Brújula Digital |18|12|23|
Especial de César Rojas Ríos
La democracia no se construye sin pensadores sólidos y menos sin pensamiento riguroso. El pueblo puede trastabillar en sus convicciones y dudar sobre el norte que debe seguir en medio de la tormenta histórica; pero si lo hacen sus pensadores, si vacilan en sus argumentos más íntimos, todo estará irremediablemente perdido. No habrá ni verdad ni poder democrático.
Esto a viene a colación de que Eduardo Leaño Román acaba de publicar su libro Verdad sin poder y poder sin verdad, lo que me provoca una triple satisfacción. La primera, Eduardo es un buen amigo del que estimo y aprecio su reflexiva conversación; la segunda, respeto y valoro su contribución intelectual a nuestro país –sostenida, puntillosa y meritoria–. En la bruma en la que suele muchas veces anidar con estridencia nuestra intelectualidad, Eduardo logra iluminarlo con sosegada claridad. O sea, hace una vida intelectual digna de ese nombre. Y la tercera, tuve el acierto de invitar a Eduardo como columnista del suplemento Péndulo Político que dirijo. Ahora veo todas ellas, ordenadas de forma sistemática en un libro que las recoge y las hará perennes al paso del tiempo.
Aprecio cada una de las columnas que comprenden Verdad sin poder y poder sin verdad, como si fueran las que sostienen una especie de Partenón nacional. No sólo por estar bien acabadas y portar un corte clásico; sino porque dentro resuena la voz de la democracia. Y ninguna de ellas, como el búho de Minerva, llegó al atardecer. Todas estuvieron a su debido tiempo, cuando la coyuntura lo reclamaba: no cuando lo acontecimientos habían dejado ya polvo a su paso y dejó de ser riesgoso pronunciarse, sino cuando estaban en plena efervescencia. Es entonces, y en ningún otro momento, donde se aprecia de qué madera está hecho un intelectual. Y de dónde toma su combustión y su fuego interior.
Escribir columnas tiene la singular particularidad de que se trata de pensar en público y como seres públicos. Hacer reclamaciones y dar razones. Eduardo reclama, pero por cada reclamación presenta múltiples razones y todas bien hilvanadas. Esto es de agradecer. Y casi todas ellas tienen otra particularidad, están desarrolladas a partir de un autor y de su planteamiento sobre un determinado tema. Para mí esto representa un especial deleite, pues maneja los conceptos como si se trataran de piezas de laboratorio: lo hace con destreza y con destreza los deshace y rehace para echar luz sobre el tema que lo ocupa y preocupa –los alumnos de sociología y también los de ciencias políticas podrían aprender, y mucho, del manejo conceptual que ejecuta con maestría Eduardo–. Me recuerda el sano de consejo de Wright Mills en La imaginación sociológica: “Exigíos a vosotros mismos y exigid a los demás la sencillez del enunciado claro. Usad términos más complicados sólo cuando creáis firmemente que su uso amplía el alcance de vuestros talentos, la precisión de vuestras referencias, la profundidad de vuestro razonamiento”. Eduardo lucha con meticulosidad de relojero por el orden a la vez que, por la comprensión, porque sabe que no puede haber comprensión en el desorden.
Todas las columnas escritas por Eduardo tienen como eje la política. Por supuesto, el oficialismo y su “Crónica de una ruptura anunciada”, amén de “El poder: el irracional objeto del deseo”. ¿Qué sucede con la oposición? No pasa nada, pues se trata de “La líquida oposición política” plagada de “avatares”. La que no logra desbaratar su nube de heraldos negros. Y no dejó descuidada a la justicia, a la que muy bien califica como una “sala de espera sin esperanza” (y uno desearía que el libro siguiera surcando las aguas de la reflexión, pero se detendrá inevitablemente, porque ese es su genio y figura; la suerte es que sus columnas seguirán poniendo los signos en rotación y los argumentos en razón).
Para cerrar, Eduardo es un amante de los libros, sabe que la única devolución posible para los maravillosos libros que leemos, es escribir otro libro que recoja su templanza para decir la verdad. ¿Poder sin verdad? Eduardo, siguiendo el linaje de los consejeros áulicos, los humanistas renacentistas y los filósofos ilustrados, opta por la verdad, así esté desnuda de poder. ¿Existe un mayor homenaje a las proposiciones que pretendemos enamoren a la realidad y hagan con ella una sólida comunión? En Verdad sin poder y poder sin verdad, encontramos la respuesta, enhebrada con elegante elocuencia.
César Rojas es sociólogo y comunicador social.