La discriminación en Bolivia no ha desaparecido, pero ha cambiado, aunque sigamos llamándolo simplemente racismo. Persiste en el lenguaje, en la estructura social y en la forma en que los bolivianos nos miramos unos a otros.
Brújula Digital|05|11|25|
Diálogos al café Marcos Escudero
Aunque se han realizados diversos esfuerzos para superar la discriminación en Bolivia, persisten prejuicios y jerarquías que se resisten a desaparecer.
Diálogos al Café Marcos Escudero reunió a cinco investigadores con larga trayectoria en el estudio de la discriminación en el país: María Teresa Zegada y Gabriela Canedo, sociólogas cochabambinas y autoras de Mi delito, ser indio; a Fernando Molina, periodista y ensayista; Gustavo Calle, investigador de temas indígenas, e Ilya Fortún, estratega político y comunicador social.
El propósito del diálogo fue examinar la persistencia de prejuicios y mecanismos de discriminación en la Bolivia de hoy, a pesar de los avances legales y del discurso igualitario. Los expositores coincidieron en que el problema se expresa en las diferencias culturales, regionales y de clase.
Desde perspectivas diversas, analizaron tres dimensiones centrales: la instrumentalización política del racismo, el surgimiento de nuevas élites que desafían antiguos prejuicios, y los límites del Estado Plurinacional frente a la desigualdad estructural.
Manipulación política y continuidad histórica
Los panelistas coincidieron en que el racismo boliviano es muy antiguo y confunde diversos criterios en las prácticas cotidianas, reavivándose en coyuntura críticas. Aunque las leyes prohíben la discriminación, ella sigue incrustada en las relaciones sociales, los imaginarios y los discursos. La política –señalaron– ha convertido la identidad étnica en un recurso de polarización: primero como exaltación de lo indígena y luego como símbolo de victimización o exclusión.
Este uso estratégico de la diferencia ha creado una tensión constante entre lo “popular” y lo “elitista”, lo “camba” y lo “colla”, evidenciando que las diferencias se utilizan para moldear el clima político. La igualdad constitucional no ha logrado traducirse en una convivencia horizontal, y los viejos prejuicios resurgen bajo nuevas formas de rivalidad simbólica y regional.
Identidad, clase y nuevas élites: del cholo al poder simbólico
El debate profundizó en cómo las diferencias étnicas se han transformado con distinciones de clase y cultura. En la Bolivia contemporánea, lo “indígena” ya no es sinónimo de lo “popular” ni se definen solo por el fenotipo, sino por el modo de hablar, vestir, producir o consumir. Surgieron nuevas élites mestizas y alteñas que han acumulado poder económico y visibilidad, pero que aún enfrentan desconfianza y estigmas sociales.
Los participantes resaltaron que la política reproduce esta división: mientras unas candidaturas apelan a la identidad urbana y empresarial, otras movilizan el orgullo popular. Ambos polos, sin embargo, reflejan un mismo dilema: la dificultad de construir una identidad común sin negar la diversidad. La educación y la movilidad social pueden ser vías de integración, siempre que no impliquen homogeneizar ni diluir las identidades culturales que enriquecen al país.
Educación, desigualdad y los desafíos del Estado Plurinacional
La última parte del diálogo se centró en cómo enfrentar el racismo desde el Estado y la sociedad. Se reconoció que la Ley 045 contra el racismo representó un paso importante, pero insuficiente, porque la discriminación está tan naturalizada que muchos no la perciben. Los expositores coincidieron en que el cambio real requiere transformar la cultura y no solo sancionar conductas.
El Estado Plurinacional fue objeto de un debate abierto: algunos lo defendieron como una acción afirmativa que empodera y reconoce la diversidad; otros advirtieron que su excesiva politización debilitó su función integradora. Se enfatizó que la desigualdad económica y educativa sigue siendo el terreno donde germina el racismo. Superarlo, afirmaron, implica combinar inclusión con meritocracia y democracia con justicia social.
Consideraciones finales
El conversatorio cerró con una conclusión compartida: la discriminación en Bolivia no ha desaparecido, pero ha cambiado, aunque sigamos llamándolo simplemente racismo. Persiste en el lenguaje, en la estructura social y en la forma en que los bolivianos nos miramos unos a otros. La democracia ha funcionado como un dique contra la violencia y ofrece el marco para avanzar hacia una igualdad efectiva.
Los panelistas coincidieron en que la educación intercultural, la movilidad social y la convivencia democrática son pilares para una transformación profunda. El desafío no es elegir entre homogenización o diferenciación, sino reconciliar diversidad e igualdad dentro de un mismo proyecto nacional. El espíritu del encuentro tal vez pueda resumirse en la frase: Bolivia será más justa cuando deje de temer a su pluralidad y aprenda a reconocerse en ella.