Fernando Molina/Brújula Digital |06|11|22|
Tres Tristes Críticos
La película del momento de Netflix se llama “La chica más afortunada del mundo”, y está dirigida por Mike Barker (“Sandman”, “El cuento de la criada”), aunque el principal reclamo de la película es su escritora, Jessica Knoll, autora de la novela del mismo título y gran éxito “pop” de 2015.
Desconozco el libro, pero puedo opinar sobre la adaptación de Knoll y decir que adolece de un gran problema: Por un lado, una parte de la trama se cuenta en el tono convencional — más bien frívolo e irónico— que se emplea para las historias sobre mujeres empoderadas y a menudo enamoradas que forman parte de la clase alta de Estados Unidos, viven en Manhattan y comen en restaurantes de 500 dólares el cubierto, algo así como el estilo de “Sex in the City” (incluyendo la ineludible voz en off de la protagonista), mientras que la otra parte se refiere de forma cruda y directa a una violación grupal y un tiroteo escolar. Esta disonancia entre los dos tonos ha permitido decir a algún crítico estadounidense que la película es emocionalmente caótica. Contribuyen a esta percepción los bruscos cambios de humor de los personajes, que pasan del romance o la tranquilidad al enojo y la violencia sin muchas gradaciones o motivaciones.
¿Personajes? Bueno, en realidad los comparas, ya que “La chica más afortunada del mundo” es una película de un solo personaje, en torno al cual giran todos los demás roles como simples complementos. Esto ha permitido que se le reclame no haber desarrollado algunos de estos, pese a que prometían ser interesantes.
Este “gran” personaje es TifAnnie, una joven, delgada, guapa e inteligente periodista que espera convertirse en reportera del New York Times (para la película, el mejor periódico del mundo) mientras escribe la sección de consejos sexuales en una revista de moda. Además de esta aparente incoherencia, hay otra aún más grande: está comprometida y hace “sirwiñaku” con Luke, buen mozo, hombre de negocios y heredero lleno de plata, que le ofrece recomenzar su vida en Londres.
La película comienza con los preparativos de ambos para su boda. La voz en off semi-irónica de la novia nos advierte de antemano que no se trata de unas prenupciales normales. Pronto la vemos a ella sopesando dos cuchillos de cocina que se cubren de sangre, es decir, una escena digna de “American Psycho”, lo que induce al espectador a pensar que la chica es un asesina o algo así, que esta loca y va a terminar por destripar a su guapo y gentil novio, y cosas por el estilo. Nada que ver, en realidad. Se trata de una muestra de cómo la película no siempre acierta con el registro, con el modo de contar.
Lo cierto es que la periodista y próxima feliz esposa —la más afortunada del mundo— sufre de estrés postraumático por haber estado involucrada en un tiroteo en una escuela privada, que además está vinculado, por si fuera poco, con una violación grupal de la que ella fue víctima, pero que escondió por miedo a denunciar a los autores, chicos populares y riquísimos que son descritos por uno de sus compañeros de clase como “intocables”.
TifAnnie es interpretada por dos actrices: la famosa aunque más bien mediocre Mila Kunis, que en esta ocasión sabe llevar con acierto el encargo que se le encomendó (o que se auto encomendó, ya que también es una de la productoras del filme), el de soportar casi todo el peso de este, y Chiara Aurelia para la versión más juvenil del personaje, que a mí me pareció más potente. Pero la cuestión aquí no está en la actuación, que, como suele ocurrir en el medio estadounidense, es en general fluida y profesional, sino en el carácter confesamente comercial del uso de los dos peores terrores de las mujeres estadounidenses: la violencia sexual y los tiroteos escolares, que, entonces, se mezclan sin empacho con, ya lo dijimos, un ambiente análogo al de “El diablo se viste de moda”. Con ello, se venden bien, pues se frivolizan; así se puede hacer explotar el morbo que estos hechos despiertan sin tener que reflexionar realmente sobre lo que significan y sus verdaderos efectos psicológicos —mucho menos rutilantes— en quienes se vieron involucrados en ellos.
La película también incluye algunos de los clichés más manidos y, sin embargo, todavía eficaces de las industrias culturales: “Los burgueses no se preocupan por nada más que el qué dirán”, “los estudiantes de las escuelas privadas son unos mimados capaces de todo”, “si los ricos meten la pata, los demás los protegerán” etc. En suma, derivaciones del axioma ese de que el dinero compra la impunidad.
Lo que, pensándolo bien, es la pura verdad, por lo que no nos debe extrañar que los televidentes comunes y corrientes quieran verlo retratado en sus películas y series favoritas. Junto con que los matrimonios más sólidos esconden infidelidades, los curas son poco confiables y pedófilos y los solitarios y raros están en camino de volverse asesinos seriales, conforman la ideología general de las audiencias cinematográficas y televisivas contemporáneas.
Fernando Molina es periodista, escritor y crítico del cine
@brjula.digital.bo