Bolivia debe actuar ahora. Reforzar su diplomacia, institucionalizar la Cancillería, revitalizar la Academia Diplomática, recuperar la visión estratégica y dejar atrás la idea de que basta con desarrollar relaciones comerciales.
Brújula Digital|04|10|25|
Andrés Guzmán
El mundo atraviesa uno de los momentos más inciertos desde la Segunda Guerra Mundial. Las tensiones geopolíticas aumentan, el gasto militar se dispara y las grandes potencias vuelven a medir su fuerza en función de la capacidad de disuadir. En este contexto, los países menos poderosos y más vulnerables, como Bolivia, no tienen otra alternativa que reforzar su diplomacia.
Durante décadas nos acostumbramos a creer que el comercio era el motor de la política internacional. Desde el fin de la Guerra Fría hasta la crisis financiera de 2008, la globalización parecía un proceso imparable que se presentaba como la única opción: integración económica, flujos de inversión, cadenas globales que prometían prosperidad para todos. Predominaba la tesis idealista de que la interdependencia económica garantizaría la paz y fortalecería la democracia. Pero esa época quedó atrás. La exclusión de Rusia del G8, el Brexit, la guerra comercial y tecnológica entre China y Estados Unidos, los conflictos en el Cercano Oriente, Europa y África, y el retorno del proteccionismo y el nacionalismo muestran que el comercio ya no manda, manda la geopolítica.
El mundo está cada vez menos integrado y más fragmentado. Los países ya no dependen de cadenas globales de suministro, sino de alianzas regionales con vecinos confiables. Se privilegia la seguridad estratégica sobre la eficiencia económica. Consecuentemente, los presupuestos militares baten récords. Según SIPRI, el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz, en 2024, el gasto militar de todo el mundo aumentó más que ningún otro año, al menos, desde el fin de la Guerra Fría, y todo indica que el 2025 lo superará.
América Latina no es la excepción, la mayoría de los países de la región están modernizando sus capacidades militares. De los cinco países latinoamericanos que más invierten en armas, cuatro son limítrofes de Bolivia: Brasil, Chile, Perú y Argentina (en ese orden). Entre muchas otras adquisiciones, los dos primeros están reforzando su poderío naval con la construcción de submarinos y buques respectivamente, y los dos últimos, están comprando aviones caza de última generación.
A esto se suma el hecho de que Estados Unidos, el país que más gasta en defensa a nivel mundial, ha dejado en claro que está dispuesto a recurrir al uso de la fuerza para eliminar a los productores y traficantes de drogas. Lo que añade un factor de presión directa sobre países como Bolivia, recientemente descertificado por propio presidente Donald Trump, por no haber cumplido con las metas y los acuerdos internacionales en materia de lucha contra el narcotráfico.
En estas condiciones, Bolivia no puede seguir entendiendo el servicio exterior como un botín político para premiar a los militantes del partido de gobierno. Tampoco basta con enviar agregados comerciales y reducir la diplomacia a la promoción de bienes bolivianos en los mercados internacionales. Lo que está en juego no es solamente aumentar las exportaciones y generar divisas: es defender la posición de Bolivia en un momento histórico de reconfiguración geopolítica que se asienta en un equilibrio de poder muy endeble.
Nuestro país tiene un valor estratégico que muchas veces ignoramos. Las rutas más cortas entre el puerto de Chancay en Perú y los puertos brasileños de Santos e Ilhéus atraviesan territorio boliviano. Además, nuestros recursos naturales son cada vez más codiciados, no solo por su valor económico, sino porque son insumos estratégicos para la transición energética y la industria militar. En otras palabras, Bolivia es más relevante de lo que muchos creen, y eso nos obliga a estar preparados.
Por eso necesitamos un ejército de diplomáticos profesionales. No para la guerra, sino para defender con firmeza e inteligencia los intereses nacionales. La diplomacia boliviana ya demostró, en el pasado, que puede ser un arma poderosa. Desde la Guerra del Chaco, nuestro país sostuvo una doctrina clara: rechazo a las agresiones militares y a las anexiones territoriales por la fuerza, vengan de quien vengan.
Esa visión nos dio legitimidad y respeto durante las negociaciones de la paz del Chaco y más adelante también, durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy debemos recuperar y actualizar esa doctrina que se concibió con el objetivo de convertir a Bolivia en “tierra de contactos y no de antagonismos”.
Como economista, comprendo perfectamente que es necesario reducir el gasto público, en especial ahora que atravesamos una profunda crisis de balanza de pagos. Pero reducir el servicio diplomático de Bolivia –cuando ya de por sí es limitado en comparación con el de nuestros vecinos– es un error estratégico que nos debilita en el escenario internacional. Recortar embajadas o limitar la presencia de Bolivia en foros multilaterales puede parecer un ahorro inmediato, pero en realidad es una pérdida mucho más costosa en términos de influencia, seguridad y oportunidades –incluso comerciales– a largo plazo.
La diplomacia no puede degradarse a nivel de encargados de negocios por falta de afinidades ideológicas, como lo hicieron quienes nos gobernaron los últimos 20 años con países clave como Estados Unidos, Perú y hasta hace poco con Brasil y China. Mantener las relaciones al más alto nivel, es decir al nivel de embajadores, es una cuestión de respeto y valoración por el otro país. Pero en las condiciones actuales también es una cuestión de supervivencia. Si no leemos bien el rumbo del mundo, nos arriesgamos a reaccionar tarde y a pagar costos mucho más altos. La historia enseña que los países de menor poder relativo deben apuntalar su diplomacia con pragmatismo e inteligencia para no tener que asumir, forzosamente, las imposiciones de los más fuertes.
Bolivia debe actuar ahora. Reforzar su diplomacia, institucionalizar la Cancillería, revitalizar la Academia Diplomática, recuperar la visión estratégica y dejar atrás la idea de que basta con desarrollar relaciones comerciales. El comercio es importante, sí, pero en un mundo en el que vuelve a predominar la fuerza sobre la confianza, la diplomacia es nuestro mejor escudo.
Andrés Guzmán Escobari es economista y diplomático de carrera.