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Cultura | 02/07/2023   10:34

Diez opiniones sobre Mariano Baptista Gumucio

Solo puede compartir quien lee y quien recuerda lo que ha leído. Estas dos virtudes ha tenido Baptista en abundancia a su largo de su larga vida.

Brújula Digital |02|07|23|

Tres Tristes Críticos / Fernando Molina

1.  Mariano Baptista Gumucio es cultor de varios géneros, es un polígrafo que ha nutrido su amplísima bibliografía con obras de historia, pedagogía, ensayo político, periodismo, recopilaciones, misceláneas, etc. No sería injusto describirlo, sin embargo, digamos que de forma esencial, como un biógrafo cultural o un autor especializado en la vida y obra de los escritores bolivianos.

2.  Mariano Baptista es un hombre calmado y como hecho a las desazones de la vida, o al menos eso aparenta. Sin embargo, uno de los dos rasgos que lo definen como escritor es la impaciencia. El otro, complementario pero positivo, es la generosidad. Encontramos entonces así a Mariano impaciente por compartir.  Baptista comparte pronto y fácil con el público lo que va descubriendo a lo largo de su prolífica trayectoria como lector de literatura boliviana o relativa a Bolivia.

3.  Solo puede compartir quien lee y quien recuerda lo que ha leído. Estas dos virtudes ha tenido Baptista en abundancia a su largo de su larga vida. Hace mucho tiempo estuve influido por el comentario maledicente de quienes no querían a Baptista y decían que este es un “Mago” –el apodo que heredó de su abuelo homónimo, el escritor conservador y presidente del país, quien se lo ganara por su habilidad política–, porque en lugar de escribir, “reúne” los libros. Pero los libros de Baptista serían imposibles sin los dos dones mencionados: la lectura y la memoria. En ellos se concentra su magia.

4.  Sus libros más personales contienen algunas escenas excelentes; escenas en parte ficticias, claro está, porque esto siempre ocurre cuando la historia deja de ser meramente referencial y procura volverse reconstructiva, es decir, desea ir más allá de los puros y esquemáticos hechos, y entonces imagina. De estos pasajes, el que más recuerdo y probablemente me acompañará el resto de mis días fue uno que leí con los ojos del corazón, muy despiertos a la edad que tenía entonces, que era la increíble –es decir, la que hoy me maravilla haber tenido– de 17 o 18 años. En uno de sus libros más importantes, Yo fui el orgullo, su reportaje biográfico sobre Franz Tamayo, Baptista intenta explicarse por qué el poeta, ensayista y político boliviano se separó de su primera esposa, una francesa con la que se había casado en Europa. Puesto que carece de datos ciertos sobre el episodio, imagina que una de las causas –que en efecto es muy probable– fue la pérdida de los dos hijos que la pareja concibió. Pero añade, quizá temerariamente, que la joven de seguro se aburrió en La Paz de principios del siglo XX, en la que apenas había unas calles, las adyacentes a la plaza Murillo, que concordaban con la imagen de “civilización” que tenía un europeo de la época. Para reforzar su punto, Baptista describe la forma en que los viajeros de ultramar llegaban entonces a esta capital, atravesando el lago Titicaca en pequeños barcos, y, ya sobre tierra, trasladándose por días y días en “birlochos”, que eran carruajes tirados por mulas. Compone así una estampa muy convincente del pasado, que se hace conmovedora cuando informa de los esfuerzos de Franz para distraer a su mujer y conseguirle amigos europeos, estableciendo en su casa una tertulia dominical con los cónsules de Francia e Inglaterra. Esto último pudo haberse debido a la abnegación de Franz y al aburrimiento de su señora, o a otras razones, pero aporta una nota patética a la narración que, arbitraria y al mismo tiempo muy exactamente, se cierra con dos poemas de Tamayo, hermosos como muchos de los suyos, sobre la pérdida amorosa.

5.  Baptista debe de ser el más arzaniano (por Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela) de nuestros escritores, tanto por la abundancia de su producción como por su capacidad para traer a colación en cualquier momento a todos los autores que ha conocido, que son muchos y muy variados. Su libro sobre el santo patrono de los historiadores bolivianos es especial por la fuerza que su voz tiene en él y la brillantez de la prosa en la que trasmite sus observaciones sobre Potosí y sobre su gran cronista. Baptista busca asombrarnos y lo logra. Sus imágenes sobre la historia inicial del país de Arzáns —del país que este comienza a nominar y por tanto a fundar— se suceden vertiginosas y sorprendentes.  

6.  Baptista tiene más de 70 publicaciones, según señala él mismo. La ambición de producir con profusión se debe, en mi opinión, a la combinación de dos factores. El primero es la temática del autor, que es la divulgación cultural, y no la investigación académica y que, por fuerza, debe ser extensiva antes que intensiva. Divulgar significa “hacer conocer”, y mientras más asuntos se difunden, más satisfactorio es el trabajo. El segundo factor que explica el deseo de algunos autores de publicar muchos libros, son las condiciones de trabajo, y de reconocimiento del trabajo, en las que están insertos los escritores bolivianos. Si la publicación de un libro, no importa cuán popular sea, solo arroja unas pequeñas ganancias, es obvio que este escaso rendimiento puede compensarse, aunque limitadamente, con un mayor volumen de entregas.

