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Cultura | 09/11/2020   08:20

Las mejores de la cuarentena II: Cinco ficciones

Brújula Digital |9|11|20|

Mauricio Souza Crespo, Tres Tristes Críticos

Hace unas semanas decía que ya existen los consensos críticos sobre lo mejor de enero a octubre del 2020. Y me proponía el servicio de escoger y comentar, de entre el barullo de esos consensos virtuales, 10 películas, accesibles ahora mismo en DVD (pirata), en Netflix (por subscripción), en Prime Video o Apple Tv (en alquiler o compra). Empecé con cinco documentales y continúo ahora con cinco ficciones, cada una de ellas una exploración narrativa o un controlado experimento que reproduce o acompaña la desazón de la época. Aquí van:

1. Estoy pensando en terminar esto (I’am Thinking of Ending Things). Las películas de Charlie Kaufman vuelven con disciplinada fidelidad a un mismo asunto: la improbable representación en el cine de la interioridad de los personajes. Han sido (y son) dos las herramientas dominantes de esa figuración: los rostros de los actores, índices de las hipotéticas ‘procesiones que pasan por dentro’; y las inflexiones de una voz que, dirigidas al mundo en afán confesional, nos sugieren lo que se piensa y se siente. Esos son, por ejemplo y respectivamente, los modos que usan clásicos como La pasión de Juana de Arco (1928) de C.T. Dreyer, en la que buena parte de lo mucho que sucede en el relato es lo que sucede en el rostro de su actriz principal, Maria Falconetti; o de Apocalipsis Ya (1979) de F.F. Coppola, que matiza su gran show bélico de variedades con las confesiones y relatos, en off, de los actores principales, Martin Sheen y Marlon Brando, como si el trauma fuera algo que queda, residuo tal vez, atascado en la voz. Frente al mismo problema, Kaufman elige una solución fantástica: persigue la representación directa, es decir, espectacular o teatral, de la interioridad de sus personajes, interioridad de la que, aspirante a Descartes hollywoodense, duda su existencia. Si en ¿Quieres ser John Malkovich? (1999) el ‘interior’ de los personajes era un sistema de espacios claustrofóbicos conectados por tubos, y en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004), un archivo de perecederas escenas editables, aquí, en la que es quizá su mejor exploración del asunto, Kaufman imagina que ‘el interior’ de los personajes es un pastiche no resuelto de recuerdos narrados como si fueran ajenos, de la escenificación de casi obligatorios traumas (los padres, el colegio, los variados fracasos) y de préstamos de la cultura compartida: sus personajes citan a la letra –en tanto materia misma de sus más íntimos pensamientos– poemas y novelas, reseñas de cine, musicales. Esta película ha sido desestimada por algunos comentaristas por las dificultades que interpone a su comprensión; en su defensa, y según el repetido secreto de cintas anteriores de Kaufman, sólo basta con que nos avisen de antemano de qué va la cosa: en este caso, que lo que vemos de principio a fin son los recuerdos y alucinaciones que el solitario portero de un colegio convoca en el momento de su agonía. Si tenemos esa clave, ya nos podemos relajar e incluso disfrutar lo que vemos. Por ejemplo, la escena en la que un personaje recita, como si fueran palabras que se le han ocurrido en ese momento, una prepotente reseña de cine de Pauline Kael. (Netflix y DVD)

2. Primera vaca (First Cow). Kelly Reichardt se ha especializado en construir dramas –duros, inmisericordes– con ingredientes y según pautas inusuales (véase, al respecto, sus mejores cintas: Wendy y Lucy de 2008 y Ciertas mujeres de 2016). En esta, y haciendo pleno uso de su talento para desfamiliarizar espacios y paisajes, Reichardt traza una ominosa pastoral norteamericana en los tiempos de la primera colonización de sus territorios. El creado es un entorno a la vez íntimo, hermoso y violento –acaso la única combinación posible en el país de Whitman y Melville–, en el que mucho es nuevo y a la vez familiar, en el que la naturaleza parece eterna y los afanes humanos con frecuencia al borde de la catástrofe, como en un cuento de Horacio Quiroga. (Prime Video y DVD).

