El libro plantea que los modelos tradicionales —liberal y socialista— no han logrado garantizar el bienestar integral. Propone, en cambio, un “camino del medio” que articule desarrollo material, cuidado colectivo y salud mental como eje central de la vida social.
Brújula Digital|17|12|25|
Isabel Navia
El libro de Gustavo Castellanos, Ejercitar la Esperanza, es una obra difícil de encasillar. Se presenta como un ensayo, pero ¿sobre qué exactamente? Habla de bienestar mental y esperanza, pero no es autoayuda. Aborda la productividad, los modelos liberales y marxistas, y el impacto ambiental, pero no es un tratado económico ni político. Explora las religiones sin ser una guía espiritual, y pasea con soltura por teorías filosóficas sin pretender ser un manual académico.
Lo que ha hecho Gustavo es ir más allá de los límites habituales, para ofrecer el resultado de una búsqueda extensa y deliberada. Su propósito es construir una guía, una ruta, una llamada a la acción acompañada de un manual de instrucciones.
El libro articula temas tan diversos como complementarios y en esa mezcla radica su originalidad. Sacude esquemas como quien agita un frasco con agua y aceite para crear una emulsión: un bálsamo para la mente del lector.
El autor admite que su trabajo es una suerte de carta de navegación, construida con lo disponible. Es decir que nos ha ahorrado a todos nosotros, el esfuerzo de la búsqueda, recopilación y análisis de una enorme cantidad de ideas y consensos para llegar a la idea central del libro: el balance que como sociedad necesitamos generar entre cuidado, productividad y bienestar integral.
Este balance, sostiene, tiene como fin último el bienestar mental. Y para explicarlo, combina bases conceptuales con ejemplos claros, casos y experimentos científicos. Nos guía por los caminos que la humanidad ha transitado en su búsqueda de prosperidad material y felicidad, y desglosa conceptos como empatía, deseo, placer y adicción a la dopamina, junto a productividad, prosperidad y muchos más.
El análisis explica cómo, a través del tiempo y la diversidad de cambios por los que ha atravesado la humanidad, hemos ido minando nuestra salud mental, oscilando entre extremos que nos seducen por distintas razones, cuando lo que realmente necesitamos es un centro simple y sano. El camino del medio, dice, es siempre el más sensato.
El desafío, entonces, es ejercitar el equilibrio. Una tarea no tan simple, pues creo que muchos vivimos bordeando abismos, ya que la incertidumbre se nos ha hecho una constante.
Para sustentar sus ideas, Gustavo recurre a una constelación de autores como Aristóteles, Marx, Darwin, Freud, Byung-Chul Han, Bauman y, por supuesto, Bernardo Toro, a quien reconoce como una referencia central.
De esa exploración surgen reflexiones como la base ética del cuidado y su doble función: sanar y prevenir daños; así como sobre la eudaimonía, el término griego para nombrar la vida plena y con sentido. Y plantea que cuando los esquemas tradicionales, como el liberalismo y su búsqueda de prosperidad, o la utopía socialista, no han logrado concretar sus promesas de bienestar, por múltiples causas, lo que tenemos que hacer es desafiar al sistema desde lo inesperado. Y lo inesperado, según Gustavo, es el bienestar integral.
Paradójicamente, en una era de avances que hace apenas dos siglos habrían parecido fantasías, vivimos en un estado permanente de ansiedad, acompañado de un grave deterioro ambiental y una creciente desigualdad económica.
Aquí también entra en juego la complejidad de la naturaleza humana. Los modelos de poder, explica el libro, fracasan una y otra vez porque intentan encajar a las personas en moldes previsibles. Sin embargo, somos impredecibles: nos movemos entre la compasión y el altruismo, y la competencia y el egoísmo.
Y aunque la competencia está tan en boga, cuando se incentiva la colaboración, florecen la gratificación y la salud mental, insiste Gustavo.
La humanidad ha aprendido a cuidar masivamente a través de múltiples inventos, servicios y políticas. Sin embargo, ni el cuidado liberal —productivo e individualista— ni el cuidado socialista —paternalista e ineficiente— ofrecen respuestas suficientes.
El cuidado, como base ética central, es una responsabilidad colectiva que requiere recursos, pues nos sostiene a todos y cada uno. Por lo tanto, requiere el diseño de un modelo productivo distinto, menos concentrado, transparente y con reglas efectivas. Un modelo que rescate lo mejor de lo ya probado.
Ejercitar la esperanza empieza por uno mismo. Ser optimista no basta, porque el optimismo es pasivo. La esperanza, en cambio, exige acción y esfuerzo. Esa es una llamada fundamental del libro, que habla de la importancia de desarrollar el conocimiento, de construir una vida con propósito, de preservar la conexión real entre nosotros, entre otros temas, pero con una mirada que supera la romantización de esos términos, pues los planteamientos están sustentados en hechos, en pruebas y en estudios.
En síntesis, y sin contarles el final, rescato algunas ideas que merecen ser grabadas en nuestras cortezas cerebrales, para transformarlas en acciones cotidianas:
- Entender el equilibrio como necesidad vital en un mundo interconectado, pero también fragmentado.
- Priorizar el bienestar integral, que une lo material con lo mental.
- Reconocernos en nuestras diferencias, para fortalecer la convivencia.
- Cuidar a las personas y al entorno, asumiendo ese acto no como una carga, sino como alivio y liberación.
- Recuperar la espiritualidad como antídoto frente a la dopamina y la modernidad líquida.
Este libro es una invitación a replantear nuestros esquemas, a desafiar lo establecido y a apostar, con lucidez y con disciplina, por un bienestar más profundo y más humano.
Texto leído en la presentación del libro. Isabel Navia es comunicadora social y promotora cultural.
