En varias capitales del mundo se ha producido una oleada de intercambios diplomáticos, desde Moscú hasta Pekín, pasando por Berlín e Islamabad, incluyendo a EEUU.
Los talibanes son tratados como gobernantes de facto de Afganistán
La retirada de Occidente de Afganistán significa que hay mucho en juego para China, Rusia, Pakistán e Irán. Aquí un panorama de lo que cada uno de los principales actores puede ganar o perder.
Adaptarse al cambio de poder en Afganistán. Esa es la premisa que varios países, entre ellos China y Rusia, han adoptado apresuradamente ante los cambios surgidos en el país asiático.
En varias capitales del mundo se ha producido una oleada de intercambios diplomáticos, desde Moscú hasta Pekín, pasando por Berlín e Islamabad, incluyendo a Estados Unidos.
Hasta los grupos insurgentes se han sumado a la reacción ante el nuevo gobierno talibán, como quedó evidenciado con el atentado del 26 de agosto en el aeropuerto de Kabul.
Pero ¿qué intereses pretenden ganar o preservar estos actores tras el relevo talibán?.
Aquí una aproximación de cómo el nuevo orden podría afectar a algunos actores internacionales clave:
Como vecino, Pakistán tiene mucho que ganar o perder con un cambio de poder en Kabul.
Ambos países comparten una frontera de 2.400 km y por lo menos 1,4 millones de refugiados afganos están registrados en Pakistán, aunque se calcula que otros tantos viven allí indocumentados.
Estas son solo algunas de las razones por la que Pakistán tiene mucho que perder con la inestabilidad en Afganistán, siendo, quizás, la capital Islamabad la región con más vínculos con los talibanes.
Los talibanes, o "estudiantes" en lengua pastún, surgieron a principios de la década de 1990 en el norte de Pakistán. Muchos de los afganos que se unieron inicialmente al movimiento fueron educados en las madrasas (escuelas religiosas) paquistaníes.
Aunque siempre ha negado haber ayudado a los talibanes, Pakistán fue uno de los tres únicos países, junto con Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), que reconoció al grupo cuando tomó el poder en Afganistán en la década de 1990.
También fue el último país en romper los lazos diplomáticos con el grupo.
Aunque la relación se tornó frágil más tarde, Umer Karim, investigador visitante del Royal United Services Institute de Londres (RUSI), afirma que esta vez "hay una sensación general entre los dirigentes pakistaníes de que han ganado algo de terreno".
Por otra parte, quienes en Pakistán ven el mundo a través del prisma de la competencia con India, la toma de posesión de los talibanes significa que la influencia de ese país será considerablemente menor.
Karim afirma que "a Pakistán le preocupaba especialmente la presencia de consulados indios a lo largo de la frontera entre Afganistán y Pakistán, en ciudades como Yalalabad y Kandahar".
"Los consideraba los principales patrocinadores de elementos antipaquistaníes, como el (grupo talibán) Tehreek-e-Taliban Pakistán (TTP) en el norte y varios grupos insurgentes baluchis (grupo de tribus iraníes) en el sur".
El investigador afirma que con los talibanes en el poder, Pakistán cree que puede reconstruir su influencia.
"La mayor parte del comercio de Afganistán pasa por Pakistán, incluido el de productos básicos como la harina, el arroz, las verduras, el cemento y el material de construcción", detalla.
Además, Pakistán quiere crear "un puente económico terrestre" con las repúblicas de Asia Central a través de Afganistán, ayudando a conectar al país con la economía de la región en general.
Esta dependencia económica podría animar a los talibanes a cooperar con Pakistán en una serie de asuntos, incluida la seguridad.
"Un gobierno talibán que ya se enfrenta al aislamiento mundial no puede ir en contra de Pakistán", sostiene Karim.
En la memoria rusa está todavía la guerra de una década que libró -y perdió- la Unión Soviética contra los insurgentes afganos entre 1979 y 1989.
Aunque hoy en día sus intereses en Afganistán son escasos, la inestabilidad en el país podría tener un gran impacto en sus vecinos del norte que son antiguos estados soviéticos, y que están todavía estrechamente vinculados a Rusia.
La principal preocupación de la nación más grande del mundo es que Afganistán se convierta en un refugio seguro para los yihadistas de la región del Cáucaso, especialmente los seguidores del llamado Estado Islámico (EI), que son enemigos tanto de Rusia como de los talibanes.
