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Política | 15/07/2025   03:30

|OPINIÓN|¿Se viene el apagón de la izquierda?|Juan Pablo Guzmán|

Quizás seamos los primeros, entre Chile, Colombia y Brasil, en despachar la ineptitud contemporánea de la izquierda, o quién sabe si el populismo aún encandila a los electores.

Lula Da Silva, presidente de Brasil, y Cristina Fernández, expresidenta de Argentina, representantes de la izquierda sudamericana. Foto EFE
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Brújula Digital|15|07|25|

Juan Pablo Guzmán

Hace no muchos años, la izquierda de América Latina se retozaba feliz cuando la región se encontraba sobrepoblada de presidentes de esa tendencia, a quienes se veía seguros de haber puesto un pie y medio en el paraíso socialista. Eran los tiempos en la que los propagandistas e intelectuales que aún adoraban a Lenin y ponían velas en honor a Fidel Castro hinchaban el pecho de orgullo al ver reunidos a Miguel Díaz-Canel, Hugo Chávez (o Nicolás Maduro), Daniel Ortega, Evo Morales (o Luis Arce), Luiz Inácio Lula da Silva y Cristina Fernández (o Alberto Fernández), entre otros. 

Ese panorama podría tener un giro drástico entre 2025 y 2026, cuando se celebren elecciones en Bolivia (agosto de 2025), Chile (noviembre de 2025), Colombia (mayo de 2026) y Brasil (octubre de 2026), donde si se cumplen los primeros pronósticos asentados en análisis y encuestas esos regímenes de izquierda podrían ser relevados, resultado de gestiones marchitas. Un fenómeno que, desde luego, no llegará a las dictaduras de Cuba y Nicaragua, donde aún no existe asomo de cambio, debido al destierro de un mínimo resquicio de democracia.

Bolivia será la primera prueba electoral para la izquierda sudamericana cuando el próximo 17 de agosto la población elija entre la continuidad del populismo que ha enterrado al país en una crisis multisectorial y la renovación liberal que promete un retorno a la cordura. El grave deterioro de la economía, resultado de casi dos décadas de despilfarro y corrupción, influye en contra del populismo, aunque todavía muchos sectores de la población sienten la intuitiva obligación de identificarse con los nuevos disfraces del masismo.

En Chile, el estado de la izquierda es menos desalentador que el de Bolivia, pero, aun así, el gobierno de Gabriel Boric llegó recientemente a un 66% de desaprobación, con apenas 20% de aprobación. Sus posibles herederos políticos tienen un sesgo radical más emparentado con la izquierda “clásica”, cuestión que resta terreno a sus posibilidades de éxito electoral.

En el caso de Gustavo Petro en Colombia y  Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, es evidente el desencanto del mayoritario electorado que los llevó al gobierno, y especialmente de los jóvenes, que han puesto en jaque a sus gestiones, y amenazan con impulsar un cambio de mando a partir del 2026.

Con este panorama, la plataforma periodística Connectas afirmaba hace poco que los gobiernos de izquierda de América Latina “parecen haber fracasado en proyectar un futuro que inspire a los jóvenes, mientras se hunden en los problemas que tanto criticaron: escasos resultados económicos, baja popularidad y hasta corrupción”, para luego preguntarse si perdieron definitivamente su oportunidad histórica.

Según el venezolano José Vicente Carrasquero, consultor en opinión pública y campañas electorales,  “las expectativas fueron mucho mayores que los logros y evidentemente eso genera consecuencias en términos de lo que la gente se queda esperando que suceda, que no va a suceder”, mientras para el  sociólogo brasileño José Maurício Domingues, la izquierda está agotada porque “aprovechó el boom de las commodities, combatió ciertos aspectos muy problemáticos de la pobreza, pero no abordó la desigualdad, se involucró demasiado en corrupción y dependió en exceso de líderes supuestamente insustituibles, carismáticos, y acabó cayendo en trampas creadas por esa elección”.

Mientras Chile, Colombia y Brasil tienen un tiempo mayor de reflexión –y decisión– Bolivia se halla al borde de, quizás, la mayor de sus encrucijadas del último cuarto de siglo. Las pocas semanas que faltan antes de llegar al 17 de agosto encuentran al país en un clima de inquietud, típico de los tiempos de expectativa, pero a la vez en un estado de angustia por la crisis con la que el masismo ahogó la economía y pulverizó la fe en el presente.

Quizás seamos los primeros, entre Chile, Colombia y Brasil, en despachar la ineptitud contemporánea de la izquierda, o, en el otro lado de la disyuntiva, quién sabe si el populismo aún encandila a los electores con el fuertemente enraizado síndrome de Estocolmo.

Juan Pablo Guzmán es comunicador social.



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