Brújula Digital|23|11|24|
Jean Paul Benavides
El municipio enfrenta una oportunidad única para rectificar años de desatención y violaciones a los derechos fundamentales de los vecinos de Cota Cota, en La Paz, y para convertirse en un modelo de gestión frente a la contaminación acústica generada por establecimientos de entretenimiento nocturno. Esta es una cuestión de salud, convivencia y derechos humanos.
Desde hace años, los fines de semana en Cota Cota se han convertido en un tormento para sus residentes debido al ruido incesante generado por bares como Pacha, Fábula y Taboo entre otros. Estos locales no solo exceden los límites de ruido establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y vulneran normativas municipales, sino que han transformado la vida cotidiana de sus vecinos en una pesadilla constante.
La contaminación acústica no es solo un problema de volumen; es una agresión directa a la calidad de vida. Para los residentes de Cota-Cota, el ruido ensordecedor que emana de estos bares afecta no solo su salud física y mental, sino también su derecho a disfrutar de su hogar como un espacio seguro y tranquilo. Los ejemplos son entre muchos otros:
El desarraigo forzado: Una vecina de la tercera edad, que vivía frente a Fábula, obligada a abandonar su hogar los sábados para escapar de la música estruendosa. La decisión de abandonar un lugar que debería ser un refugio es un desplazamiento forzoso en su propia ciudad. Su jardín, su casa, su espacio de tranquilidad se han convertido en una zona insegura por las borracheras, las peleas, además de invadida por la contaminación acústica. Se hace imposible disfrutar de un sábado tranquilo y la visita de sus nietos con tal barullo. El derecho a hogar tranquilo: vapuleado.
El impacto emocional: Una pareja de jubilados que reside junto a Taboo vive con ansiedad anticipatoria cada fin de semana. Desde los viernes, la llegada de la tarde trae consigo desesperación, impotencia y tristeza. El ruido constante durante horas –llegando a niveles comparables a una jornada laboral en un ambiente industrial– ha alterado sus patrones de sueño y su bienestar general. Sus años de retiro, que deberían estar llenos de tranquilidad y disfrute, se han transformado en una batalla continua contra una agresión externa que no cesa. El derecho a la salud: Pisoteado.
La infancia robada: Una familia que vive cerca de Taboo enfrenta serias dificultades para mantener una vida familiar normal. Su hijo pequeño, en pleno desarrollo, no puede completar tareas escolares ni dormir a horarios saludables debido a los gritos y la música que emanan del bar. El sueño, crítico para el desarrollo infantil, es interrumpido de manera sistemática, afectando no solo su descanso físico, sino también su rendimiento escolar y emocional. Según el Código del Niño. Niña y adolescente, primeros en recibir protección, los derechos a la vida, salud y medioambiente vivienda digna y segura: olvidados.
El daño patrimonial: casas atrapadas en el ruido. El impacto no termina en la salud. Los inmuebles cercanos a estos bares han perdido valor en el mercado. ¿Quién querría comprar o alquilar una propiedad junto a un lugar que convierte las noches en una tortura? Para muchos vecinos, abandonar sus hogares no es una opción viable: no encuentran compradores ni inquilinos dispuestos a convivir con el caos. Esto convierte sus propiedades, construidas con años de esfuerzo, en una especie de prisión financiera. Paradójicamente, estos bares y sus defensores levantan, cínicamente, la bandera del derechos al trabajo para defender sus ganancias. Los derechos humanos de unos valen más que los derechos humanos de otros?. Derecho a la propiedad privada: ignorado.
Consecuencias más allá del ruido
El daño causado por esta contaminación acústica va más allá de lo inmediato. Los residentes enfrentan un desgaste físico y emocional que se acumula con el tiempo. El ruido constante está vinculado a una serie de problemas de salud documentados por estudios internacionales: Problemas cardiovasculares: La exposición prolongada a altos niveles de ruido aumenta el riesgo de hipertensión, ataques cardíacos y otros problemas relacionados con el estrés. Trastornos del sueño: Los vecinos no logran descansar adecuadamente, lo que afecta su sistema inmunológico, su estado de ánimo y su productividad diaria. Salud mental deteriorada: La sensación de impotencia, la frustración y la constante invasión de su privacidad generan niveles elevados de ansiedad, estrés y, en algunos casos, síntomas depresivos. Estos efectos son particularmente ciertos cuando la media de edad de vecinos es de 49 años según.
Además, el ruido constante afecta la cohesión social del barrio. Las familias, en lugar de compartir momentos al aire libre o disfrutar de actividades comunitarias, se ven obligadas a replegarse o abandonar el área temporalmente. No es un barrio de verdad.
Un problema evitable
En cualquier país con normativas bien aplicadas, estos bares habrían sido clausurados de inmediato. En muchos lugares, una simple llamada de los vecinos bastaría para que la policía interviniera. Sin embargo, en La Paz, el problema persiste debido a vacíos legales, falta de coordinación entre las autoridades y una indiferencia alarmante hacia los derechos de los contribuyentes.
Los empresarios responsables de estos locales no pueden ignorar el daño que causan. El dueño del predio donde opera Taboo, Ing. Marcos Jarandilla Bustillos, y uno de los asociados, Alejandro Molina, han recibido quejas constantes de los vecinos, quienes incluso han mostrado las vibraciones en sus ventanas. A pesar de ello, el ruido y el sufrimiento continúan. Esto no es solo negligencia: es una falta de ética empresarial que prioriza las ganancias sobre el bienestar de una comunidad entera.
La Alcaldía de La Paz tiene ante sí una oportunidad histórica para actuar con decisión. Reformular las leyes que regulan los bares y discotecas no solo es un acto de justicia, sino también una necesidad para garantizar que los derechos de los ciudadanos prevalezcan sobre intereses económicos particulares.
Los vecinos de Cota-Cota no piden privilegios, solo el respeto a su derecho a la salud, a un hogar digno y a vivir sin agresiones externas. Es hora de que las autoridades pasen de las palabras a los hechos, adoptando medidas efectivas y duraderas que devuelvan a los residentes la paz que tanto necesitan.
BD/RED