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Política | 21/11/2025   07:13

|OPINIÓN|Queridos gringos: sobre la China, el realismo boliviano|Alfonso Mansilla|

Porque las alianzas más prósperas, al igual que los pactos más duraderos entre naciones o entre almas, son aquellas en las que cada parte se engrandece sin perder su esencia.

Edificio de la Embajada de EEUU en la ciudad de La Paz, Bolivia. Foto Brújula Digital. Archivo.
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Brújula Digital|21|11|2025|

Alfonso Mansilla

En este tiempo de metamorfosis política, Bolivia baila en un tango de intereses que mezcla la ideología con la renovación. Muy grata bienvenida al tío Sam, ojalá no se detenga en lote medical, boots on the ground y palabras amables; becas educativas para miles de bolivianos sería una muestra de amistad eterna. Deseo inalcanzable, tal vez. 

Pero no por eso debemos conformarnos sólo con el dictado de sus cambiantes intereses, alegremente en este caso: la erradicación del narcotráfico, estamos en el mismo camino. Nunca debemos olvidar que como país debemos mezclar el cálculo con la esperanza. Una esperanza de democracia, de respeto y de progreso. Y un cálculo de nuestros intereses económicos como motor contra la pobreza. 

Querido tío Sam, esta es una realidad muy diferente a la que dejaste, décadas enteras han pasado, y las cifras son abrumadora. Nuestro mejor socio es la China, lejos, muy lejos de otras aspiraciones. Más allá de normalizados movimientos de makeup con las insignias y las corbatas no habría que olvidar que el comercio es la única herramienta para un progreso sostenido. 

Nuestra balanza ya se ha inclinado, el comercio y la imperiosa necesidad de una modernidad ha creado entre nuestros países un mercado que ha florecido sin igual. En 2024, las exportaciones bolivianas hacia China alcanzaron aproximadamente $us 1,35 mil millones, dominadas por minerales resplandecientes, tristemente maderas nobles y carnes de altísima calidad. 

En sentido inverso, las importaciones desde el gigante asiático ascendieron a unos $us 2,2 mil millones, colmando los mercados bolivianos con maquinaria reluciente, vehículos a mitad de precio y productos electrónicos que parecen diseñados para un futuro ya presente. Este flujo, palpitante entre lo mal llamado nacional-popular, cobra especial significado en un país que busca reconfigurar su destino económico en medio de un mundo imprevisible. 

La diplomacia, lejos de ser un ejercicio de cortesía vacía, puede convertirse en una maquinaria de acuerdos estratégicos, memorandos y promesas tangibles. Los recientes convenios bilaterales con el dragón prevén cooperación en salud, industrialización, asistencia sin reembolso y programas de reducción de la pobreza. Son gestos que, más allá de la retórica de la diplomacia del Sida (o de las jeringas viejas), materializan un compromiso altamente añorado por la bolivianidad: convertir los recursos naturales en bienestar humano. 

Dearest uncle, las ventajas de esta relación son múltiples y, en muchos sentidos, prácticas: en un planeta donde los viejos socios comerciales se vuelven erráticos, China representa una puerta amplia para los productos bolivianos. Mucho del futuro encuentra allí un escenario que multiplica sus posibilidades. Diversificación de mercados, productos baratos y algo de valor agregado. La relación chino-boliviana no se limita a la compraventa de bienes; ha servido para darnos algo de conocimiento; la instalación de plantas industriales, la capacitación de técnicos, el aprendizaje del hacer y del innovar. En el marco del llamado Sur Global, Bolivia encuentra en China un aliado que le permite ensanchar su margen de maniobra, acceder a créditos blandos y sostener su desarrollo sin depender de los dictados de administraciones erráticas. 

Sin embargo, todo esplendor conlleva una advertencia. En la misma medida en que se abren nuevas rutas de prosperidad, también crece el riesgo de la dependencia económica, el intercambio desigual disfrazado de cooperación, el exceso de confianza en un socio cuya magnitud puede, sin intención, eclipsar. En esta Bolivia sin el MAS y con la chiripa de la improvisación política, sería constructiva una relación que sea un orgullo y no una sumisión, un espejo donde nos reconozcamos, no una sombra en la que nos disolvamos.

Hoy, en esta hora de transición, el comercio y la diplomacia ofrecen al país una oportunidad extraordinaria: multiplicar sus mercados y lograr cierta autonomía. Pero el verdadero desafío, para nosotros y ustedes, queridos gringos, no está sólo en comerciar o negociar, sino en hacerlo con algo de elegancia, con mucha inteligencia, con el orgullo de quien no se vende, sino que se asocia. Porque las alianzas más prósperas, al igual que los pactos más duraderos entre naciones o entre almas, son aquellas en las que cada parte se engrandece sin perder su esencia. 

Alfonso Mansilla es estadista.



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