El cine ahistórico en nuestros Días
Rodrigo Ayala Bluske/Brújula Digital |21|05|23|
Tres Tristes Críticos
Los Bridgerton(2020-2021) es una serie televisiva que presenta un retrato de la alta sociedad inglesa de principios del siglo XIX, constituida indistintamente por blancos caucásicos y británicos de raza negra, Blonde (2022), la película dirigida por Andrew Dominic , describe una Marylin Monroe deformada en diversos aspectos, Chernobil (2019), la excelente miniserie estrenada por HBO, distorsiona, según el testimonio de algunos de varios de los protagonistas, la situación vivida, e inclusive convierte a algunos de ellos en villanos, injustamente.
Todos los productos mencionados (a los que se les podrían sumar muchos otros si tuviéramos tiempo y espacio suficiente), son ejemplos de la manera en que la cinematografía actual, no solo que se aleja, sino que desprecia abiertamente, eso que llamamos “fidelidad histórica”.
¿Cómo se define el “espíritu” de un una película o una serie? Imaginemos una reunión entre un productor, un guionista y un director que están discutiendo determinado proyecto. ¿Es verosímil pensar que la discusión se centre en determinar cómo se representara fielmente determinada porción de la realidad? Por supuesto que no. Si la reunión se hace en Hollywood, el equipo se estará pensando en la “taquilla”, si la reunión es en La Paz, es probable que la discusión se verse sobre las posibilidades que tiene la película de ganar o por lo menos tener presencia en X o Z festival, y si la conversación se realiza en Pekín, tendrá que resolver un doble desafío: primero el cómo “pasar” la censura del partido, y luego igual que sus símiles, norteamericanos, el cómo lograr la mayor ganancia posible en el mercado.
La doble condición de “arte e industria” ha determinado desde el principio de la historia del cine, su extremo condicionamiento al mercado, por la simple razón de que producirlo es “caro”; mucho más en términos básicos, que el pintar un cuadro o imprimir un libro. De ahí que, en las distintas discusiones imaginarias de los equipos de producción, lo central es determinar “el gancho”, la manera en que se “llegará” al público objetivo. Siempre ha sido así, pero el problema se encuentra en que nunca como ahora, por distintos motivos, había existido un desinterés tan pronunciado por lo que podríamos denominar “la verdad,” o más aún en algunos casos, la intención descarada por “teñir de verdad” determinadas historias que evidentemente están falsificadas total o parcialmente.
Un caso extremo es el de “Blonde”. En la película, son tantas las distorsiones sobre la vida de la actriz que tanto los productores, como la autora de la novela original declararon que no se trata propiamente de un “biopic”, es decir de una biografía, sino más bien de una historia “inspirada”. Si es así, la pregunta entonces es ¿Por qué utilizaron su nombre? Sin duda porque es más rentable presentar una historia llena de morbo y degradación moral, vendiéndola como si fuera real. El problema es que el grueso del público no irá a las bibliotecas a consultar textos fidedignos y especializados, y se quedará con una imagen que evidentemente no corresponde a una de las actrices más importantes del anterior siglo.
En otro ámbito, una propuesta como la de “Los Bridgerton”, pareciera dar contento a las tendencias políticamente correctas en boga, al presentar una sociedad del pasado “como debería haber sido”; es decir, con absoluta inclusión racial. Pero el problema es que, al no ser verdad, en los hechos niega una historia que precisamente está basada en el racismo, la segregación y al colonialismo. Y al hacerlo, no solo hecha tierra sobre los explotados de ese tiempo, sino también sobre los problemas de discriminación que siguen existiendo en la actualidad. “Los Bridgerton” y los numerosos productos que siguen esta tendencia, nos muestran como algunas de las tendencias supuestamente “progresistas”, cuando se esquematizan y simplifican pueden llegar a emparentarse fácilmente con el fascismo.
El caso de “Chernobil” tiene mayor complejidad. Es una serie excelente y su planteamiento central, evidentemente esta logrado: retratar la forma en que la burocracia estatal soviética, condujo a la debacle a la URSS en el siglo pasado. El problema, es que probablemente para hacer más atractiva la trama, se toma demasiadas “licencias”; distorsiona determinadas situaciones, desfigura personajes que actuaron en la vida real, etc. El tema ahí también es fundamentalmente ético.
Los ejemplos pueden seguirse sumando sin límite. Lo cierto es que, a tono con estos tiempos de capitalismo salvaje, nunca se habían descuidado tanto las “formas” en pos del “mercado”. En todo caso alguien podría pensar, que no se trata de un gran problema, cuando nos encontramos en un punto de la historia en que se esta empezando a utilizar un mecanismo, la inteligencia artificial, que, según diversos expertos, tendrá una capacidad sin limite para falsificar la realidad y manipular la opinión pública.
Rodrigo Ayala Bluske es crítico de cine y ensayista
@brjula.digital.bo