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Sociedad | 03/09/2024   11:52

Los ignorados de la bahía de Cohana y una inversión de $us 86 millones aún sin resultados visibles

Años de inversión internacional en la bahía de Cohana y en la cuenca Katari y no hay resultados visibles. Habitantes denuncian falta de progreso en el tratamiento de aguas residuales.

Un bote anclado a un charco en la bahía de Cohana. Foto: Carlos Sánchez

Brújula Digital|03|09|24|

Reportaje ganador del fondo concursable convocado por la Asociación de Periodistas de La Paz.

Sergio Mendoza Reyes

Fotografías de Carlos Sánchez

Los pobladores de las localidades aledañas a la bahía de Cohana, en el departamento de La Paz, están cansadas de recibir a la gente que viene a investigar la contaminación en su territorio, la cual es arrastrada por los ríos que llegan desde El Alto hasta el lago menor del Titicaca.

Protestan porque han llegado muchos y por varios años sin que ellos vieran una mejoría; pero sobre todo porque se destinaron millones de dólares de la cooperación internacional para arreglar su problema, y nada ha cambiado.

Gobernación de La Paz y MMAyA: divergencias sobre el avance de proyectos

Desde la Gobernación de La Paz aseguran que el Gobierno, a través del Ministerio de Medio Ambiente y Agua (MMAyA), gastó desde 2017 más del 90% de $us 86 millones en créditos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Unión Europea (UE) sin cumplir el objetivo principal: reducir la contaminación en la cuenca Katari y su desembocadura, la bahía de Cohana. Desde el Ejecutivo se afirma que hay avances y varios trabajos realizados cuyos resultados aún se desconocen, pero que se los apreciará después del 2025.

“La construcción de plantas de tratamiento de aguas residuales han absorbido el 90% de los recursos. Desde 2017, que era cuando comenzó el Programa de Saneamiento del Lago Titicaca, hasta el día de hoy esas plantas no están en funcionamiento”, sostuvo el secretario departamental de los Derechos de la Madre Tierra de La Paz, Luis Saucedo.

“Es muy interesante que se haya planteado terminar hasta 2025 y en la actualidad no existan ya recursos, y que todavía tengamos proyectos que no se han culminado”, añadió, a tiempo de recalcar que su rol como Gobernación es sólo de observación y acompañamiento al proyecto.

Plantas de tratamiento y la realidad en el terreno

El coordinador de la Unidad de Gestión de la Cuenca Katari (UGCK), Daniel Rodríguez, dependiente del Ministerio de Medio Ambiente y Agua (MMAYA) explicó que tres de las 13 plantas de tratamiento de aguas residuales, previstas dentro el programa que cuenta con el presupuesto de los $us 86 millones, ya están en funcionamiento.

Añadió que se hicieron varios otros trabajos, incluso con otros financiamientos, sin los cuales la contaminación hubiera empeorado.

Voces desde Cohana: "Nada ha cambiado para nosotros"

Tal vez por estas malas noticias y la falta de resultados visibles, la vendedora de una tienda en el pueblo de Cohana cuestiona nuestra visita, un periodista y un fotógrafo que llegaron al lugar a principios de julio de este año.

“¿Para qué han venido? De todo lado llegan periodistas, instituciones que reciben plata a nombre de la contaminación aquí, pero nada ha cambiado para nosotros”, afirma molesta mientras peina sus largas trenzas canosas con un cepillo hecho de paja.

Cohana es un pueblo del municipio Pucarani (La Paz), con alrededor de 5.000 habitantes, ubicado en lo que alguna vez fue -como un juego de palabras- la isla mayor del lago menor del Titicaca. La isla mayor ya no es tal, pues el nivel del agua ha disminuido y los caminos de tierra permanecen secos durante todo el año.

Al centro de la plaza principal del pueblo hay una enorme vaca de yeso encaramada en una especie de torre, símbolo de la principal fuente económica del lugar: el ganado vacuno, su leche y su queso.

Con la disminución de las aguas a mediados de los 80’, la bahía de Cohana se ha convertido en una extensa planicie, un gigantesco espacio marrón con hierbas resecas donde pastan miles de vacas entre su propio estiércol. Esta pampa es atravesada por el río Katari, que es a su vez la culminación de una cuenca que lleva el mismo nombre y que tiene su origen en los nevados de la cordillera de los Andes y su destino final en el lago menor del Titicaca.