Moscú no tardó en reconocer el poder de los talibanes y comenzó a relacionarse con el grupo, incluso antes de que las tropas occidentales comenzaran a retirarse.
Fyodor Lukyanov, editor de la revista Russia in Global Affairs, le dijo a la BBC que Moscú continuaría con su "política dual" en Afganistán.
"Por un lado, tratar de entablar contactos con los talibanes para garantizar la seguridad política. Por otro lado, aumentar el número de tropas rusas en Tayikistán y una intensa cooperación militar con ese país y Afganistán para evitar que [los extremistas] lleguen allí desde el territorio afgano", explica.
En términos más generales, la retirada de EE.UU. de Asia Central disminuye la influencia de Washington en una región que Rusia considera su esfera de dominio.
"Lo que es bueno para nosotros es malo para los americanos, lo que es malo para nosotros es bueno para los americanos. Hoy la situación es mala para los estadounidenses y por eso es buena para nosotros", declaró al Financial Times Arkady Dubnov, analista político en Moscú.
Los intereses de China en Afganistán son económicos y también de seguridad.
Con la retirada de Estados Unidos, las empresas chinas se encuentran en una buena posición para explotar el potencial minero de Afganistán, incluidas las "tierras raras"-17 elementos químicos poco comunes en estado puro- que se utilizan en los microchips y otras tecnologías de vanguardia.
Los expertos estadounidenses estiman que las reservas afganas tienen un valor de US$1 billón, mientras que el propio gobierno afgano estima que su valor es tres veces mayor.
Pero las empresas chinas siguen midiendo los riesgos políticos y de seguridad, según informó el 24 de agosto el periódico chino de asuntos internacionales Global Times.
Además, su capacidad para operar en Afganistán dependerá de cómo les afecten las sanciones occidentales que puedan adoptarse tras la retirada estadounidense, señaló el periódico.
En cambio, las empresas privadas chinas están ansiosas por entrar en un mercado en el que "hay mil cosas por hacer", indicó el diario.
Desde un punto de vista estratégico, el gobierno chino tiene buenas razones para adentrarse más en Afganistán: el país está situado en un cruce decisivo para la iniciativa china del "cinturón económico de la ruta de la seda", que incluye proyectos comerciales y de infraestructuras tanto en Irán como en Pakistán.
Y al igual que a Moscú, a Pekín le preocupa que Afganistán pueda ser utilizado como refugio para los extremistas de la zona, especialmente dada la situación en la región occidental china de Xinjiang.
Jonathan Marcus, analista diplomático y antiguo corresponsal de la BBC, afirma que China, "que comparte una corta frontera con Afganistán, persigue activamente a su propia minoría musulmana y debe estar preocupada por la posibilidad de que los terroristas islamistas anti-Pekín intenten utilizar Afganistán como base".
"Por esa razón, no es de extrañar que la diplomacia china se haya mostrado en las últimas semanas tan dispuesta a cortejar a los talibanes", añade.
Durante una llamada telefónica el 25 de agosto, los presidentes chino y ruso, Xi Jinping y Vladimir Putin, respectivamente, acordaron estar dispuestos a "intensificar los esfuerzos para combatir las amenazas del terrorismo y el tráfico de drogas procedentes del territorio afgano".
Karim afirma que Irán lleva colaborando con los talibanes "desde hace algunos años", especialmente a través de la Fuerza Quds, una rama del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC) especializada en la guerra no convencional y operaciones de inteligencia militar considerada por Estados Unidos como un grupo terrorista.
El investigador asegura que esa república islámica "mantiene una relación de trabajo con los talibanes".
"Ha acogido a los líderes talibanes y también les ha proporcionado armas y apoyo financiero. A cambio, los talibanes se han mostrado más complacientes con los chiíes afganos, en particular con la comunidad hazara, razón por la cual el corazón de los hazara en el centro de Afganistán cayó en manos de los talibanes sin que se disparara una sola bala".
Sin embargo, a pesar de que su posición se ha suavizado, ha habido numerosos informes de maltrato a la minoría hazara por parte de los soldados talibanes.
El aislamiento global de Afganistán permitiría a Irán aumentar su influencia en el país, calcula Karim.
"Irán también estará interesado en conseguir y analizar probablemente algunos de los drones avanzados, misiles y otros sistemas de armamento que ha dejado Estados Unidos o que están ahora en manos de los talibanes para utilizarlos en sus propios programas de fabricación de defensa".
