El Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA) ha estudiado la relación entre los jóvenes y el trabajo. El análisis tiene muchas aristas.
Arte sobre el estudio del CEDLA. Foto: Sumando Voces-CEDLA
Brújula Digital|12|11|24|
Sumando Voces, Malkya Tudela para CEDLA
La idea de que la educación superior garantiza mejores oportunidades laborales o empleos de mayor calidad es un segundo mito detectado por una investigación realizada por el Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA) respecto a la relación entre los jóvenes y el trabajo.
Laura, recepcionista en cadena hotelera
“Estuve de recepcionista en una cadena de hoteles, como unos seis meses. El trabajo era bastante pesado, de 4 de la tarde hasta las 11 de la noche, y la universidad me empezó a requerir más tiempo”, comenta Laura Martínez, una odontóloga de 29 años e hija menor de una familia de clase media.
Laura, para entonces, ya tenía formación de auxiliar contable, una disciplina que estudió antes de Odontología, emulando a su papá que es contador.
Jorge, con un ingreso menor al salario mínimo
Sin haber tenido la oportunidad inmediata de una educación superior, Jorge Masavi tiene un trabajo dependiente que le reporta menos del salario mínimo nacional que está fijado en 2.500 bolivianos.
“En este momento estoy, de ocho de la mañana a cinco de la tarde, como niñero de un niño especial. Estoy con él todo el tiempo porque es dependiente, no camina, no come solo, no toma agua, no va al baño solo”, describe.
Hace un trabajo de cuidado, de lunes a sábado, por 2.150 bolivianos. De hecho, acaba de cursar con éxito una auxiliatura en Farmacia que dará un plus al servicio que ofrece. Además, por ser profesor de zumba recibe 500 bolivianos mensuales en el gimnasio, por una hora de baile diario. De esta manera, su ingreso total supera por poco el salario mínimo.
Josué, trabajó sin paga
Josué Soliz, estudiante de Sociología de la universidad pública, ha tenido una experiencia no remunerada, pero que se cuenta como práctica universitaria pues está en el plan de estudios de su carrera.
“Según el reglamento, tenía que cumplir un número de horas, entonces de lunes a viernes iba toda la mañana, durante tres meses… Ahí estuve apoyando en dos proyectos de investigación”, dice de su experiencia de pasantía en una organización no gubernamental (ONG).
Actualmente tiene a su cargo dos auxiliaturas en la universidad que le reportan 350 bolivianos, cada una. La ONG le ha vuelto a convocar, pero esta vez para un trabajo pagado muy concreto. “No es con contrato, sino que la responsable de la Unidad de Investigación me pidió que le ayude con la revisión de un documento”, dice. En esa labor está de forma presencial a medio tiempo.
La trayectoria laboral de Josué es la siguiente: vendedor en negocio familiar, vendedor de tarjetas telefónicas, cargador/acomodador de mercadería, reclutador de encuestadores para el INE, vendedor de papel periódico, auxiliar de docencia universitaria (actual) y trabajo temporal para ONG (actual).
Además, él tiene el techo y la alimentación por cuenta de sus padres, pero todos los demás gastos de transporte, fotocopias, refrigerios, ropa, etc., se los provee a sí mismo, incluido el pago del servicio de Internet que alterna con sus dos hermanos. Siente que está en su “elemento” y es optimista sobre su futuro laboral.
Desempleo juvenil
Pero no todos los jóvenes pueden decir lo mismo. Otra vez la realidad del detalle es diversa, pero la estadística engloba lo que en general está pasando: 53% de los jóvenes desempleados que buscaban trabajo activamente en 2021 tenían educación superior.
“La experiencia de los motoqueros ilustra esta realidad, ya que muchos recurren a este tipo de trabajo por necesidad, no por elección, y lo hacen principalmente porque sus experiencias laborales previas han sido en condiciones aún más precarias”, dice el investigador del CEDLA. Y continúa: “Cuando consiguen un empleo, muchos se encuentran sobrecalificados para las tareas que realizan”.
A eso se debe el trillado comentario de que “fulano es profesional, pero hace taxi”. La estadística citada lo respalda, por lo menos entre las personas de 19 y 29 años: el 56% de los trabajadores jóvenes poseían capacidades y conocimientos (instrucción superior) que excedían los requisitos para los puestos que ocupaban.
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Además, el 26% (116 mil) trabajaba en ventas por mayor o menor y reparación de automotores, el 8% en servicio de comida o alojamiento (36 mil) y el 6% en el transporte (27 mil). Solamente el 35% ocupaba puestos de trabajo cualificado (profesionales científicos y médicos, empleados de oficina, técnicos de nivel medio).
La realidad laboral de los jóvenes refleja una compleja intersección entre la educación superior y la calidad de los puestos disponibles. A pesar de su formación, la falta de oportunidades los empuja a aceptar trabajos que no corresponden a su nivel de cualificación y nada les garantiza el acceso a empleos de calidad. Como dice Arze, esta situación hace que sea necesario analizar la relevancia de la educación recibida en relación con las demandas del mercado laboral.
BD/
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