Por eso es que el musical es un género tan difícil; el director debe tener la habilidad de concatenar las escenas “cantadas”, con las “dialogadas”, en una estructura narrativa coherente, y mediante una sublimación de la realidad desarrollar determinada temática.
Brújula Digital |22|06|25|
Rodrigo Ayala Bluske |Tres Tristes Críticos|
Llegó Emilia Pérez a una de las plataformas de streaming, y, por fin, después de la avalancha de noticias, chismes, polémicas, etc., que suscito antes de los premios Oscar, hemos podido verla, tratando de que nuestro juicio no esté sesgado por las controversias mencionadas.
¿Dónde está el mayor problema de Emilia Pérez?, no en el retrato caricaturesco que hace de México, o en la liviandad con la que aborda sus líneas temáticas. El problema es que simple y llanamente no es un buen musical, es decir, que no logra cumplir con los estándares básicos del género.
¿Qué es lo que diferencia un buen musical de uno malo?; la capacidad que tiene de convencer al espectador de la verosimilitud del pedazo de realidad que está retratando, en el marco de un género que presupone un nivel mínimo de fantasía. La capacidad de atraparlo durante la duración del metraje de la cinta. Y si es que, en ese marco, la creación musical en si misma es buena, entonces seguro nos encontramos ante una obra sobresaliente.
Por eso es que el musical es un género tan difícil; el director debe tener la habilidad de concatenar las escenas “cantadas”, con las “dialogadas”, en una estructura narrativa coherente, y mediante una sublimación de la realidad desarrollar determinada temática. Por ello, en general, se lo asocia con realidades edulcoradas de tendencia conservadora; sin embargo, en algunos de sus mejores ejemplos ha sabido retratar realidades harto complejas: El violista en el tejado (1971), Jesucristo Superstar (1973) o All that Jazz (1979), constituyen algunos de los mejores ejemplos.
En Emlia Pérez, de repente los personajes empiezan a cantar y bailar sin que las propuestas musicales tengan una calidad mínima y, por supuesto, sin que nos “envuelva” en ningún tipo de relato coherente. El juego de la película en realidad es el de sorprender contrastando; personajes y situaciones que no encajan fácilmente con el recurso expresivo planteado, y que en la cinta lo hacen de manera forzada.
Y es que esa voluntad de “impactar” es la que determina todo el armado de la película. Se podría fantasear con que el director Jacques Audiard se juntó con sus productores y desarrollaron un dialogo que podría estar resumido en los siguientes textos:
- Hagamos una película exótica
- ¿Dónde?
- En México
- Uff, trilladísimo
- Con narcos
- Hay montones de series sobre eso en Netflix
- Y la juntamos con el tema de los desaparecidos
- Ninguna novedad
- Podemos hacer que el jefe narco sea trans
- Mmmmh, puede ser
- Y además hacemos que sea un musical
- Si, Tal vez funcione y tal vez de esa manera podamos entrar fuerte a un festival
Algunas de las mayores criticas que ha recibido la película se debe a la caricaturización que realiza de los mexicanos y su pobre lectura de la realidad en la que desarrolla. Se trata de un factor irritante, que a lo largo de la historia ha sido una constante, especialmente en el cine norteamericano, pero que, sin embargo, no tiene implicaciones decisivas en la calidad narrativa de un film. En el caso de Bolivia, nos tocó sufrirlo con una película destacada como Butch Cassidy and The Sundance Kid (1969]), de George Roy Hill. Evidentemente daba “bronca” ver al país retratado como un “clon” de México, pero esa molestia se desvanecía rápidamente ante una historia relatada en forma brillante.
Emilia Pérez busca el “impacto” en la crítica y en la taquilla, de manera similar a la manera en que lo hizo Blonde (2022) de Andrew Dominic, donde la combinación entre una biografía distorsionada y lastimosa de Marilyn Monroe, con los desnudos de Ana de Armas, lograron colocarla en primer plano durante un corto periodo de tiempo. No se trata de nada nuevo, en los setenta Ken Russell encandiló a sectores de crítica y público, con películas donde mezclaba biografías de músicos y otros personajes célebres, con situaciones grotescas, atrevimientos y desviaciones sexuales, etc. Hoy esas películas, y el mismo Russell están confortablemente olvidados.
Caso similar al de nuestra Emilia, que después de un corto periodo de promoción y polémica, adosadas de una fuerte carga de histeria, se ha perdido de la noción del público y seguramente en poco tiempo se perderá de la memoria.