En su recorrido, la cuenca atraviesa la zona minera de Milluni, la gigantesca ciudad de El Alto, y otras ciudades y pueblos más pequeños, como Viacha y Laja.  No sorprende del todo ver el estado de las aguas que llegan a este lugar.

Impacto ambiental en la cuenca Katari: un ecosistema en riesgo

En los márgenes del río Katari circulan nubes de moscas entre las heces del ganado. Las botellas y bolsas plásticas flotan sobre la superficie verduzca y espumosa. Un grupo de vacas se apura en beber el agua a metros de un puerco tieso y sumergido que murió hace tiempo.

Estudios científicos han reportado la intensa contaminación de estas aguas con metales pesados y organismos infecciosos provenientes de la minería y los deshechos urbanos de la parte alta de la cuenca. Algas microscópicas le han dado ese color verduzco al río y a las orillas del lago menor donde desemboca, reduciendo el crecimiento de plantas subacuáticas y por ende el nivel de oxígeno, generando un desequilibrio ecosistémico.

Investigaciones y denuncias: contaminantes y sus efectos en la salud

“Se ha denunciado que los ovinos de la región son afectados por el parásito trematodo y este problema posiblemente repercute en las diferentes enfermedades infecciosas que aquejan a la población”, se señala en una investigación de la UMSA; mismo que advierte sobre el potencial cancerígeno de estos contaminantes orgánicos, “fácilmente bioacumulables y transferibles en la cadena trófica”.

Entre esta planicie reseca y el pueblo hay una hilera de agua repleta de basura donde flotan botes que no tienen a dónde ir, los cuales recuerdan que hace varios años la gente de aquí también se dedicaba a la pesca, cuando había peces por montones y posibilidades de navegar sobre esta pampa. El ganado siempre estuvo presente, al menos desde la época de los “patrones”, antes de la Revolución Agraria (1952). Solían alimentarlo con algas y totoras que crecían en el terreno inundado.

Cerca de estos botes estancados, en la cancha del pueblo, está sentado Alejandro Sillero (41), secretario general de la comunidad Cohana. Él recuerda el millonario financiamiento del BID y la UE para atender el problema de contaminación de la bahía.

“Hemos reclamado y parece que no nos hacen caso. Tanto de la Gobernación como del Gobierno central no nos hacen caso. Porque hay hartos millones, hasta el BID colocó a nombre de la bahía (de) Cohana. Pero creo que no se dan cuenta que aquí la contaminación sigue, y que con el tiempo nos afectará más”.

“¡Ha sido una vergüenza!”, exclama el ingeniero ambiental Gonzalo Lora, acomodado en su sala, en un departamento en la zona Sur de la ciudad de La Paz. Él participó en el diseño del plan para invertir los $us 86 millones hace casi 10 años. “Sin duda hubo un mal manejo de los recursos”.

Lora trabajó en el MMAyA y fue coordinador del Programa de Saneamiento del Lago Titicaca (2015 -2016), como consultor del BID. Siguió de cerca –al principio de manera oficial y después de forma independiente- los avances del proyecto para descontaminar la Cuenca Katari y la bahía de Cohana.

En su sala hay una colección de rocas de distintas partes del mundo, la mayoría del Titicaca. El ingeniero enciende un cigarrillo y se reclina en su sofá. Con pausa explica que de los $us 86 millones, un 90% corresponde a créditos del BID que deben ser pagados, y un 10% a una donación de la UE. Su calma es interrumpida cuando se refiere a la situación de la región afectada y los resultados alcanzados con los millones invertidos. “¡La contaminación en los ríos de la cuenca y el lago menor está en niveles CRÍ-TI-COS! No es que están afectaditos. ¡¡¡Están cagados!!!”.

Pozos como alternativa, y un pronóstico desalentador

La región contaminada es un humedal de importancia mundial, por lo cual fue declarada como sitio RAMSAR.  La bahía de Cohana y sus poblaciones aledañas incluso han sido declaradas Patrimonio Histórico y Cultural de la Nación por su valor arqueológico, afirman los pobladores, ya que aquí se encuentran construcciones aymaras y reliquias de los últimos años de la cultura Tiahuanacota. Pero el trato a estas zonas dista mucho de estas declaraciones.

Cuando la bahía se secó después de los 80’ y en la primera década de los 2000, los pobladores vieron que el nivel de contaminación del río Katari era tal que no les generaba confianza para calmar la sed de su ganado. Entonces comenzaron a excavar pozos.  Los mismos sobrepasan los 40 metros de profundidad y de allí brota agua clara, aunque hay dudas sobre su pureza. Las filtraciones de las aguas del río y del lago menor podrían contaminar también los afluentes subterráneos.

