La suma de votos de los opositores es de más del 60% y la de los oficialistas de menos de 15%. ¿Sorpresa? Para los nostálgicos que esperaban ver una crecida tsunámica de los votos de Andrónico, tal vez los nuevos números signifiquen la aplastante constatación de que los viejos tiempos no volverán.
Brújula Digital|17|07|25|
Hernán Terrazas E.
A un mes de las elecciones presidenciales el escenario del desenlace va tomando forma. Las dos encuestas más recientes hablan de un virtual empate en el primer lugar de los candidatos opositores Samuel Doria Medina y Jorge Tuto Quiroga, pero también muestran la inocultable tendencia de caída del respaldo a Andrónico Rodríguez –¿lo tuvo en algún momento?– al extremo que el estudio difundido por El Deber ubica al aspirante de la Alianza Popular en un cuarto lugar, por debajo de Manfred Reyes Villa.
La suma de votos de los opositores es de más del 60% y la de los oficialistas de menos de 15%. ¿Sorpresa? Para los nostálgicos que esperaban ver una crecida tsunámica de los votos de Andrónico, tal vez los nuevos números signifiquen la aplastante constatación de que los viejos tiempos no volverán.
Eso sí, habrá algunos que digan que todavía queda esperar lo que digan los indecisos o, peor, que hay que esperar la mano “bendita” de Evo Morales, que podría agregar un “Andrónico levánte y anda”, aunque parece que el Lázaro de la izquierda tiene la enfermedad casi terminal del desprestigio acumulado durante 20 años.
Y sí, después de dos décadas, solo queda mirar a los tres primeros y evaluar las posibilidades de cada uno. No son tan diferentes. Todos pertenecen al lado derecho del espectro político, vienen de viejos proyectos, son conocidos, participaron sin éxito en más de una elección y se juegan la última oportunidad de llegar a la presidencia.
Samuel Doria Medina y Tuto Quiroga comparten un mismo electorado y, tal vez por eso y no necesariamente porque sean malos candidatos, es que apenas han conseguido superar la barrera del 20% de intención de voto.
Si se hubiera consolidado el bloque de unidad con un aspirante único, posiblemente uno de los dos tendría hoy más del 40% y una posibilidad grande de ganar la elección en primera vuelta.
Hasta ahora, Doria Medina y Quiroga han dado lo que se esperaba de ellos: ideas y soluciones para combatir la crisis, credibilidad técnica y una narrativa más o menos convincente. Lo que les falta –y eso pasó siempre con los dos– es conexión emocional con el electorado, sobre todo con los jóvenes y les pesa, además, el hecho de ser parte del pasado, de la fotografía política invariable desde hace por lo menos tres décadas.
Ni uno ni el otro representan la renovación que esperaba buena parte del electorado, pero por lo menos –eso debe pensar la gente– son dos que pelearon contra los que querían quedarse y que, cada quien, a su modo, estuvo siempre en la primera línea de una pelea siempre desigual con el MAS. Eso es un mérito que ayuda a compensar lo que falta.
Aunque no está definida la presidencia, es evidente que el voto tiene que ver con dar la responsabilidad de resolver la crisis a quienes tienen el perfil y la trayectoria político-técnica como para hacerlo. No es un voto de simpatía plena, de adhesión incondicional. Es a lo sumo, un encargo, con una agenda de urgencia de por medio y tareas precisas.
No será, seguramente, el respaldo a un nuevo proyecto o visión del país, porque eso no se ha visto en las propuestas. Aquí se vota por el que tiene el más completo botiquín de primeros auxilios para sacar del coma económico al paciente/país. Ya después habrá tiempo de pensar por dónde caminar.
Si no ocurre nada extraño, si los que advierten la inminencia de una derrota no sacan a relucir sus mañas, si los que están a punto de irse no buscan una puerta de escape antidemocrático, si nada de eso sucede, entonces el 17 de agosto los electores bolivianos darán un paso decisivo de cambio. Tuvieron que pasar casi 20 años y más de una cosa para llegar hasta aquí.