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Política | 14/11/2025   11:52

|ANÁLISIS|Dos tradiciones políticas|Gonzalo Mendieta|

Al ver a Rodrigo Paz puede uno imaginarse a Paz Estenssoro, Baptista o Frías. En Edmand Lara se encuentran fácilmente rastros de Barrientos, Busch o el propio Belzu.

Edmand Lara (izq.) y Rodrigo Paz/EFE
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Brújula Digital|15|11|25|

Gonzalo Mendieta

La posesión del presidente y el vicepresidente reflejó dos tradiciones políticas paralelas que han pululado en la historia nacional. Por un lado, el presidente civil y patricio; por el otro, el uniformado y plebeyo. Estas tradiciones entroncan, además, en la narrativa pueblo-élite de esa corriente política que nació con la república o tal vez antes. Su narrativa se revela en la distinción de malos y buenos que el nacionalismo popular teoriza. Por ejemplo, entre los montoneros y los doctores de Charcas, entre el plebeyo Belzu y el elitista Ballivián o satanizando a los conservadores que enfrentaron la guerra con Chile y ensalzando a los populares, entre los que algunos incluyen a Hilarión Daza (la película Amargo Mar es paradigmática en esta visión).

El 8 de noviembre asistimos, pues, a una clase de historia. Contra lo que pudiera suponerse, ambas corrientes gozan de vitalidad. Al ver a Rodrigo Paz puede uno imaginarse a Paz Estenssoro, Baptista o Frías. En Edmand Lara se encuentran fácilmente rastros de Barrientos, Busch o el propio Belzu. Se idealiza a Busch y se desdeña a Barrientos, pero ninguno era libresco, sino carismáticos hombres de acción sin gran pulimiento. Tal vez Lara es más Barrientos que Busch, en tanto conecta con el mundo popular, pero desde la derecha. Su saludo a Bukele en la posesión basta como prueba. A propósito, ¿qué dirán los que creyeron votar por un binomio de centroizquierda y contra el agro cruceño?

En la posesión, estas dos tradiciones pugnaron por prevalecer. Aunque las chispas surgieron posteriormente, el sábado 8 de noviembre pensé que Lara se comía el espectáculo. El efectismo de su discurso fue potente. Un arranque victimista que decía entre líneas: a mi familia la discriminan como a ti. Las lágrimas y gritos de mando, el retrato pormenorizado de cada ícono de nuestras calles: la vendedora, el campesino “con sombrero de tierra”, el policía, el comerciante y un largo etcétera. El alma de Carlos Palenque daba vueltas, aunque el compadre era más padre protector que víctima, a diferencia de Lara. Pero cómo no recordar las lágrimas de Palenque cuando la clausura de su canal de televisión RTP, en los años 80. Y su dramaturgia.

Cuando la mezcla del verde olivo y la arenga daban la impresión de abarcar toda la escena, Rodrigo Paz no se arredró. Expresó su legado personal y su cofre de valores desde el Dios, patria y familia del juramento. Ignoro si supiera que otros lo precedieron en la historia con ese lema, con los que seguro él no quisiera que lo relacionen. Pero apostó así a las tradiciones de la patria conservadora, tan incrustada también en el mundo popular sin que se lo reconozca habitualmente. Más del 90% del país es cristiano, para horror de la minoría agnóstica e ilustrada. Y la familia es nuestra corporación madre. Ordinariamente, conseguimos empleos a través de los vínculos de parentesco. Y la patria es el modo de neutralizar la posición de clase o étnica; una emotiva manera de decir alianza de clases.

Paz Pereira hizo gala de su encanto y de su vitalidad. Improvisa con mejor sentido político que con el que lee. En una tierra supersticiosa y de pensamiento mágico, Paz desarmó la lluvia y los truenos. En vez de que fueran el signo ominoso que comenzábamos a atribuirle incluso los escépticos, el intuitivo presidente le dio la vuelta a la señal de los cielos.

En su discurso, Paz no aludió a los indígenas, enfocado como estaba en apostar por los símbolos unificadores: la patria, Bolivia, la tricolor. Como patricio, teme las distinciones étnicas. Y abomina la lucha de clases o la guerra de colores, como llamaban en Venezuela en la Independencia a la “guerra de razas”.

Lara revivió en su palabra la complementariedad del mundo andino o la santidad de “nuestras organizaciones sociales”, junto a la advertencia de que nadie las iba a excluir. Paz habló del mundo, de producir, de lo mal que le dejaban la economía. Endógenos y cosmopolitas estuvieron así retratados en un solo acto.

Es evidente que ambos mandatarios representan dos de las varias caras de la nación, facetas que tienen larga data y no se han cansado de retornar en nuestra historia. Paz y Lara podrían complementarse para hacer un Gobierno más efectivo, pero no será. Que ambos lo sepan quién sabe mitigue las decepciones.

Los días posteriores a la posesión confirmaron que estarán en competencia; quizás más Edmand que Rodrigo. Fiel a su linaje político, Lara no se contentará con el papel de secundar a Paz y a su tecnocrático equipo. Por su lado, Paz escoge por ahora bajarle la importancia a la fricción, pero es imposible que un político como él no sopese cómo va a recorrer este estrecho sendero para dos. Cuando Jaime Paz, sobreviviente de mil escaramuzas, dijo que estaba feliz, pero preocupado, seguramente una porción de su desasosiego tiene también que ver con Lara.

Los 20 años de Evo hicieron pensar que nunca más un criollo ocuparía la presidencia, que el cholaje daba paso definitivo al indianismo. Por lo visto, subestimamos las múltiples avenidas de nuestra historia. Ni la vertiente criolla ni el mestizaje estaban muertos. Solo tomaban fuerzas para resurgir.

Es una pena, empero, que las reyertas de nuestra historia reaparezcan también intactas para desplegarse otra vez, en un eterno retorno en espiral, con personajes renovados, pero enfrascados en las mismas peloteras de los abuelos de nuestros abuelos.

Gonzalo Mendieta Romero es abogado.





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