el primer sucesor de San Ignacio en el generalato, P. Lainez, fue judío”. Sin embargo, son los jesuitas quienes, con el pasar de los años, llegan a encontrarse “entre los actores principales de los abusos y exacciones del Santo Oficio contra particulares indefensos, sospechosos de ser protestantes o judíos conversos (“marranos” según el lenguaje popular de entonces), mediante la requisición inquisitorial de sus bienes sin compensación alguna”.
Sin embargo, resalta también nuestro autor la estupenda obra que alcanzaron en la Amazonia “A finales del siglo XVIII, descollaban nítidamente los estupendos logros de la Compañía de Jesús en las reducciones indígenas también conocidas como “misiones”, ubicadas en las colonias especialmente la suramericanas. Poco después de asumir el trono Carlos III, los jesuitas en el (...) Alto Perú superan el medio millar. Estaban dispersos en residencias universitarias y colegios en las principales ciudades y eran muchas sus obras”.
Las misiones constituían “la utopía de Tomas Moro hecha realidad”, dice el autor: “(Mostraban) equidad y justicia, sin prebendas ni clases sociales; labores familiares mezclando el placer con trabajo; florecimiento de las artes y potencialidades culturales de los indígenas; administración económica eficiente, generadora de beneficios equitativamente compartidos después de los aportes misionales a los templos, colegios y universidades de la orden de la jurisdicción charquense, y los insalvables impuestos a la Corona. Un impresionante círculo virtuoso, modelo tan eficaz y durable que subsistió por casi dos siglos”. Su expulsión de los dominios de la Corona española en 1768 desbarató la utopía y, finalmente, el Papa Clemente XIV la suprimió hasta su reconstitución en 1814, en la que su influencia nuevamente empezará a brillar.
Y se pregunta nuestro autor: “¿El secreto del éxito?” y se contesta que la autonomía de la Compañía era exclusiva de “la parte política” porque al hablar de economía considera que la palabra más apropiada sería “autarquía plena, aunada a una organización metódica, austera y disciplinada”.
Sin embargo no fue ésta la que causó ojeriza de las autoridades y con certeza de las otras órdenes religiosas. Fue la autonomía administrativa y política de la que gozaban que les generó la inquina permanente y ponzoñosa” que llegaba al punto de prohibir a las autoridades españolas de ingresar a esos territorios sino contaban con “autorización formal y expresa del virrey”.
Imposible que no hayan engendrado envidias, rencores, resentimientos y otras tantas envilecidas pasiones de otros ensotanados, o nobles enjoyados, en contra de los jesuitas. Lograron expulsarlos pero no exterminaron sus ideas que son marca indeleble en las ideas que impulsaron la independencia y que, a la vez pudieron, nos dice nuestro autor, ser “una poderosa herramienta de contención de cualquier fenómeno social o político si no hubieran sido expulsados. Así, se los ve como actores principales de la independencia, a la vez que un poderoso instrumento del imperio español que pudo haber frenado el propio proceso independentista.
Es de destacar los pormenores domésticos o íntimos que el historiador Sánchez, también general en retiro, nos cuenta. Por ejemplo relata: “(Carlos III de Borbón se casó) en junio de 1738 con una bella princesa María Amalia de Sajonia –alemana de sangre, aunque hija del rey de Polonia– estado civil que el afortunado asumió cuando ella tenía apenas 14 años. Y se dice ‘afortunado’ porque era la damisela una princesita rubicunda, católica, simpática de formas, de buen carácter y lo más importante: profunda y devotamente enamorada de él, por lo que llegaron a procrear 13 hijos vivos. Huelga mencionar lo raro de todo ese pío y rosáceo panorama familiar entre las dinastías reinantes europeas, plagadas de anormalidades, crímenes y perversiones”.
