Por Mauricio Souza Crespo*
1. Por fin las salas de cine empiezan a abrirse, sin mayores restricciones, en el mundo; hasta ahora, no con gran suerte. A la pregunta que nos hemos hecho en silencio 16 meses, entre ansiosos y avergonzados por el patetismo, “¿arriesgaría mi salud para ver esta película en sala?”, la respuesta hoy, con frecuente unanimidad, es la misma: ni cagando.
2. Un buen ejemplo es la debacle de las salas en Estados Unidos. El último año de normalidad, el 2019, se estrenaron por esos pagos 911 películas; y esos estrenos recaudaron en sala 11.320 millones de dólares (aunque hogar de menos del 5% de la población mundial, Estados Unidos es el 25% de la taquilla global). Las cifras de 2021 apuntan en cambio a repetir las catastróficas del 2020: en seis meses se han estrenado solo 216 películas (en el 2020 fueron 454 los estrenos del año completo) y se ha recaudado tan solo 1.136 millones en taquilla, es decir, si proyectamos estas cifras hasta fin de año, el 20% de la taquilla rutinaria.
3. Además, las cifras de 2021 para el mundo entero tienen el inconveniente de ser engañosas: dejaron de ser mundiales y más bien expresan una anomalía, la del peso en taquilla del único país que ha vuelto en pleno a las salas de cine, la China. De lejos, la película más taquillera de los primeros seis meses de este año, en el mundo, es Hola, mamá (822 millones); la segunda, Detective Chinatown 3 (686 millones) y la séptima, Impase (181 millones). Estas son tres de las cinco películas chinas que figuran entre las 10 más taquilleras de 2021. Son números que ilustran la inmensidad de un mercado interno, no su expansión internacional: de los 822 millones recaudados por Hola, mamá, 821 provienen de salas en la China.
4. Hola, mamá y Detective Chinatown 3 son comedias gruesas, la primera melodramática, la segunda de acción. En Hola, mamá, una hija viaja hacia atrás en el tiempo para intervenir o mejorar la vida de su mamá; en la segunda, una pareja de detectives –que gritan y gesticulan sin respiro– resuelven un caso en Tokio (luego de que, en las partes 1 y 2 de esta saga, hicieran lo propio en Bangkok y Nueva York). Todo esto suena como suenan no pocos aportes chinos al comercio: versiones algo dudosas de lo mismo.
5. Hablamos de la crisis histórica de una formade ver cine, no del cine mismo. La pandemia, de hecho, ha impulsado el consumo cinematográfico (y otros hábitos sedentarios) y lo único que se aceleró con ella es la crisis de las salas, crisis que venía de antes y no por culpa de un virus sino del streaming.
6. Una de las preguntas que nos quitan el sueño en estos días es: cuando regresemos a la normalidad, ¿volverán con ella los mismos usos y costumbres, como si no nos hubiéramos acostumbrado ya a otra cosa? ¿Las clases dadas y tomadas serán todas presenciales? ¿Los trabajos serán otra vez de una exclusividad in situ? ¿Iremos con parecida asiduidad a boliches y restaurantes? Etc.
7. Y lo mismo con el cine en los cines. La pandemia nos ha enseñado, con la claridad de sus miserias burocráticas, que quizá el esfuerzo y el costo de ver algo en sala se justifique solo en las condiciones correctas y en ocasiones extraordinarias. El sistema de este consumo sería este: para la experiencia rutinaria del cine nos quedamos en casa y, solo de vez en cuando, nos damos el lujo de buscar fuera de casa los encantos ceremoniales de una sala. O sea, vamos al cine como quien asiste al bautizo de su hija o al matrimonio de colegas. O como quien alimenta una devoción o un vicio: si soy uno de los que se disfraza de jedi los fines de semana y juega con largos focos fluorescentes en su patio a oscuras, ¿cómo no ir al estreno de la última Guerra de las galaxias?
8. Ver cine en sala es hoy, casi invariablemente, una experiencia cara. En Bolivia, la entrada a un multisala cuesta entre el 2 y 3% del salario mínimo nacional (salario que muchos, por otra parte, no ganan). En la ciudad de Nueva York, una entrada –incluso en salas subvencionadas– cuesta 15 dólares, 100 Bs. (Valga la aclaración: ir al cine en Estados Unidos es considerablemente más barato, en relación a los ingresos medios, que en Bolivia: el ingreso medio mensual en La Paz –si confiamos en los datos del INE– es hoy solo el 10% de los ingresos medios mensuales en Nueva York).
9. A veces la experiencia cinematográfica en sala no está a la altura de su mitología. En Bolivia, las condiciones de proyección son –lo siguen siendo– una lotería: las dos películas que vi en sala en La Paz durante la pandemia las vi en un multisala que al parecer no ha renovado sus equipos hace buen tiempo. Aunque grande, la imagen era de menor calidad (por su oscuridad) que la que obtengo en mi casa con un data de alta definición. Resumiendo: pagué cada vez 50 Bs. para ver: a) algo que no me moría por ver (la cartelera en nuestros multisalas funciona como nuestra política: nos empuja a resignarnos al mal menor); b) y que vi no en las mejores condiciones.
10. Como el circo y sus payasos, como los parques de diversiones y sus planificados vértigos, como la Navidad en general, acaso el cine en sala tendrá la suerte de los esparcimientos que son demasiado costosos para ser una costumbre de cada semana o de cada mes. Tal vez nuestra cotidianidad cinéfila será en cambio la que ya es hace años: un ávido consumo privado y casero. Por el precio de una entrada a Rápidos y furiosos 9 en el multisala que me queda cerca, puedo pagar la subscripción de un mes a la plataforma Mubi y escoger entre las 30 películas que ofrece esta noche, cada una de esas 30 a primera vista más prometedora que Rápidos y furiosos 9.
*Crítico del cine