Brújula Digital |25|8|20|
Katherine Quint Soliz
Cuando se inició la pandemia del coronavirus y nos tocó iniciar una cuarentena (ya sea voluntaria o, por temporadas, impuesta) muchos de nosotros vimos la posibilidad de poder completar varias tareas que por “falta de tiempo” habíamos dejado de lado. Se presentaba, con la pandemia, la oportunidad perfecta para realizarlas. Pero, pasados los meses ¿lo hemos logrado? Seguramente no porque optamos por procrastinar.
A partir de una experiencia propia, el laureado economista, catedrático de la Universidad de Berkeley y Premio Nobel 2001, George Akerlof, escribió el ensayo “Procrastinación y Obediencia” en 1991, reflexión que abrió la puerta para que este tema se convierta en objeto de estudio para diferentes áreas del conocimiento, entre ellas la Psicología.
Procrastinar significa aplazar actividades que debemos atender para sustituirlas por otras más irrelevantes, pero más agradables o fáciles de hacer. Y hacemos esto por miedo a afrontar el deber. Priorizar mal una tarea conlleva un alto gasto de energía, pues en realidad no es que se huya de la tarea en sí, sino del estrés que ésta genera, y por tanto se las evita arguyendo pretextos simples que conducen al autoengaño.
Al parecer, procrastinar es parte de la naturaleza humana. La preferencia por la gratificación inmediata, más aún en estos tiempos donde podemos alcanzar todo a un click de distancia, en un celular, facilita su instauración como una forma frecuente de comportamiento. Entonces, ¿qué pasa para que esto ocurra?
En un primer momento tenemos una tarea que nos genera incomodidad y sólo pensar en completarla nos llena de ansiedad, entonces el cerebro busca algo más placentero en que ocuparse, y luego transformará el hecho de realizar esa tarea en un estímulo aversivo, desagradable y además racionalizará su postergación con excelentes justificaciones e inventará pretextos.
En un segundo momento, el deber viene a la cabeza con mayor intensidad y con carga emocional, así la culpa comienza a atormentar por no haberlo realizado. Nuevamente se presenta el estrés y es en ese momento que el autoconcepto y autovaloración se ven comprometidos y afectados.
Se procrastina no cuando se pospone una tarea solamente, sino también cuando se está consciente que esto va en perjuicio nuestro. Es ahí que uno se percata de la conducta irracional.
Posiblemente existe la dificultad en visualizar la razón para hacer esa determinada tarea por considerarla una obligación, no pensamos en las consecuencias de no realizarla ni en los beneficios que nos trae si la cumplimos. A su vez, puede surgir el miedo al fracaso que se justifica con el deseo de alcanzar la perfección, o simplemente la duda sobre la capacidad que se tiene para realizar la tarea.
¿La procrastinación tiene remedio? ¿qué se puede hacer?
Ayudaría relacionar la tarea con un objetivo personal, con algo que realmente queremos alcanzar y que tenga un impacto en nuestra vida, así como visualizar de aquí a un año habiendo hecho o no la tarea que se está aplazando y poniendo en práctica un ejercicio donde se complete la frase: “Gracias a que yo hice…he logrado…”.
Es importante también priorizar lo urgente y lo importante, diferenciándolas por el tiempo en el cual su postergación impactará nuestra vida en cualquier ámbito, o dividir la tarea en subtareas con plazos definidos, que a su vez se convierten en planes que ayudan a organizar mejor el tiempo. Se puede empezar haciendo una subtarea, tomando un mínimo de tiempo, por ejemplo, decidir dedicarle 5 minutos por la tarde y otros 5 por la mañana.
Apreciar el proceso más que el resultado. La realización de cada subtarea, si bien acerca más al objetivo, tiene su gusto en sí misma, por lo que se puede aprender o porque simplemente pone a prueba nuestras competencias y desarrolla otras.
Buscar inspiración, escuchando música para energizarse o charlas motivadoras, viendo películas y videos o leyendo biografías de personas que alcanzaron sus objetivos a pesar de las adversidades resulta también útil.
Por último, pedir ayuda a terceros para que colabore en el control de los plazos o para mantener alta la motivación de diferentes maneras, es importante. Una manera puede ser, que esta persona nos recuerde el objetivo personal que guía la tarea o que nos recuerde el grado de importancia e impacto que el cumplimiento de la tarea tendrá en nuestra vida.
Los sueños se construyen paso a paso. Por ello es importante cuidar el diálogo interno, las cosas que uno se dice a sí mismo. Las personas se convierten en lo que piensan, en sus miedos y en sus propias mentiras y en la subvaloración que puedan sentir de sí mismas. Todo ello pierde fuerza cuando se toma una decisión sobre nuestra vida, hacia donde nos dirigimos y qué queremos lograr.
Toca valorar el proceso aquí y ahora, un paso a la vez, pero sin dejar de caminar.
Katherine Quint Soliz es psicoterapeuta y magister en terapia familiar.