Mientras bombea el agua de uno de estos pozos para su ganado en medio de la pampa, Esteban Mendoza (50) nos cuenta que las perforaciones se intensificaron a partir del 2010 para garantizar el abastecimiento de agua y evitar que las vacas acudan al río verduzco. Los dirigentes calculan que hay 1.000 pozos en esta planicie; pero no todos los ganaderos cuentan con uno, y las vacas tienen sed.

“¡Jodido siempre está!”, dice Mendoza. “No nos dan importancia los del municipio. De la Gobernación tampoco hay respuesta”.

Los pueblos que rodean la bahía pertenecen a dos municipios: Pucarani y Puerto Pérez, ambos divididos a ambos lados de la bahía, con poblaciones en islas y montañas. Intentamos conversar con ambos alcaldes para este reportaje, pero no se tuvo éxito.

Los funcionarios de la Gobernación de La Paz apuntan al Gobierno como responsable de administrar los $us 86 millones para reducir la contaminación en la región. Sentado frente a ellos, en sus oficinas en la ciudad de El Alto, les pregunto si creen que hasta el 2025, año en que se debe terminar el programa que recibió este financiamiento, se alcanzarán los resultados esperados. Ambos sonríen y bajan la cabeza.

“Si las plantas de tratamiento se terminan va a haber una mejoría, pero no consideramos que vaya a ser una mejoría importante en la cuenca Katari”, dice el secretario de los Derechos de la Madre Tierra, Luis Saucedo.

El encargado de la Gestión de Cuencas de la Gobernación, Benjamín Limachi, añade palabras lúgubres: “No se cumplió el objetivo de la restauración del río Katari. Todo el presupuesto se ha dispersado en proyectos que no aportan al objetivo principal. Se hicieron trampas de basura a lo largo de la cuenca que han colapsado y han terminado abandonadas e inservibles porque nadie quiso hacerse cargo. Desde el 2016 hasta ahora el río sigue su curso de manera directa. Consideramos que hasta el 2025 sí, tal vez, un poquito se paliará, pero la situación seguirá siendo la misma”.

Uno de los grandes errores fue ampliar el alcance del proyecto de cuatro a 24 municipios, dispersando la inversión de recursos “por razones políticas” en beneficio del partido gobernante, denunciaron.

Sentado frente los funcionarios del Gobierno central, en sus oficinas de Sopocachi, les pregunto si se alcanzaron los resultados esperados con la inversión de $us 86 millones, y en qué medida se redujo la contaminación en la bahía de Cohana.

“Ahorita mal podríamos decir si se ha cumplido o no, porque las plantas de tratamiento de agua no funcionan todavía”, dice la responsable técnico de la UGCK, Elva Vargas.

Rodríguez, el coordinador de la UGCK, añade: “De todas maneras, para poder evaluar la eficiencia del Programa de Saneamiento del Lago Titicaca, de este financiamiento, vamos a tener que esperar a tener todas las plantas construidas y mínimamente un año de funcionamiento, que es lo recomendable técnicamente para que nosotros podamos saber la eficiencia de las plantas”.

Donde desemboca la serpiente

Los pobladores afirman que en época de lluvia es una pesadilla. Entonces, el río Katari, que en este mes de julio luce sucio pero calmado y delgado, se desborda inundando los campos con toda la basura que arrastra por kilómetros. El agua pestilente sobrepasa los muros de tierra y costales de arena acomodados en sus márgenes, destruye cultivos, enfanga al ganado, y esparce un hedor que alcanza hasta la parte alta del pueblo.

Estamos parados en el medio de la pampa, más bien es época seca. Carlos está concentrado en tomar las mejores fotografías, yo, en cerrar bien la boca para no tragarme el polvo que levanta el continuo viento cuando nos movemos por las orillas del río Katari. Desde aquí, hacia el oeste, hasta donde el río comienza a ramificarse para ingresar en el lago menor, falta más de 1 kilómetro que ya no se puede recorrer en coche, por lo que nos queda caminar entre arbustos marrones resecos de kentu que crujen con nuestros pasos.

Andamos buscando la desembocadura del Katari, ese lugar oscuro que vimos desde la Isla Pariti, donde dicen se aprecia mejor el grado de contaminación que fluye hacia el Titicaca.

