La zona fue fundada a mediados de los años 60 del siglo pasado por hombres y mujeres de la prensa. El barrio no sólo era su refugio, sino también un espacio donde compartían sus triunfos y frustraciones. La solidaridad entre colegas trascendía las redacciones.
Mirna Quezada|17|07|25|
En la zona de Obrajes, al sur de La Paz, sobre la avenida Roma y frente al río Choqueyapu, que aún corre con su murmullo constante, floreció uno de los vecindarios más entrañables y simbólicos de la ciudad: el Barrio del periodista. Un lugar que, desde su fundación, en 1966, acogió a decenas de trabajadores de los medios de comunicación y dio forma a una comunidad unida por la vocación, vida familiar y el esfuerzo colectivo.
Este barrio fue parte de un programa estatal de vivienda social impulsado por el Consejo Nacional de la Vivienda (Conavi), una institución que en ese momento dependía del Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones. El proyecto se desarrolló bajo el gobierno del general René Barrientos Ortuño, quien asumió el poder tras el golpe de Estado de 1964, y fue elegido presidente constitucional en 1966.
Fue una época en la que el Estado impulsó la urbanización de nuevas zonas en La Paz, con la intención de brindar vivienda digna a sectores profesionales y trabajadores urbanos.
El Barrio del periodista nació originalmente con 46 viviendas de una sola planta. Cada una con su jardín y patio, un lujo inusual para un proyecto de vivienda social. Las casas sencillas, pero bien distribuidas, fueron entregadas en condiciones habitables, aunque muchos detalles quedaron por terminar. Las cuotas mensuales al Conavi permitieron que los periodistas accedieran a su propia casa sin la necesidad de pagar grandes sumas de una sola vez, algo que habría sido impensable para la mayoría en aquel entonces.
Desde el primer momento, el barrio se distinguió por su espíritu comunitario. No existían muros divisorios y con el paso de los años se construyeron verjas bajas, como símbolo de confianza entre vecinos. Los jardines se fueron llenando de flores y plantas. Los niños, adolescentes y jóvenes caminaban y corrían libremente por el lugar.
Aquel entorno, con el río Choqueyapu al frente y algunas viviendas particulares, donde hoy se levanta Bajo Següencoma, tenía algo casi placentero, con una mezcla de ciudad y campo, de trabajo y familia.
El Barrio del periodista fue el primero que albergó a gente de la prensa. Uno de los periodistas que incentivó su construcción fue don Jaime Humérez, un hombre visionario, entusiasta y respetado por sus colegas; quien supo ver la necesidad de contar con un espacio donde los trabajadores de la prensa pudieran tener una vivienda propia.
Un grupo de vecinos del Barrio del periodista en una acción comunal. Foto Gentileza vecinos.
Habitantes del barrio
Los primeros habitantes fueron familias vinculadas al mundo del periodismo: periodistas, fotógrafos y trabajadores administrativos de medios de comunicación de la época. Trabajaban en diarios como Presencia, Última Hora, El Diario y Hoy, así como en emisoras radiales y televisión, como Radio Illimani, Panamericana, San Cristóbal, y Canal 7. La identidad periodística del barrio se respiraba en cada cuadra, en cada conversación, en cada anécdota compartida entre vecinos.
Los periodistas que vivían allí eran personas comprometidas con su profesión, que enfrentaron incluso dictaduras, censura y momentos políticos muy difíciles sin abandonar su vocación. A pesar de que los salarios en la prensa no eran altos, daban todo de sí por informar con honestidad y responsabilidad. En muchos casos, trabajaban en más de un medio o realizaban labores adicionales para poder sostener a sus familias, sin perder nunca la pasión por el oficio ni su sentido de ética.
Vivieron allí las familias de Rolando Viscarra, Óscar Peña, Luis Peñaranda, Carlos Andrade, Carmelo Andrade, Manuel Benítez, René Carvajal, Alfonso Prudencio (Paulovich), Jaime Humérez, Juan León, Pedro Zapata. Adolfo Ugarte, José Vidaurre, Guillermo Salcedo, José Andrade, Urbano Saavedra, Julio Borelli, Horacio Corro, Julio López Videla, Luis Quezada Solares.
De Jorge Noya Manzano, Roberto Munguía, Freddy Flores, Donald Zabala, Betsy Zabala, Héctor Rodríguez, Emilio Bailey, Freddy Alborta, Pablo Arrieta, Ángel Torrez, Gonzalo Vizcarra, Aydee de Valverde. Jael Tellería, Walter Hugo Lizón, Jorge Martínez Jordán, Luis Carrasco, Ana Revollo, Alberto Torrico, Javier Pita Romero, Mario Ríos, Alberto Zuazo, Erasmo Moya y Federico Calderón.
Todos los periodistas dejaron huella tanto en el oficio como en la vida de barrio. Cada uno con un carácter peculiar, un estilo propio para ejercer el periodismo y una historia personal que sumaba a la riqueza del vecindario.
Algunos eran apasionados cronistas que vivían intensamente cada cobertura; otros, analistas profundos que discutían con lucidez sobre la política nacional o internacional. Había fotógrafos que recorrían la ciudad capturando imágenes con mirada aguda y sensibilidad; redactores que escribían con precisión y compromiso.
El barrio no sólo era su refugio, sino también un espacio donde compartían sus triunfos y frustraciones, donde la solidaridad entre colegas trascendía las redacciones.
