Brújula Digital|28|04|24|
Rodrigo Ayala | Tres Tristes Críticos |
No se trata de Francis Coppola (que en la
primera etapa de su carrera firmaba como “Francis Ford Coppola”), el brillante
director de los 70 que dio títulos como El Padrino (1972) y Apocalipsis Now
(1979), entre varios otros. En este caso hablamos de Guillermo Esteban Coppola,
representante deportivo y personal de Diego Armando Maradona durante muchos
años, y que, por obra y gracia de su repercusión mediática, ha adquirido el
estatus de personaje icónico de la vida social bonaerense, merced a lo cual la
plataforma de streaming de Disney decidió dedicarle la realización de una
miniserie de ficción.
¿Cuáles son los principales rasgos de la personalidad de Guillermo Coppola?: amoral, frívolo, divertido, mujeriego, fanfarrón, ostentoso, etc.
Pero hay que entender que el personaje del “playboy” porteño tiene una larga genealogía. Quizás su mejor representación haya sido la de Isidoro Cañones, personaje creado por el caricaturista Dante Quinterno en 1934, primero como contraposición al indio Patoruzú y luego como personaje independiente. Heredero de una familia rica, flojo en extremo, fiestero, mujeriego de permanente éxito, dado a meterse en diversos líos, de los que siempre, de una manera u otra, salía airoso.
A diferencia de Cañones, Coppola no nació rico y al parecer tampoco era flojo y sin duda era una persona creativa. De joven tuvo una carrera exitosa en un banco y paralelamente se convirtió en representante de más de 200 jugadores de futbol (aunque según la serie que comentamos, esa carrera fue ayudada por la relación sexual que mantenía con la hija del dueño del banco). En determinado punto de su carrera Maradona le ofreció a Coppola hacerse cargo de su manejo, siempre que lo hiciera en exclusividad, oferta que Coppola aceptó, tanto por el ingreso económico que podía significarle como seguramente por el ascenso social aparejado.
Durante 15 años, Coppola fue el “coprotagonista” de la vida de Maradona, acompañándolo en una inmensa vorágine de contratos millonarios, consumo de cocaína, relaciones con mujeres, encuentros con personalidades internacionales, etc. Finalmente, la sociedad se disolvió, entre insinuaciones de mal manejo de dinero (del entorno de Maradona) y alegatos en sentido que ya existía un cansancio “existencial” (del propio Coppola). También está claro que el retiro de Coppola se produjo en el momento en que la carrera del astro estaba en declive y probablemente los negocios dejaban de ser jugosos (años después aparentemente fue otro “representante”, el abogado Matías Morla, el que nuevamente logró volver a convertir a Maradona en una máquina de hacer dinero merced al manejo de su imagen y de diversos negocios en la Venezuela de Chávez).
En este caso, la manera en que los productores Mariano Cohn y Gastón Duprat y el director Ariel Winograd decidieron representar a Coppola es mediante una serie de estampas. Es decir que no se trata de una biografía estructurada sino de anécdotas sueltas de la vida del personaje que se presentan a través de los seis capítulos.
La ocasión en que Coppola le consiguió a Maradona un Ferrari exclusivo prácticamente gratis, la manera en que el representante consiguió conquistar a una modelo que en principio lo rechazaba frontalmente, el asesinato de uno de sus amigos más cercanos (del que él mismo fue sospechoso, aunque la serie no pone énfasis en esto), la acusación que sufrió como supuesto traficante de cocaína (que en la realidad resultó falsa y que tuvo como resultado el encarcelamiento del juez que lo involucró), las fiestas orgiásticas en las que estaban involucrados Maradona y su entorno, etc.
La visión que nos presentan los productores de este Coppola definitivamente está sublimada. Conscientes o no, quieren presentarnos un “Isidoro Cañones”, la imagen que el propio protagonista cultiva de sí mismo en la vida real. De ahí que más que un documento histórico, la serie valga como uno más de los retratos de la cultura porteña que la televisión argentina, montada en las plataformas de streaming, nos ha estado presentando en los últimos tiempos (dos excelentes ejemplos son Nada (2023), que comentamos hace poco en esta misma columna, y El amor después del amor (2023), un precioso retrato de Fito Páez y del mundo del rock argentino).
Uno de los problemas de la televisión, y en general de la cultura global en estos tiempos, es la facilidad, sin ningún tipo de miramientos, con la que se puede falsificar la realidad. Por una parte, a nombre de un progresismo mal entendido, en las series occidentales aparecen personas de color o asiáticas en las cortes europeas del siglo XVIII (época en que solo podían ser esclavos) y por la otra, cualquier biopic, como este puede alterar los hechos en función del interés comercial. En las últimas semanas varios protagonistas salieron a desmentir detalles de la serie y el protagonista solo atinó a responder: “pregúntenles a los guionistas”.
Más allá de estas discusiones conceptuales hay que decir que Coppola, el representante es un producto muy bien llevado y ampliamente disfrutable, sobre todo si te interesa ahondar en la cultura argentina de la frivolidad, que tuvo punto más alto durante el menemismo.
En los últimos años sorprende (y da sana envidia) el altísimo nivel que han alcanzado el cine y la televisión argentinas, el que contribuye a posicionar a ese país en altos niveles de la globalización y a universalizar su cultura. Se trata de un proceso, que como es natural, germinó en años de fomento a la producción, la formación de actores, técnicos, etc.; es preocupante que cuando todo eso comienza a dar frutos sorprendentes, la política dizque “liberal” del vecino país quiera derribar los pilares de dicho proceso.