3. Una gran mujer (Beanpole). De la jovencísima nueva figura del cine ruso, Kantemir Balágov, un ejercicio de estilo que es, también, un drama que copia a Krzysztof Kieślowski con su postulación de horrores, obviamente nunca explicados, en el centro ausente del relato. Esta historia de amor se ubica en Leningrado en 1945, en la inmediata postguerra, en un hospital, en una ciudad de excombatientes y espectros. A los encantos hipnóticos de sus protagonistas –dos actrices primerizas en actuaciones perfectas, una de ellas una hermosa mujer albina de 1,83 m–, Balágov le añade el espectáculo minuciosamente pictórico de su puesta en escena: cada toma es un deslumbrante cuadro en ocres, rojos y, sobre todo, densos verdes de pared a pared. Uno no sabe si concentrarse en las brutalidades narradas (por ejemplo, un niño es sofocado, no se sabe si accidentalmente) o en los decorados y otras preciosidades visuales conspicuamente puestas a la vista. Pero uno no puede dejar de mirar. (Prime Video y DVD).

4. Retrato de una mujer en llamas. (Portrait de la jeune fille en feu). Cumpliendo lo que promete en su título, Céline Sciammarelata un romance (de jóvenes mujeres “en llamas”) en el que las protagonistas no sólo se saben observadas sino que posan sin respiro: una para la otra y las dos para nosotros, los espectadores. Y como la una es pintora y la otra su renuente modelo (en una isla, a fines del siglo XVIII, en Francia), la película es además una oportuna reflexión sobre la “representación” de la mujer –y de los universos femeninos alternativos o paralelos– en el arte occidental. Que las representaciones, en general, sean, además de serlo, relaciones intersubjetivas a veces indiscernibles de la experiencia cotidiana es algo como que un lugar común del cine-arte contemporáneo, pero aquí –y aunque se note la torpe deliberación programática del feminismo estético convocado– es un buen complemento de una encantadora historia de amor. (Apple TV y DVD).

5. Nunca Raramente A veces Siempre (Never Rarely Sometimes Always). Una adolescente de pocos recursos decide, sin más apoyo que el de su mejor amiga, emprender el viaje desde su pequeño pueblo en Pennsylvania a la ciudad de Nueva York, para hacerse un aborto. Resumida en esos términos, no es difícil prever inevitables tropiezos estéticos e ideológicos; pero esta es tal vez la mejor de las películas aquí comentadas. Y como es cine-arte independiente, no debería sorprendernos que Eliza Hittman, la directora, no quiera explicar más de la cuenta la historia que cuenta y se limite al sobrio y reticente registro de escenas indicativas. Pero tales recursos, comunes a las estéticas hoy en boga en los festivales de cine, son aquí utilizados no solo con un control exacto, sino que sirven, como si Hittman los hubiera inventado o hecho a la medida de su ambición, en la recreación de un mundo adolescente ensimismado y melancólico, que se comunica según los códigos del sobreentendido y del silencio. Curiosamente, con estos usuales gestos de la reticencia narrativa, Hittman logra un relato heroico, a ratos la gesta de una autodeterminación; es imposible no conmoverse y de hecho uno desea haber estado ahí para ayudar a la protagonista. Decíamos que algunas películas se narran en los rostros de sus actores y esta es una de ellas: la notable Sidney Flanigan, a la que seguimos absortos incluso en su elocuente quietud. Se ha dicho que la secuencia en la que la protagonista responde a un cuestionario sobre su historial sexual (de ahí el título: “nunca, raramente, a veces, siempre”) bien puede ser una de esas experiencias que, con el tiempo, devienen parte de nuestros propios recuerdos. 





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