A 350 metros del último puente que cruza de Cohana hacia Chojasivi los muros de tierra que canalizan el afluente desaparecen y el río puede desviarse con mayor facilidad, sobre todo con las crecidas. Prueba de ello son las bifurcaciones lodosas sobre el suelo seco y polvoriento, los charcos de residuos plásticos esparcidos como si los hubiesen vomitado.

Tenían razón. El panorama es desolador. Las plantas secas en este sector lucen más oscuras, pero lo que más llama nuestra atención es la gran cantidad de plásticos regados a las orillas del afluente principal, que luego se divide y se seca en un lado que parece un vertedero de basura, continúa por el otro donde decenas de vacas calman su sed, se estanca en puentes improvisados hechos con tablas de madera que retienen plastoformos y otros desperdicios.

Un fino polvillo, oscuro como ceniza, se levanta constantemente. Más hacia el oeste, donde ya ni siquiera se puede acceder fácilmente a pie, se divisan los primeros totorales. Manchas marrones que inician en las orillas del lago menor. Son de distintos tamaños, gigantes y pequeños, como diques que contienen la contaminación, como si el lago se defendiera con lo que puede por kilómetros y kilómetros; hasta rodear la Isla Pariti y la península de Qehuaya.

Un expescador mira al turismo con esperanza

La noche nos alcanza en el último bus que llega a Quehuaya. El camino serpentea por los márgenes de la Isla Mayor, pasando por Patapatani, Cuyavi, Pajchiri, Cascachi, Tiraska, y al final llegamos a Quehuaya. Es una comunidad en la península oeste de la Isla Mayor, detrás de las ruinas de Kalauta, donde se encontraron chullpares y construcciones aymaras con casi un milenio de antigüedad.

Aquí nos espera Óscar Limachi Mamani (53), oriundo de este pueblo, donde reside con su familia. Hace frío y nos vamos al albergue comunitario construido con apoyo internacional, con espacio para 20 personas que lleguen a visitar los lugares turísticos de la región. Esta noche somos los únicos visitantes.

Sentados en el comedor del amplio albergue, que más bien luce como un alojamiento para turistas, Limachi nos cuenta que desde joven se dedicó a la pesca como principal actividad económica. En los 90’, aprovechaba el alto flujo turístico que se movía por la región para ganar algún dinero extra con artesanías de totora que aprendió a elaborar.

Pero después del 2005 abandonó la pesca. Por un lado, había mucha competencia. Todas las poblaciones ribereñas se volcaron a sacar todo tipo de peces, incluso los alevines (crías), dejando cada vez menos recursos en el lago menor. Pero la contaminación también aumentó, y lo que antes eran aguas claras de dos metros de profundidad comenzaron a llenarse de totora, espuma, arena negra y desechos plásticos.

“En las redes yo sacaba puro nylon. En un mes llenaba una bolsa grande con la basura que sacaba”, relata Óscar.

Aunque la ganadería aquí no tenía la escala de Cohana las familias tenían vacas que se alimentaban de las totoras y algas del lago, debajo las cuales también crecían los alevines. Pero los contaminantes que arrastraron las aguas del Katari “quemaron” la vegetación acuática, afirma Limachi. Poco a poco los más jóvenes migraron a las ciudades más grandes o a otros países, en busca de mejor suerte.

La contaminación es tal que Óscar ya no se acerca a las orillas de Chojasivi, una población al otro extremo de Cohana, y la más próxima a la desembocadura del Katari, porque la última vez que fue a sacar algo de totora por allí sufrió una extraña alergia que le quitó el sueño por las noches.

Ahora, este expescador, se promociona como guía turístico local. Si bien la pandemia anuló su negocio y el flujo de turistas ha disminuido, mantiene la esperanza de que esto cambie con el tiempo y está seguro de que el turismo puede traer mejores días para su comunidad y las vecinas, y quizás reemplazar los ingresos que les daba la pesca.

En Cumaná, por ejemplo, la gente afirma tener sepultada la segunda ciudad más grande de la cultura Tiahuanacota. En la Isla Suriqui, frente a Quehuaya, son famosos los artesanos y fabricantes de botes. Los hermanos Limachi, que hicieron surcar enormes balsas de totora en el mar, operaban allí. En Huatajata estaba otro famoso balsista de totora, Paulino Esteban. Y uno de los más reconocidos sitios turísticos es el museo de la Isla Pariti.

