Por primera vez en la historia del país, un presidente iniciará su mandato con su padre –también expresidente– aún con vida. Ese solo hecho ya imprime un aire de continuidad y contraste que atraviesa la política boliviana contemporánea.
Brújula Digital|04|11|25|
Raúl Peñaranda U.
Rodrigo Paz Pereira se apresta a asumir la presidencia de Bolivia en medio de una campaña marcada por giros inesperados y la presencia discreta, aunque constante, de su padre, Jaime Paz Zamora.
Por primera vez en la historia del país, un presidente iniciará su mandato con su padre –también expresidente– aún con vida. Ese solo hecho ya imprime un aire de continuidad y contraste que atraviesa la política boliviana contemporánea.
Ambos Paz llegaron al poder en momentos de transición: Jaime en 1989, cuando el país emergía del ajuste estructural y buscaba estabilidad; Rodrigo en 2025, tras una etapa de polarización política y estancamiento económico. En ambos casos, el desafío central es reconstruir confianza y garantizar gobernabilidad.
Y ambos tienen un carisma y un conocimiento de la sociedad boliviana que sin duda son virtudes políticas de alta valía. Por algo Jorge Quiroga perdió la elección, por su incapacidad de conectar con los sectores populares, algo que para Rodrigo era natural. También la intuición funcionó mejor en ese campo: Edmand Lara resultó un candidato mucho más popular que un elitista Juan Pablo Velasco.
Jaime Paz Zamora asumió la presidencia tras la gestión de su tío, Víctor Paz Estenssoro, artífice de la estabilización económica de 1985. Pero para alcanzar el poder, el líder del MIR selló una sorprendente alianza con su antiguo rival, el general Hugo Banzer Suárez, a quien presentó como socio de una nueva etapa democrática.
Durante la campaña de 1989 pronunció una frase que se lo perseguiría: “No cruzaré ríos de sangre”, en alusión a que no se aliaría con Banzer, cosa que no cumplió: Una vez que Sánchez de Lozada rompió el Pacto por la Democracia, que había mantenido con Banzer, viabilizó una alianza con su antiguo rival.
Aquel gobierno se caracterizó por el afianzamiento institucional y el afianzamiento del crecimiento económico. Sus luces fueron los acuerdos políticos de 1992, que consolidaron la independencia de la entonces Corte Nacional Electoral y establecieron normas que, hasta hoy, resguardan el voto. Se aprobó también la reforma de la Constitución con la introducción del Tribunal Constitucional, Consejo de la Judicatura, diputaciones uninominales y la definición de Bolivia como un país pluricultural y multiétnico.
También se decidió que se elegiría por dos tercios de votos a los magistrados de la Corte Suprema, contralor y fiscal general. Esto último dio paso a la promulgación de la primera Ley del Ministerio Público de Bolivia.
Entre sus sombras, quedó el caso del grupo subversivo CNPZ, que terminó con la muerte no esclarecida de varios de sus integrantes en el asalto a una casa en Sopocachi.
Rodrigo Paz llega con una impronta distinta y una relación fluida con Estados Unidos, evidenciada en la inédita reunión que mantuvo con el secretario de Estado, Marco Rubio.
Su padre, en cambio, enfrentó una de las etapas más tensas en la relación bilateral. Tras un inicio auspicioso, y un encuentro con George Bush padre en 1990, los embajadores Robert Gelbard y Charles Bowers, representantes de la línea dura de Washington en temas antidroga, presionaron fuertemente a su gobierno.
Jaime Paz fue el primero en distinguir entre la hoja de coca y su derivado ilegal, la cocaína. Esa visión, luego retomada por Evo Morales, le valió apoyo interno, pero también el acoso político y diplomático de Estados Unidos.
La presión se agudizó durante el gobierno siguiente, de Gonzalo Sánchez de Lozada, con la llamada caso “narcovínculos”. Basada en indicios débiles, pero con el decidido apoyo de EEUU, la campaña mediática afectó su imagen y lo llevó a retirarse temporalmente de la política. Muchos consideran que, de no haberse producido, habría sido favorito en las elecciones de 1997.
Rodrigo Paz encara un escenario diferente, pero no menos complejo. Tendrá que adoptar decisiones impopulares –como el aumento de los precios de los carburantes y la devaluación oficial de la moneda– y, entre otras cosas, reformar el Estado para reactivar la inversión privada. A su favor cuenta con un equipo técnico sólido, encabezado por José Luis Lupo y José Gabriel Espinoza, y con un clima internacional favorable.
Tres décadas separan a ambos presidentes, pero los desafíos –estabilidad, credibilidad y crecimiento– son similares. La diferencia es que, esta vez, la experiencia de un expresidente puede estar a solo una llamada telefónica de distancia.
BD/RPU
Raúl Peñaranda U. es periodista.