Llevar la estabilidad a Afganistán también reduciría el flujo de inmigrantes hacia Irán, que actualmente acoge a 780.000 refugiados y solicitantes de asilo afganos, según la Agencia de la ONU para los Refugiados.
Es posible que los líderes occidentales intenten pintar la campaña de 20 años como un éxito, pero no hay duda de que los talibanes creen que la victoria es suya.
"Hemos ganado la guerra y Estados Unidos ha perdido", dijo un líder talibán al periodista de la BBC Secunder Kermani en abril, incluso antes de que su campaña relámpago tomara todas las ciudades importantes y la capital.
Para Estados Unidos y sus aliados occidentales, reconstruir su imagen tras este aparente retroceso podría llevar algún tiempo.
Sin embargo, la canciller alemana Angela Merkel dejó claro en su intervención en el parlamento alemán el 25 de agosto que la retirada "no debe significar el fin de los esfuerzos para proteger a los ayudantes afganos y ayudar a los que han quedado en una situación de mayor emergencia con la toma del poder por los talibanes".
"Nuestro objetivo debe ser salvaguardar al máximo lo que se ha conseguido en Afganistán en los últimos 20 años", insistió.
Asimismo, en su intervención el 24 de agosto tras una reunión virtual del G7, el presidente del Consejo de la UE, Charles Michel, dijo que es "demasiado pronto" para decidir qué tipo de relaciones desarrollará el bloque "con las nuevas autoridades afganas".
Michel explicó que esta nueva relación dependerá de "los hechos y la actitud del nuevo régimen (…) tanto en lo que se refiere a la preservación de los logros políticos, económicos y sociales para los ciudadanos afganos, como a sus derechos humanos, especialmente los de las mujeres, las niñas y las minorías".
"Y en cuanto a las obligaciones internacionales de Afganistán, en particular la seguridad, la lucha contra el terrorismo y el tráfico de drogas", añadió.
Evitar una nueva oleada de refugiados y solicitantes de asilo será también una prioridad para los países occidentales, además de intentar evitar que Afganistán se convierta en un caldo de cultivo para el extremismo.
El atentado cerca del aeropuerto de Kabul reivindicado por el grupo Estado Islámico Provincia de Jorasán (ISIS-K o ISKP), filial del EI en Afganistán, fueron el manifiesto de ese riesgo.
En días anteriores, los servicios de inteligencia estadounidenses habían advertido de la amenaza inminente de un ataque del grupo, rival de los talibanes.
Tras el atentado, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, afirmó que los autores del mismo serían "atrapados".
"A los que llevaron a cabo este ataque, así como a cualquiera que desee el mal de Estados Unidos, sepan esto: No perdonaremos. No olvidaremos. Los perseguiremos y les haremos pagar. Defenderé nuestros intereses y a nuestro pueblo con todas las medidas a mi alcance", dijo.
Parte del acuerdo entre los talibanes y Estados Unidos consistía en que los talibanes no permitirían que los grupos extremistas utilizaran el país como base para organizar ataques contra Estados Unidos o sus aliados. La matanza en el aeropuerto de Kabul demuestra que estos grupos no solo están en el país, sino que además operan desde allí.
El atentado demostró que los gobiernos se adaptarán a este nuevo orden regional. Pero también evidenció que los nuevos poderes de los talibanes afectan al equilibrio de fuerzas entre los grupos insurgentes.
Por un lado, los expertos advierten de un posible reagrupamiento de al Qaeda, cuyo atentado contra Estados Unidos el 11-S desencadenó la invasión de Afganistán en 2001.
Por otro lado, los grupos yihadistas inspirados por EI se verán ahora "presionados para demostrar su relevancia", según señala Sana Jaffrey, directora del Instituto de Análisis Político de Conflictos (IPAC) de Yakarta.
Los grupos pro-EI han estado "denunciando" la victoria de los talibanes como "una victoria que surgió de un acuerdo nefasto con Estados Unidos en lugar de una verdadera yihad", le dijo Jaffrey a la BBC, quien aun así, describió la victoria talibán como "la mejor noticia que los grupos de al Qaeda han visto en mucho tiempo".
"Dentro del sudeste asiático, hemos visto en los canales de las redes sociales dirigidos por los círculos extremistas, y también en las declaraciones oficiales, una celebración general de la victoria talibán".
"El principal mensaje que han sacado de esto es que la persistencia da sus frutos. Y no hay duda de que esto inspirará a muchos extremistas de la región".
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