Brújula Digital |3|10|20
Rodrigo Ayala Bluske / Tres Tristes Críticos
Estos últimos años se ha producido una explosión de seriales de calidad sobre superhéroes. A pequeña escala, parece ser un fenómeno similar al que se dio en la televisión en general hace seis o siete años; producciones que encuentran nuevos caminos para la creatividad que al cine le están vedados debido a las condicionantes que le impone el sistema de distribución. ´
Lo cierto en todo caso es que las fórmulas de Marvel y DC, adosadas por humor en el primer caso, y por una seriedad dramática lindante con la cursilería en el secundo, parecen agotadas. Es verdad que recientemente Joker (2019) constituyó un intento interesante, pero no se trata más que de una gota en el océano.
De los cuatro o cinco productos relevantes que se han estrenado en los últimos dos años, sobresale Watchmen (2019). Podríamos decir que se trata de una “delicatessen”, si es que usáramos el lenguaje gastronómico, y ya en el marco del audiovisual no nos queda duda que se trata de una de las cumbres del género, comparable a cintas como El Caballero de la Noche (2008), en cuanto a su significación para el desarrollo del género.
Watchmen logra construir con éxito una estética centrada en el preciosismo; se trata de una condicionante que viene del comic original, pero de las dificultades para lograrlo con éxito ya fue testigo el filme de Zack Snyder, realizado en 2009, que se adelantó a la serie en la adaptación. El problema de tener intenciones preciosistas es que fácilmente estas pueden confundirse con la pretensión, (otras cintas de Snyder, como 300 (2007) y Sucker Punch (2011) son testigos de ello). Por el contrario, son pocos los ejemplos de películas que explícitamente han pretendido ser “bellas” y que lo han logrado desarrollando un estilo coherente con su contexto y ensamblado con sus otros elementos, donde el planteamiento estético se convierte en una pieza más de la narrativa. En el mejor cine hay ejemplos extraordinarios como la inolvidable Barry Lyndon (1975) de Kubrick y Blade Runner (1982) de Ridley Scott.
En Watchmen el planteamiento estético se funde con una trama de suspenso impecable y con la descripción detallada de una sociedad alternativa que recrea, y probablemente anticipe, algunos de los miedos que acechan al Estados Unidos de la actualidad. Damon Lindelof, el creador de la serie, junto con el más conocido J.J. Abrahams, tuvo su primer gran éxito con el clásico de la televisión Lost (2004-2010). Después de ese logro, el segundo produjo y dirigió varios filmes de enorme repercusión (las series Star Treak y Star Wars por ejemplo). Por el contrario, Lindelof ha sido más escaso en su producción, aunque ha generado productos de altísima calidad como The Leftlovers (2014-2017).
En la senda de Watchmen, HBO estrenó hace poco Lovecraft Country (2020); casualmente, entre sus productores ejecutivos se encuentra J.J. Abrahams, aunque su mayor influencia, por lo menos temática, parece encontrarse en Jordan Peele, productor y realizador que saltó hace poco a la fama merced a la película Get Out (2017), en la que combina con habilidad el manejo de las claves del cine de suspenso, con una nueva visión sobre el racismo contemporáneo en Estados Unidos.
En Lovecraft Country, la mecánica de alguna manera se repite. Con las hermosas imágenes en las que predominan los naranjas y rojizos se desarrolla una historia que mezcla la magia y la fantasía, con el racismo crudo de los Estados Unidos de los 50. La fórmula funciona, aunque en ocasiones parece demasiado maniquea (la mujer negra que se convierte en blanca y contrasta ambos mundos, los héroes negros-negros enfrentados a los villanos ultra-blancos).
El esteticismo y la política, especialmente centrada en el racismo esta última, parecen ser las características de esta tendencia; Doom Patrol (2019-2020), también emitida por HBO, ubica sus orígenes en un villano nazi a pesar de contar una historia contemporánea. En este caso, la propuesta se centra en una refinación de lo bizarro. Los héroes de la serie son “feos”; un hombre recubierto de metal tosco y mal hecho, una mujer hermosa que rápidamente adquiere formas grotescas, etc. Los personajes principales son un grupo de perdedores y el mérito de los creadores de la serie consiste en querer manifestar esa característica no solo en la temática, sino en la construcción visual de los personajes.
The Boys (2019-2020), que se emite en la plataforma de Amazon y que según algunos reportes es el serial más exitoso de la misma, con pretensiones estéticas menos explicitas, tiene la virtud de retratar una sociedad cínica, donde los superhéroes representan intereses comerciales corruptos y donde el equivalente de Superman es un psicópata con serios trastornos de personalidad. Lo rodean un grupo variado de violadores, superhéroes adictos, etc. Lo interesante además es que el grupo que los combate, a medida que avanza la narración, va tomando características parecidas a los de los villanos. A pesar de que en la primera temporada no era tan explícito, en la segunda, también esta propuesta toma un giro que la conecta con el nazismo y el racismo contemporáneos.
Finalmente, también vale la pena mencionar a The Umbrella Academy (2019-2020), que se emite por Netflix. En este caso la propuesta se destaca por la riqueza en la construcción de sus personajes y un ritmo muy bien llevado.