Creo que esta película de Scott es la prueba de que, en estos días, con los suficientes recursos y con la pericia cinematográfica necesaria, como la que indudablemente posee el director británico, todo se puede convertir en unas imágenes en movimiento con cierta entidad y atractivo.
Brújula Digital |03|12|23|
Fernando Molina | Tres Tristes Críticos
Ridley Scott llegó a la idea de hacer esta película a través de la lectura de las cartas entre Napoleón y la esposa y gran amor de este, Josefina. En manos de otro artista, esta motivación hubiera dado lugar a una historia intimista y minimalista. Un biopic que presente a los protagonistas desde la perspectiva muy personal de sus amores y desengaños. En lugar de eso, el ambicioso Scott (quizá afectado por la hubris o desmesura, esa tendencia que los griegos consideraban un pecado) decidió referir, al mismo tiempo que las cartas, una apretadísima síntesis de la historia real y mítica del Gran Corso. Esta combinación entre dos ideas en principio excluyentes, la relación sumaria de la gesta napoleónica, por un lado, y la recreación de la peculiar relación del francés más importante de la historia con Josefina, por el otro, es la causa del fracaso de la película, que ni logra ser del todo imponente e “Histórica”, como parece buscar a ratos, ni tampoco es del todo cómica y ligera como pretende también, ni, finalmente, tampoco permite entrar en los corazones de los amantes imperiales.
Creo que esta película de Scott es la prueba de que, en estos días, con los suficientes recursos y con la pericia cinematográfica necesaria, como la que indudablemente posee el director británico, todo se puede convertir en unas imágenes en movimiento con cierta entidad y atractivo. Hasta las cartas de Napoleón llenas de pornografía ingenua y frases retóricamente convencionales, como “mi corona de laurel debe ser para la patria, la segunda será para vos”. Hoy se puede llevar al “gran cine” incluso una lista de lavandería.
Sin embargo, el resultado de esta transformación técnica de dos discursos heterogéneos no va a ser conmovedor, eso se los aseguro. No conmueve un Napoleón (Joaquin Phoenix) que parece estar igual en Austerlitz que desayunando como si tal cosa con Welington tras Waterloo, y que solo se ve algo confundido tras su captura insulsa de Moscú. No conmueve una Josefina que es repudiada, pero cuya reacción a este drama solo la vemos a través de sus comparecencias públicas y sus cartas. Y así… Nada conmueve en esta película, en primer lugar porque nada tiene el tiempo suficiente de conmover. Incluso la guerra se muestra a toda carrera y de una forma estetizada, igual que se refleja toda la carrera de Napoleón (y, como dije, algunos mitos en torno a la misma, que hoy son el gran tema de conversación del ejército de expertos napoleónicos, como que Napoleón no bombardeó las pirámides egipcias).
Me pregunto por qué Scott le quitó así el hierro a sus escenas bélicas si al final iba a poner, con generador de caracteres, que con sus guerras Napoleón causó más de tres millones de muertos. Pongámonos de acuerdo: si vas a comparar al emperador francés con Stalin y Hitler, como hizo Scott en sus entrevistas de promoción de la película, entonces, ¿por qué no muestras en primer plano alguno de los soldados muertos en las batallas que describes? ¿Algún personaje secundario con el que el público se encariñe y que luego muera? No me sé la respuesta. Apenas supongo que Scott ha olvidado que el cine, si bien opera con imágenes, se concreta en sensaciones y sentimientos. No se trata de pintar, es otra cosa diferente.