La democracia depende de ciudadanos capaces de distinguir hechos de ficción. En Bolivia, esa capacidad será puesta a prueba el 17 de agosto.
Brújula Digital|28|07|25|
Dennys Peredo
La política atraviesa la vida cotidiana. Aun cuando alguien crea no “meterse” en ella, lo está porque decide cómo vivimos. A menos de tres semanas de las elecciones generales del 17 de agosto, la disputa electoral se juega en dos frentes simultáneos: la calle (territorio) y el feed (contenido en redes sociales). Los candidatos bailan, sonríen, prometen y saturan las redes con material diseñado para capturar segundos de atención.
Sin embargo, el fenómeno dominante en las encuestas sigue siendo el “voto residual” (votos blancos, nulos e indecisos), decisivos porque en la primera vuelta definiremos también la Asamblea Legislativa, órgano que aprobará o bloqueará las normas que el próximo Ejecutivo necesite para ejecutar su plan de gobierno.
Nada de lo anterior sería extraordinario si no fuera porque la campaña “normal” (mitines, caravanas, debates, entrevistas) está recubierta por una capa cada vez más habitual de “línea baja”, “campaña de contraste” o “guerra sucia” (estrategias que buscan erosionar al adversario mediante ataques dirigidos), amplificada ahora por herramientas de inteligencia artificial (IA) capaces de fabricar audios y videos falsos en minutos.
Hablamos de deepfakes (montajes hiperrealistas generados con IA), bots (cuentas automatizadas que multiplican mensajes para instalar tendencias), microsegmentación (compra de publicidad digital dirigida a nichos con mensajes hechos a medida) y social listening (monitoreo en tiempo real de conversaciones digitales para anticipar crisis). Todo eso ya se usa aquí, y no en laboratorios académicos, sino en los “war room” de campaña de los diferentes frentes políticos.
Según We are social, en su informe de marzo de 2025, TikTok en Bolivia alcanza ya 7,63 millones de usuarios mayores de 18 años. Esa masa crítica explica por qué los equipos de campaña concentran su artillería audiovisual en la plataforma: un clip de 30 segundos puede moldear percepciones con mayor eficacia que un debate de una hora. El otro gran terreno de juego es Facebook, donde el alcance pagado sigue siendo un atajo para instalar o demoler candidaturas.
La última investigación de Bolivia Verifica informa que páginas de Facebook recién creadas inyectaron casi 200.000 bolivianos en anuncios para realizar ataques contra Doria Medina y Tuto Quiroga, mientras favorecieron el posicionamiento de Reyes Villa.
A la par, se han difundido encuestas falsas que colocan primero, según el día y el ánimo del rumor, a Andrónico, Evo Morales, Eva Liz o Rodrigo Paz. Todas fueron desmontadas, pero cumplieron su cometido de sembrar confusión y moldear expectativas. Cuando la opinión pública cree que “X ya ganó” o que “Y no tiene ninguna chance”, intentan alterar el comportamiento estratégico del electorado.
Otra línea de manipulación gira en torno a los recursos estratégicos. Circularon videos que vinculan a Doria Medina con Marcelo Claure para “vender” el litio sin evidencia documental. Paradójicamente, es Reyes Villa (quien promete atraer 10.000 millones de dólares por negocios internacionales ligados al litio) es quien más alimentó esa sospecha.
La desinformación se basa en activar emociones sobre la soberanía, dignidad y el futuro del país para desviar la conversación de los programas y/o propuestas hacia la indignación inmediata.
Algo similar ocurrió con Quiroga, a quien, con un deepfake, lo acusaron de tener vínculos con financiamiento ruso. El material corrió durante días antes de ser desmentido, y todavía hoy produce comentarios que dan por cierto tal video. El daño reputacional en la era de los algoritmos es asimétrico: podemos decir que la mentira vuela mientras la corrección llega caminando.
Incluso la institucionalidad electoral fue objeto de una campaña de desinformación con la supuesta renuncia de Óscar Hassenteufel, lo que en verdad resultó ser una baja médica de tres días. La supuesta renuncia encendió la narrativa del “fraude inminente”. El Tribunal Supremo Electoral reaccionó rápido para aclarar el tema, pero la sombra de la sospecha quedó flotando lo suficiente como para tensar la confianza, una vez más, en el árbitro electoral.
Frente a este ecosistema, los equipos estrategas ya no solo producen eslóganes, diseñan protocolos de gestión, ya que quien responda tarde pierde. Quien sobrerreacciona legitima y quien no mide vuela a ciegas.
La democracia depende de ciudadanos capaces de distinguir hechos de ficción. En Bolivia, esa capacidad será puesta a prueba el 17 de agosto. La calidad de la conversación pública será parte del resultado electoral.
Dennys Peredo es politólogo, estratega en comunicación política y actual vicepresidente del Colegio de Politólogos de Santa Cruz.