“El médico a Palos” que vimos en el municipal es una inspirada adaptación a nuestro medio y a nuestro tiempo de aquella obra vieja de más de 350 años. Como en la versión original, la versión de Mondacca está llena de escenas familiares que por la exageración de sus rasgos se transforman en absurdas.
Carlos Torrico Delgadillo
Brújula Digital |14|10|22|
Hace unos días, en función única en el Teatro Municipal de La Paz, David Mondacca y sus dirigidos del Taller de Teatro de la U. Católica presentaron la obra “El médico a Palos”, un clásico del año 1666 escrito por el dramaturgo francés Jean-Baptiste Poquelin, conocido como Molière. Con esta función, Mondacca nos recordaba que en el mundo del teatro, y en el mundo, se conmemora los 400 años del nacimiento del citado dramaturgo por cuyo legado se dice “la lengua de Molière” cuando se alude a la lengua francesa, como se dice “la lengua de Cervantes” cuando se alude al español.
“El médico a Palos” que vimos en el municipal es una inspirada adaptación a nuestro medio y a nuestro tiempo de aquella obra vieja de más de 350 años. Como en la versión original, la versión de Mondacca está llena de escenas familiares que por la exageración de sus rasgos se transforman en absurdas, cómicas y de ese modo críticas de lo socialboliviano. Pese a esa traducción a nuestro medio, la obra es respetuosa de la trama y estructura original concebida por Molière.
Demás está decir que los diálogos, la
gestualidad, en fin, la puesta en escena de las situaciones sociales que ahí se
describen y aparecen reveladas como absurdas, es hilarante. En suma, toda esta
puesta en escena le permite a Mondacca explotar buena parte de los tópicos que
caracterizan la obra de quien fuera uno de los más grandes dramaturgos
franceses, y no solamente. Tópicos como la denuncia de la autoridad abusiva,
que en este caso toma la forma de la denuncia del patriarcado y de la fuerza
policial o parapolicial.
O la puesta en evidencia de la charlatanería de demagogos de toda laya al igual
que la crítica a la desmedida credulidad de las “almas ingenuas” que se dejan
embaucar con una perorata falsamente erudita. También está presente la denuncia
del ostentoso poder del político conectado con las fuerzas represoras, además
de la crítica a los excesos de toda forma de poder, en fin. Es una obra que,
con la sátira, la exageración, la burla, expone e ilustra muchos de los
problemas de nuestra sociedad.
Mondacca adapta también a nuestra época y contexto lo que fueran combates de Molière en la sociedad de su tiempo. Hablamos de esa suerte de militancia velada por los emparejamientos (noviazgos, matrimonios) basados en los sentimientos y no en cálculos materiales o búsquedas de la preservación o la promoción del linaje. Donde Molière mostraba el conservadurismo arcaico y el abuso de autoridad del padre que no aceptaba la elección de pareja de los hijos, Mondacca muestra la difícil asimilación por la “familia moderna” de “otro tipo de parejas ilegítimas” en su seno, que no revelamos aquí para guardar algo de suspenso en la obra.
Así, la obsesión de las familias por lograr matrimonios entre individuos de rangos símiles o ventajosos cómicamente ilustrada y criticada por Molière en la Francia del siglo XVII, en la adaptación boliviana deviene obstinada y risible negativa a aceptar la posibilidad de “otro tipo de emparejamiento” resistido en nuestro medio y tiempo… hasta que, sin embargo, la o el pretendiente no devele su capital económico; siendo el caso, la avaricia pone un manto a los preceptos morales de ese padre de “buena familia” y aspirante a político: la crítica a la postura moral circundante es lapidaria.
Pero hay más. Con sutiles alusiones a los temas caros para la política de nuestro tiempo, Mondacca se atreve a transformar en jocosas, bordeando incluso los límites de lo “políticamente correcto” en este país del “proceso de cambio”, las disputas políticosocioculturales.
Es el caso de las escenas y diálogos que hacen cómicas las distorsiones “pachamamísticas” de la “sabiduría ancestral” (o la charlatanería de sus supuestos representantes). O es también el caso de las escenas en las que, de manera muy explícita, y a través de un grupo importante de actores extras, ilustra las derivas y distorsiones de la “justicia comunitaria”. En suma, con esta versión boliviana del “Médico a Palos”, Mondacca honra esa vieja conquista del arte: la irreverencia para con todo y todos, expresada de manera sutil o explícita. Y con ello es fiel al espíritu de Molière, que ilustrando y transformando en risibles los excesos de la sociedad de su tiempo, se hace su mordaz crítico, a pesar de haber sido el “dramaturgo oficial” del monarca Luis XIV, el llamado Luis el Grande.
Digamos para el final que, pese a lo grato que resulta ver esta obra teatral magistralmente bolivianizada, uno termina con cierta melancolía. Melancolía de saberla efímera, reservada a los privilegiados que pudieron verla en esa única función en el Teatro Municipal de La Paz, y en otras dos funciones “más privadas” en instalaciones del Colegio Franco boliviano. La calidad que la obra condensa exige más funciones. Es de desear que el enorme trabajo que una puesta en escena como esta alargue su vigencia, y viaje por el resto del país.
Carlos Torrico Delgadillo es comunicador y sociólogo.