Seguimos con el mismo cuento
de la crisis sanitaria, el país paralizado, el mundo en pausa. Restringen las
libertades individuales, el estado nos controla y nos vigila. Nos siguen los
pasos y nos retan como si fuéramos cabros chicos. Delirante
Brújula Digital |26|03|21|
Odette Magnet
Yo no me vacuno le digo a la mujer sentada frente a mí, con las piernas cruzadas y una tarjeta de identificación prendida a su uniforme blanco, a la altura del pecho. No alcanzo a leer lo que dice. El otro día, le cuento, participé en una marcha y éramos como quinientas personas que salimos a la calle para decirle basta al miedo, al encierro y al atropello, y sí al trabajo, al respeto y a la libertad. No usamos mascarilla ni alcohol gel ni respetamos la distancia social. Rompimos todas las reglas, de adrede. No me ponga esa cara, señora de blanco, y se lo voy a decir de una vez, señora o debiera decirle doctora, no sé quién es, pero sospecho que todo es un invento que salió no sé de dónde, tal vez de China, Estados Unidos o Brasil. No sería el primer complot, la primera jugarreta tenebrosa para dar vuelta el tablero cuando las cosas no marchan según lo pensado. La idea es crear pánico y. claro, hay muertos, pero todas las pestes acarrean muertos. Si es que es cierto. Yo creo que hay algunos científicos que crearon el bicho en sus laboratorios como parte de un plan mucho más grande, más mega, para iniciar una guerra de bacterias a nivel global.
No me importa lo que digan. Seguro que no faltará el que me tilde de terrorista o fascista o de loco. Sólo quiero que la mina que tengo al frente, la señora de blanco, que no está nada mal, me pregunte lo que tiene que preguntarme de una vez, me tome la temperatura, la presión y se vaya sin retorno para poder prender la tele y, como todos los días, ver la conferencia de prensa de las autoridades de salud. Me gusta ver las cifras de los fallecidos, los contagiados, los recuperados, las camas críticas, la saturación hospitalaria y esas cosas. Me entretiene, me excita. Como ciencia ficción.
La mina de piernas cruzadas anota algo en un cuaderno chico y yo le digo oiga ha visto la impresionante campaña del terror y la paranoia que se ha montado para restringir las libertades cívicas, inédita. Bueno, el bicho también es inédito, histórico e histérico. Además, cambia de pinta todas las semanas. Mutante es la palabra que usan. Lo que pretenden es controlarnos por ese miedo que paraliza todos nuestros actos, nuestra voluntad y capacidad de reacción. He seguido el tema con detención, no se crea, y no me voy a dejar engañar para que me atrape esa gigantesca telaraña pegajosa de la manipulación social porque una vez adentro, no te sueltan más, y usted me mira impávida mientras se acomoda en su silla y se baja el borde de la falda que deja ver la mitad del muslo, y yo acerco mi silla a la suya, ahora puedo ver su tarjeta de identificación que dice Dra. Valentina Estévez, se acomoda la mascarilla para decirme que hoy tenemos más sospechas que certezas, algunos creen que la vacuna es mágica pero es muy pronto para ver qué efectos pudiese tener sobre las personas. Usted no se preocupe de eso ahora, señor Ubilla, hay que tener paciencia, pero vamos avanzando. Lamento decirle que se nos acabó el tiempo, pero quédese tranquilito, volveré mañana, está en buenas manos y pronto estará sanito. Oiga, le digo, casi le grito, momentito, por eso yo no me vacuno, no tengo ganas de ser conejillo de indias de nadie. Si algo sale mal nos dirán chuta, perdón, estamos recién aprendiendo, o capaz que mezclen las vacunas o te inyecten agua con azúcar, pero la gente tiene tantas ganas de curarse que se sugestiona y apenas los pinchan se sienten mejor. Qué sé yo. Con la ciencia y los impostores todo es posible. Pero tengo claro que yo no la voy a convencer a usted ni usted a mí así que mejor que cambiemos el tema porque si no esto va a terminar mal. O mejor aún, váyase ya.
La mina se levanta, alisa su falda, y sin despedirse abandona la sala, da lo mismo, yo me saco la huevá de mascarilla y prendo la tele. Los contagios siguen subiendo, asegura el ministro de salud. Lo importante es ir paso a paso. En el verano dimos los permisos para que la gente pudiera salir de vacaciones, se relajara, y pudiéramos apoyar al sector turismo que ha sido tan golpeado, tan golpeado. Pero hay muchos chilenos que viven en la vulnerabilidad, que deben salir a trabajar, que no tienen el ingreso asegurado en pandemia de modo que hay que ver cómo ayudar a esas personas, para que entiendan que no estamos privilegiando los intereses económicos.
Cuando le preguntan si podría haber cuarentena nacional, el ministro agradece la pregunta de nuevo y responde que no se descarta la posibilidad de que el gobierno tenga que apretar el botón rojo del confinamiento total, es un argumento para tener en cuenta. Viejo patético, murmura Felipe, como si alguien pudiera oírlo cuando está solo en la pieza de un recinto sanitario, eso le dijeron, cumpliendo con su cuarentena. Un lugar limpio, sin costo alguno, menos mal porque si hubiese que pagar habrían tenido que ingresarlo con camisa de fuerza. Le aseguraron cuatro comidas al día y monitoreo profesional mañana y tarde, aquí se va a mejorar, eso le dijeron. Felipe se levanta a buscar una botella de agua, hace mucho calor y trata de abrir la ventana, pero no puede. Está como atascada. Raro. Déjeme decirle, estimado ministro sabelotodo, es cierto que Chile lidera en el mundo con las cifras de vacunados, se llenan la boca con eso, lo único bueno que ha hecho este gobierno y le van a sacar toda la punta que puedan. El marketing, escandaloso. Me recuerda al rescate de los mineros, los famosos treinta y tres, ¿se acuerda? En todo caso, dicen que millones se han vacunado en tiempo récord pero las cosas no están mejorando, más bien están empeorando. El festival de los contagios y resulta que la cuarentena tampoco resuelve todo. Al principio le hice caso a los llamados expertos, pero después me di cuenta de que el asunto tenía para rato y no nos iban a soltar la correa hasta que termináramos todos como corderitos mansos, pero si hasta hablan de rebaño, de aplanar la curva, el incremento de la positividad y los avances y retrocesos de las fases uno, dos, tres y cuatro, un paso adelante, y otro para atrás, tanguero salió este virus que se mueve con las personas.
