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Política | 16/10/2025   03:10

|DIÁLOGOS AL CAFÉ|Fundamentos y consecuencias de la Independencia|

Esto implica asumir la complejidad del pasado –incluyendo sus contradicciones– y construir una identidad nacional que no dependa de figuras salvadoras, sino de instituciones sólidas y una ciudadanía consciente.

Casa de la Libertad, donde Bolivia firmó su independencia. Foto ABI. Archivo.
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Brújula Digital|16|10|25|

Este es un resumen de Diálogos al Café “Marcos Escudero”. Este debate se centró en una pregunta incómoda: ¿entendemos realmente lo que significó la Independencia de Bolivia y sus consecuencias dos siglos después? 

Los historiadores Ana María Lema y Bernardo Gantier aportaron una mirada rigurosa con la provocación del investigador Roberto Laserna. El diálogo desmontó mitos: la independencia como gesta homogénea, el pueblo como bloque patriota y los libertadores como salvadores incuestionables. El resultado fue un ejercicio de memoria crítica que, más que cerrar el debate, abrió nuevas preguntas sobre el país que somos y el que podríamos llegar a ser.

Guerra civil prolongada

Antes de que el 25 de mayo de 1809 se convirtiera en símbolo, la audiencia de Charcas tensaba la cuerda con Lima. No se trataba solo de geografía: Potosí, con su riqueza minera, y la Universidad de San Francisco Xavier, con su prestigio académico, fueron epicentros de un orgullo regional que no aceptaba ser periferia. El deseo de mayor influencia se profundizó con cada conflicto y se alimentó de rivalidades hasta cuestionar todo el sistema de autoridad.

La Guerra de Independencia no fue un frente único de “patriotas contra realistas”. Fue una guerra civil prolongada, con cambios de bando y alianzas temporales según conveniencias locales. Hubo pueblos que apoyaron a las tropas realistas un año y a las patriotas al siguiente, movidos más por la sobrevivencia que por ideologías. En ese vaivén, la ruptura con la metrópoli fue ganando forma, aunque sin un consenso claro sobre qué tipo de Estado se quería construir.

Ese trasfondo explica por qué, incluso en plena lucha, muchos líderes sólo querían garantizar el control de sus regiones frente a centros de poder distantes. Esta raíz, más territorial que ideológica, sigue presente en las tensiones regionales actuales.

Violencia e improvisación 

La Independencia llegó con un precio descomunal: economía devastada, despoblación masculina y ruptura abrupta del Estado que había regido por más de dos siglos. Se destruyó la estructura jurídica e institucional heredada de la colonia, pero no se reemplazó con un sistema sólido. En su lugar, se importaron modelos europeos –especialmente franceses– que, mal adaptados al contexto local, trataron de imponerse.

Los primeros gobiernos actuaron a tientas, entre intentos de reformas educativas, codificaciones legales y reorganización territorial, pero sin experiencia administrativa ni cuadros técnicos. En lo económico, las élites locales trataron de avanzar sobre las comunidades indígenas y controlar las minas. La violencia política no se extinguió con la Independencia; se reconfiguró en luchas internas, golpes y conflictos regionales.

Las élites republicanas, triunfantes en la guerra, se encontraron con un territorio vasto, poco articulado y socialmente heterogéneo, donde las promesas de prosperidad chocaban con una realidad de caminos inexistentes, comercio fragmentado y tensiones étnicas latentes. Sin un “manual de instrucciones” para gobernar, el nuevo Estado se construyó en medio de ensayo y error, dejando heridas institucionales que todavía condicionan su funcionamiento.

Identidad fragmentada: entre caudillos y memoria selectiva

La narrativa oficial convirtió a Bolívar y Sucre en símbolos centrales de la independencia, eclipsando a figuras locales y a procesos internos decisivos. Este culto al caudillo externo instaló una idea peligrosa: la de un país que necesita “salvadores” para existir. Al mismo tiempo, el olvido deliberado de la audiencia de Charcas y de sus protagonistas dejó fuera de la memoria nacional una parte esencial de nuestra historia larga, la que explica el tejido político y social previo a 1825.

El resultado ha sido una identidad fragmentada e incompleta. Por un lado, un imaginario que exalta gestas militares por encima de la construcción institucional; por otro, una débil cultura de respeto a la ley y a las instituciones. La visión romántica del caudillo como figura providencial se ha reforzado durante dos siglos, dificultando el fortalecimiento de un Estado basado en reglas más que en personalidades. 

En el diálogo, se insistió en la necesidad de revisar el panteón de héroes, integrar a personajes invisibilizados y reconocer la resiliencia de comunidades y ciudadanos que, sin aparecer en los libros, sostuvieron al país a lo largo de sus crisis.

Ese llamado no es un mero ajuste de la memoria histórica, sino una condición para recomponer la confianza colectiva. Reconocer a constructores de instituciones y líderes comunitarios, así como rescatar las prácticas políticas inclusivas que existieron en el pasado podría ofrecer un contrapeso a la cultura de personalismos que ha dificultado la consolidación democrática en Bolivia.

Consideraciones finales

La discusión dejó claro que la Independencia boliviana permitió controlar el territorio desde un poder más cercano, pero heredamos y transformamos tensiones, desigualdades y hábitos que aún persisten. 

A dos siglos, la tarea pendiente sigue siendo reconciliar nuestra historia larga con nuestra historia oficial. Esto implica asumir la complejidad del pasado –incluyendo sus contradicciones– y construir una identidad nacional que no dependa de figuras salvadoras, sino de instituciones sólidas y una ciudadanía consciente.

BD/RPU



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