Los niños y adolescentes del Barrio del periodista crecieron como una gran familia: después del colegio, jugaban juntos, manejaban bicicleta, compartían cumpleaños y organizaban campeonatos de fútbol. El Carnaval era uno de los eventos más esperados del año porque se llenaban cubetas con globos de agua y se alistaban las mangueras. Las comparsas improvisadas que recorrían las cuadras en vehículos eran el blanco en los mojazones.
La celebración de San Juan era más íntima, cada familia la vivía en el patio de su casa con fogatas, ponches, guitarras y anécdotas bajo el cielo frío y estrellado de La Paz.
Con el paso de los años, las esposas de los periodistas también comenzaron a confraternizar más. Las visitas entre vecinas se hicieron frecuentes, primero para tomar un té o compartir algún postre y luego como una forma cotidiana de apoyo y amistad. También organizaban reuniones para planificar eventos del barrio o simplemente conversar sobre la vida, los hijos y las noticias del día. Estas actividades ayudaron a consolidar un sentido de comunidad más amplio, donde la confianza y la colaboración fluían entre todos los hogares del barrio.
Unos jóvenes y niños del barrio. Foto Gentileza vecinos.
Voces que quedan
Uno de los residentes originales del barrio, el periodista Federico Armando Calderón Mancilla, nacido en Sorata, La Paz, el 27 de noviembre de 1928, recuerda con cariño aquella época. Con una trayectoria que comenzó en el periódico Prensa Libre en Cochabamba, Calderón luego volvió a La Paz y trabajó en Radio San Cristóbal y en el periódico Última Hora, medio con el que estaba acreditado en Palacio de Gobierno, durante ocho años. Más adelante ingresó al Banco Central de Bolivia, donde fue jefe de Relaciones Públicas.
Federico Calderón.
“Nos reuníamos, éramos como una gran familia. El Día de la Madre y el Día del Padre, por ejemplo, organizábamos en grupo nuestras propias festividades. Nos festejábamos entre todos. Había compañerismo, cariño, respeto”, cuenta Fico, afirmando con una dulce voz y gran nostalgia que le gustó mucho vivir en el barrio.
Jorge Noya Manzano, nacido en febrero de 1926 en Potosí, llegó a La Paz a los 20 años y trabajó en diversas radios, en particular en programas deportivos. Más adelante fue parte de los diarios La Razón, Presencia, Hoy, El Diario y Última Hora. Durante dos décadas fue jefe de prensa en la Embajada de Estados Unidos, donde se jubiló.
Jorge Noya.
Noya también ofició en sus últimos años de trabajo como asesor de comunicación del presidente Víctor Paz Estenssoro y fue jefe de prensa en la Cancillería. Hombre sereno y profundamente respetado por sus pares, Noya fue un vecino discreto, con un agradable sentido del humor, que valoraba la vida tranquila del barrio, el cual fue su gran orgullo porque entró a la opción de adjudicarse y tener su casa propia.
Jorge Martínez Jordán, nacido en La Paz el 6 de junio de 1932, Inició su carrera en El Diario, fue dirigente sindical, miembro de asociaciones nacionales e internacionales, y representó a Bolivia en la Federación Latinoamericana de Prensa. Cofundador del periódico El Meridiano, también ocupó cargos como Director de Prensa en la OEA, en la Corte Suprema y la Aduana Nacional. En el barrio aportó con la organización para la llegada del transporte público, gestionando con el sindicato de la zona sur la creación de una línea de taxis de ruta fija, a la que él mismo bautizó como “Trufi”, palabra que se incorporó al lenguaje paceño.
Jorge Martínez.
También estuvo entre los impulsores para dotar al barrio de líneas telefónicas, mejorando la conectividad de los hogares cuando aún pocos las tenían. Fue uno de los vecinos que trabajó mucho por la integración y el bienestar colectivo.
René Carvajal Vargas nació el 10 de julio de 1933 en Tarija. Trabajó en USIS oficina de la Embajada Americana, en el periódico Presencia hasta que éste cerró. También prestó servicios en algunos medios de comunicación en Santa Cruz. Vivió alrededor de 20 años en el Barrio del periodista, donde -asegura- fue muy feliz. Cuando fue parte del Sindicato de la Prensa de La Paz fue el motor para crear la Urbanización Libertad en la meseta de Achumani, otro espacio para cobijar a periodistas y sus familias. Su experiencia en el Barrio del periodista, donde vivió los años más plenos de su vida familiar y profesional, lo inspiró a pensar en otros colegas que aún no contaban con vivienda propia. Así, su compromiso con el gremio trascendió los límites del barrio original.
Un espíritu que persiste
Pero como todo en la vida, los cambios llegaron. A partir de la década de los años 90, muchos de los propietarios originales empezaron a vender sus viviendas. Algunos por razones económicas, por motivos de traslado o porque sus hijos emigraron. Las casas comenzaron a cambiar. Algunas fueron ampliadas, otras demolidas y reemplazadas por nuevas construcciones. El ritmo de vida se aceleró y poco a poco la comunidad original se fue dispersando.
Hoy en día, quedan pocas familias directamente relacionadas con los fundadores del barrio. Algunos hijos o nietos han vuelto a vivir allí, atraídos por el recuerdo o el valor emocional del lugar. Aun así, el espíritu del Barrio del periodista sigue latiendo en las paredes antiguas, en los jardines que aún florecen y en las veredas por donde alguna vez corrieron los niños.
Este barrio fue más que un conjunto de viviendas, representó un capítulo vivo de la historia paceña. Un símbolo de cómo la vocación, la solidaridad y la vida compartida pueden dejar huellas imborrables en el alma de una ciudad.