Un segundo, curioso y llamativo episodio, es el de la mala madrastra, casi salida del cuento Cenicienta. Esta vez protagonizado por la segunda esposa de Felipe V, la gran duquesa de Parma, Isabel Farnesio, con quien el fogoso rey que sufría (o disfrutaba) de priapismo, concibió seis vástagos. Sistemáticamente, la Farnesio se dedicó a martirizar a sus dos hijastros para favorecer a sus hijos biológicos. Finalmente, muertos los entenados, se hizo posible lo que parecía imposible; “anciana, enferma y corta de vista” logró que su amado hijo Carlos sea el monarca Carlos III.
En este extraordinario libro se asoma una variedad de personajes que con sus virtudes, locuras, veleidades, sagacidad o heroísmo muestran esa historia detrás de la historia, tal cual aparecieron en pasquines o pudieron haber formado parte de las noticias, serias o escandalosas que, como ahora, abundan en los medios.
Un personaje del libro, poco reconocido en la historia convencional, el exjesuita, por tal razón conocido como “renegado”, Guillaume de Raynal, quien acusado de simonía y de sostener vínculos con los protestantes, fue expulsado de Francia, su país natal, junto con sus hermanos religiosos. “En estas latitudes, de Raynal superaba incluso a los principales enciclopedistas”, nos dice Sánchez, para luego adicionar “...decididamente más claro y puntual que Voltaire, Montesquieu o Rousseau, además de sintetizar a los tres en el republicanismo liberal”.
También incluye las peripecias políticas, y de otra índole, de Manuel de Godoy, quien inició su connotada carrera al caerse del caballo muy cerca del séquito real. El historiador Sánchez comenta que la aristocracia española le acusó de “advenedizo y abusivo, sin más mérito que gozar de los favores de la reina. Sexuales, según versiones publicadas en insultantes, horrendos y abundantes pasquines”. Otra nota de color se refiere al “tonto” Carlos IV que creía que a los reyes, por ser reyes, las princesas no les podían poner cuernos.
Otros innumerables episodios se detallan. Llamó mi atención el del líder de los vicuñas, Alejo Calatayud, quien en medio de la revuelta de 1730, al ser nombrado éste alcalde de la Villa de Oropesa (Cochabamba), apacigua el conflicto para luego, en breve tiempo, ser decapitado, descuartizado y exhibido para escarmiento de los posibles seguidores.
Grandes y gloriosos personajes, como Bonaparte, Goyeneche, Castelli con su imprenta en Buenos Aires, y muchos otros, protagonistas, principales o secundarios, se muestran como parte de los antecedentes del glorioso episodio que fue la independencia de la Real Audiencia de Charcas. Esta obra del Fernando Sánchez los retrata en sus reales dimensiones humanas y nos invita a seguir la lectura.
No puedo dejar de referirme a lo que cualquier historia puede dejarnos de enseñanza. En este caso, este libro nos permite observar un reino español que en todos sus territorios buscaba las reformas de su economía y la modernización del Estado, así como a gobernantes quienes, aunque tardíamente, quisieron alcanzar a otros reinos que ya habían logrado grandes avances en la industria, la agricultura y sus instituciones. Algo que, en un país como Bolivia, se puede esperar que algún día se quiera realizar, o que también podría ser que sus gobernantes estén buscando.
Sin embargo, si hay una diferencia fundamental es que en todos esos afanes europeos de modernización estuvo presente la Ilustración; un proceso que iluminó las reformas en los gobiernos de esas épocas y en las cabezas, no siempre muy equilibradas de esos nobles señores. Son episodios, genialmente relatados por nuestro autor y que marcaron los preludios y albores de la guerra de la independencia, pero que no me impiden ver calcados, caricaturizados o ausentes algunos de sus personajes y las circunstancias, tramoyas, conspiraciones que se asoman en su texto. Los detalles de los episodios que lograron los Katari o Amaru, así como la gran influencia de Bonaparte o los intentos de asalto de las costas atlánticas por parte de los ingleses, nos permiten percatarnos de los preludios y albores de lo que será la guerra de la independencia en la América española.
BD/
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