Por otra parte, si, dado el bajísimo nivel educativo reinante, casi nadie en el país toma en cuenta la calidad de los escritores, lo que importa es la inserción de estos en el sistema de significaciones político-culturales, es decir, su coincidencia con las ideologías prevalecientes, su frecuente aparición en los medios y otros factores extraliterarios. Por esta razón, resulta necesario que el escritor, para conservar cierta influencia, esté siempre en vigencia, lo que le exige un ritmo de publicación incesante. Y también la participación política...

Pueden hallarse todas estas motivaciones en los más productivos escritores bolivianos, todos ellos, además, divulgadores culturales y pedagogos: Alipio Valencia Vega, Guillermo Francovich, Augusto Guzmán, Hernando Sanabria, Mariano Baptista, etc. Un contraejemplo entre los divulgadores es Roberto Prudencio, quien quiso limitar su magisterio a la revista Kollasuyo y, quizá por esto, hoy es el menos recordado de los citados nombres de la literatura nacional. (Lo que significa que ya nadie se acuerda de él, porque de los otros, con la excepción de Sanabria y Baptista, lo hace solamente un puñado de intelectuales).

7.   Los ensayistas suelen incomodar a los profesionales de las materias que tocan, porque normalmente hablan de ellas con mayor originalidad y libertad que estos, y tienen mucha más influencia sobre los lectores. Las obras de los especialistas, en cambio, solo se consumen en los círculos de iniciados. Hay ensayistas que se resienten de ello y aspiran a ser aceptados, pero la mayoría tienen una cierta actitud antiacadémica. Uno de ellos es Baptista, que, sin embargo, hubiera sido un profesor de cultura boliviana muy bueno, me parece; mejor que muchos otros.

8.  ¿Dónde ubicar a Baptista hoy? Por su edad y la magnitud de su obras, se deberia hallar por encima de las peleas de capillas, pero no es así. Claro está, los argumentos con que se lo ataca son políticos. Después de ser militante del MNR, alejarse de este partido, simpatizar con el MIR, colaborar con unos y otros más tarde, pero siguiendo siempre una línea que lo alejaba de su origen nacionalista y se inclinaba progresivamente hacia la derecha, resulta difícil que su obra y su figura sean evaluada con objetividad. No sé si en el futuro se hará esta evaluación o no, ya que generalmente aquí se dejan los libros “a la crítica roedora de los ratones”, según dijo inmortalmente Marx. De lo que sí estoy seguro es de que siempre habrá lectores que, topándose con algún libro todavía no roído de Baptista, aprendan y se deleiten como me pasó a mí de jovencito.

9.  Baptista fue ministro de Educación en tres ocasiones. Sus batallas por la transformación educativa quedaron registradas en sus libros de crítica a la escuela, cuyo talante puede resumirse en estos dos títulos: Salvemos a Bolivia de la escuela y La educación como forma de autodestrucción nacional. En ellos hace observaciones durísimas sobre el método y el contenido de la enseñanza pública y privada, que encuentra repetitiva, alienada, anticuada en cuanto a su concepción de lo que los estudiantes son y quieren, y atrofiada por la lenidad y el desconocimiento de la mayoría de los maestros.

Entroncándose en la línea pedagógica nacionalista, que se remonta a su adorado Franz Tamayo, Baptista propuso volcar la escuela “hacia adentro”, hacia el aprovechamiento y el estudio de la cultura nacional, de modo que los estudiantes dejaran de memorizar datos sobre “los persas y los medas”, que seguramente olvidarían poco después, y aprendieran a vivir y juzgar en su comunidad, a valorar su tradición y a ser capaces de actuar. Estas ideas han sido adoptadas por el Estado, por lo menos teóricamente, en los 40 años que nos separan de esos libros. Sin embargo, sigue vigente la crítica de los mismos sobre la incompetencia de los estudiantes, que ahora salen bachilleres ignorando las cosas nacionales, como antes lo hacían ignorando las cosas internacionales.  

10.  Baptista dice que “Bolivia es un erial de cultura”. Uno de los pocos autores que no participa de la corriente de indignación de los escritores con un país que, según muchos de ellos, los ignora y maltrata, es el siempre entusiasta y dulce Ignacio Prudencio Bustillo, quien pese a la enfermedad que se lo llevó tempranamente y que lo convirtió en uno de los escritores con más mala suerte de los que tuvimos, nunca consideró a sus colegas víctimas de la incomprensión general, sino ejemplos de amor por el oficio que abrazaron y por la tierra en la que nacieron, a la que entregaban sus obras sin esperar recompensa alguna.

Son patriotas, en efecto, los escritores bolivianos, los que pese a la pellejerías económicas, el silencio de la audiencia, la inexistencia de remuneraciones, la lucha entre camarillas culturales, la pobreza del Estado y la desidia de sus servidores, dedican las mejores horas de su vida a escribir mensajes, ponerlos en botellas y echarlos al mar del tiempo, con la esperanza de que sean recibidos por las próximas generaciones. ¿Por qué lo hacen? Hay muchas razones, pero siempre está presente, al menos en quienes perseveran en esa “gana solitaria” de la que hablaba René-Moreno, el amor por Bolivia y su gente. Y más que amor: enamoramiento, pasión, emoción incontenible, inexplicable, arrasadora, que todo lo devasta y en cuyas aras se sacrifica todo. Como decía un amigo de Mariano Baptista, René Zavaleta, “Bolivia es una enfermedad incurable”. Baptista padece esta afección, que ha estructurado su vida y la ha hecho, después de las sumas y las restas, valiosa para la comunidad.

Fernando Molina es periodista y escritor.





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