Seamos
claros, ministro, Felipe ya se embaló, lo mejor es que dejemos a toda la gente
en la calle, que se mueran los que tengan que morir, es la ley de la selva. Soy
de los que quieren volver a la normalidad, la vida como era antes. La gente no
se da cuenta, pero nos muestran solo lo terrible, lo tenebroso, el bicho puede
ocasionar molestias, dolor de cabeza, un resfrío, como cualquier virus. Los que
mueren estaban enfermos de antes, usted lo sabe. El tema es que se exagera
mucho, se dicen tantas mentiras, le ponen harto color solo para subir el rating
de los canales y sembrar el pánico. Yo no me vacuno. ¡Hay que reactivar la
economía! Estamos cansados de vivir con toque de queda y yo sólo le digo que tengan
cuidado, señores autoridades, porque de repente nos vamos a rebelar en serio y
vamos a salir a las calles a protestar por todo Chile. Los pacos no van a dar
abasto y no va a ser bonito. Algo hicimos el otro día, pero eso fue un breve ensayo.
Oiga, no me ponga esa cara de sorprendido porque lo único que tenemos en común
los cuicos y los flaites es que estamos chatos con la pandemia. Seguimos con el mismo cuento de la crisis sanitaria, el
país paralizado, el mundo en pausa. Restringen las libertades individuales, el
estado nos controla y nos vigila. Nos siguen los pasos y nos retan como si
fuéramos cabros chicos. Delirante. Los restoranes y bares cerrados, los
colegios, los gimnasios, el comercio, paralizados. Un día van a cerrar las bombas
de bencina, el Metro, los aeropuertos, las farmacias, los bancos y los
supermercados, falta poco para que nos repartan cupones de racionamiento, y
dónde quedó la libertad de elegir digo yo. Todo online y el que no puede
hacerlo que organice un bingo.
El encierro nos tiene a todos medio cagados de la siquis, enfermos de
estresados, con fatiga pandémica como le gusta decir a usted, muchos meses sin
salir, sin ver a la familia, a los amigos, como que a ratos dan ganas de que
alguien te abrace o poder tirar con alguna amiga con ventaja. Mi vieja se enojó
el otro día, porque supo que yo andaba de carrete con el contagio a cuestas
después de la marcha y me dijo cuándo vas a madurar, Felipe, eres muy
irresponsable, seguro que ahora yo estoy contagiada, lo único que faltaba. Me
quedé callado porque ella también tiene sus años, o sea está en edad de riesgo
como dicen los especialistas, pero me echó en cara que yo no quise acompañarla
a vacunarse cuando me lo pidió. El tono fue subiendo y terminamos a los gritos
y yo no quería insultarla, en el fondo estaba medio arrepentido y le iba a
pedir disculpas, pero con la rabia le grité vieja, por qué no te dejai de
hinchar. Me quedó mirando unos segundos y se puso a llorar, tiritaba entera, parada
en la mitad del living con la aspiradora en la mano porque era hora de hacer el
aseo, mediodía, y mi vieja no perdona el polvo en la casa. Esa fue la última vez
que la vi, creo.
Terminó la conferencia de prensa. Felipe cambia el canal y se pasa a un matinal. Hemos tenido que echar mano a los pocos ahorros que teníamos, dice la señora Juanita, dueña de una modesta residencial en El Quisco. Ahí está regando su pedacito de jardín y esperábamos recuperarnos en el verano, pero no fue así, mucho anuncio de bono para esto y para lo otro, pero por acá no ha llegado nada. Hace meses recibimos una cajita feliz con tallarines, azúcar, té, aceite, esas cosas. Nos vino súper bien pero nunca más.Ahora con esto de la pandemia no tenemos para cuándo y mucho aplauso con la vacuna, pero con la vacuna no comemos. La señora Juanita se queda callada con la cabeza gacha y me da pena ver a la vieja con la manguera y el hilo de agua que cae porque se nota que quisiera no llorar, está haciendo pucheros bajo la mascarilla y se pasa la mano por los ojos porque no sabía que la iban a entrevistar y no tiene pañuelo. La vecina es más combativa y aprovecha que está la tele y dice con la voz firme alguna vez que le toque al pueblo, seguro que nos encierran de nuevo si ya veníamos mal desde el estallido y no podimos levantar cabeza, ocho meses sin que nos entre un solo peso, estamos desesperados, después hablan de esa cuestión del pilar solidario, si en este país cada uno se rasca con sus propias uñas, el gobierno es puro discurso mientras la gente está pasando hambre. Nosotras necesitamos trabajar para llevar comida a la mesa. Claro, tenimos miedo, nadie quiere infectarse, pero no queda otra. O los morimos de hambre. Qué cagada, piensa Felipe, todo mal. Tiene mucho calor, hace falta aire, le duele la cabeza y el pecho. Se levanta de la silla, quiere a salir a caminar un rato. Trata de abrir la puerta, pero no puede. Está como atascada. Raro.
Odette Magnet es periodista y escritora chilena.