Isla Pariti, joya turística abandonada

Temprano por la mañana zarpamos de Qehuaya hacia la Isla Pariti en el bote de Óscar, escarchado por el frío de la madrugada. Navegamos las aguas bajas, pero cristalinas, bordeadas por totorales donde se esconden las chocas, unos patos silvestres de exquisito sabor que de vez en cuando son cazados por los pobladores de la zona. Los persiguen hasta que las aves se agotan, y los matan a golpes de remo.

Después de dar vuelta por la península de Quehuaya se divisa Pariti. La profundidad del agua se reduce a menos de 50 centímetros. Los totorales forman un laberinto cuya salida es descifrable sólo para los conocedores del lugar. Un foráneo podría perderse en esta maraña de plantas acuáticas que rodean la isla y llegan hasta la desembocadura del Katari, a más de seis kilómetros de distancia. De cualquier manera, ya nadie se adentra en esas aguas pestilentes cuyas profundidades no pasan de los 30 centímetros.

El puerto de la isla -una hilera de piedras con fango- está escondido entre totoras con las bases ennegrecidas, que salen de un agua negruzca y mal oliente. El nivel es tan bajo que el bote debe ser empujado con un palo largo.

El pueblo luce desierto. Un perro contento nos recibe saliendo del puerto y una mujer encorvada por los años se esconde en su casa. Pasamos por la escuela donde sólo asisten dos niños al nivel primario, y la cancha donde encontraron enterrados los restos arqueológicos de la cultura Tiahuanacota que ahora se exhiben en un museo.

Mientras caminamos hasta allí, aparece detrás de nosotros un hombre que le entrega un talonario a un anciano de barba larga y chullu ajustado que trota hacia el museo para abrirlo y cobrarnos la entrada. Una mujer de pollera con una manta en la cabeza surge de otro lado con un aguayo en el que lleva unas cuantas artesanías de totora. Se instala en la entrada, para exhibirlas a los únicos visitantes.

El hombre que le pasó los talonarios al anciano es Isaac Callizaya (45), uno de los últimos residentes de la isla.  “Todos hablan de Cohana, pero eso ya se ha secado, aquí la contaminación es mucho peor”, afirma.

Nos cuenta que la gente se fue porque su principal sustento, la pesca, ha desaparecido. De 50 familias que se dedicaban a ello, ahora no quedan más de cinco que se internan en aguas profundas para encontrar lo que pueden. Si bien la sobrepesca hizo lo suyo, también la contaminación. Lo que alguna vez fueron aguas limpias repletas de peces alrededor de la isla, ahora son pantanos de aguas estancadas entre totoras.

 Cuando era niño, Callizaya se alimentaba de las raíces de las totoras que crecían en las proximidades. Eso es impensable hoy en día.

El museo, una casa amarilla inaugurada en 2005, contiene reliquias como “El Señor de los Patos”, una escultura de no más de 20 centímetros en perfecto estado. En los buenos tiempos Callizaya recuerda que llegaban decenas de visitantes al día; ahora, a veces, ni uno. Los ingresos del museo parecen no alcanzar para cubrir los costos de mantenimiento. Algunas de las reliquias han sido salpicadas con caca de aves que anidan en los techos de totora que se caen.

Pariti tiene una vista espectacular desde la cima de una montaña que da hacia la Bahía Cohana. El mirador con techo de totora sostenido por troncos se derrumbó hace más de dos meses, sin que nadie lo repare. Desde aquí se ve toda la bahía. Los pueblos que la circundan encaramados en las montañas, la pampa reseca donde pasta el ganado, los extensos totorales que hacen su mejor esfuerzo, y una mancha marrón oscuro que es la desembocadura del Katari.

En la sala de su departamento, en la ciudad de La Paz, el ingeniero ambiental Gonzalo Lora termina su tercer cigarro en algo más de una hora de conversación. Asegura que la Bahía Cohana está al borde del colapso ecológico y teme que en los próximos 15 años “haya un colapso significativo del lago menor”.

Le pregunto cómo evalúa los resultados de las inversiones de $us 86 millones para reducir la contaminación en este lugar.

“¡Totalmente mediocres pues mi hermano! No podemos tirarnos 10 años en hacer una planta de tratamiento y hasta ahorita no lograrlo”.

No cree que haya una diferencia para el próximo año, cuando deberían tenerse resultados finales del proyecto.

“Entonces ese dinero se fue al bombo”, le sugiero.

“Espero que no”, responde apagando la colilla en el cenicero. “Porque sería muy frustrante”.

Reportaje ganador del fondo concursable convocado por la Asociación de Periodistas de La Paz 

BD/

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