La crisis actual no es como la de 2003: entonces había democracia; hoy, mafias enfrentadas por el poder. Arce y Evo no pelean por Bolivia, sino por negocios ilegales.
Brújula Digital|14|06|25|
Javier Torres Goitia
Tuve recientemente una entrevista con El Búnker el pasado 11 de junio, y quisiera dejar por escrito algunas de las ideas que expresé.
Muchos bolivianos, al ver la crisis actual, se preguntan si lo que vivimos hoy es comparable a lo ocurrido en octubre de 2003. Mi respuesta es clara: no lo es. La situación actual es completamente diferente. Aunque en la superficie pueda parecer similar –bloqueos, violencia, muertos, incertidumbre–, la esencia del conflicto y sus determinantes son profundamente distintos.
En 2003 teníamos una democracia funcional. Había separación de poderes, multipartidismo, libertad de prensa y una justicia con mandato propio. Bolivia estaba en proceso de modernización e integración al mundo. Se promovía un desarrollo económico con inversión nacional y extranjera, y existían políticas de inclusión social como el SUMI, el Bonosol y programas de desarrollo productivo en el agro.
Esa Bolivia fue golpeada por un proyecto político transnacional: el Socialismo del Siglo XXI, que ya había derrocado a Jamil Mahuad en Ecuador y a Fernando de la Rúa en Argentina. El turno en 2003 fue el de Gonzalo Sánchez de Lozada. Lo que ocurrió entonces fue una interrupción del proceso democrático, impulsada por una conjura regional y local. El Chapare y otros sectores vinculados a actividades ilícitas fueron actores clave, como lo señala Felipe Quispe en su libro La caída de Goni.
Hoy la situación es otra. No tenemos democracia ni separación de poderes. El voto universal ha sido distorsionado por la manipulación del padrón electoral. La justicia está subordinada. No hay institucionalidad, solo intereses de facciones mafiosas enfrentadas. La lucha actual no es ideológica ni política, ni tiene relación alguna con el futuro del país. Es una disputa entre bandas delincuenciales por el control del contrabando, el narcotráfico, la corrupción y sectores estratégicos como las aduanas y los hidrocarburos —estos últimos no solo fundamentales para la economía, sino también clave en la cadena de producción de cocaína.
Lo que vemos hoy es un enfrentamiento entre dos jefes de una misma organización mafiosa: Luis Arce y Evo Morales. La pelea no es por Bolivia, sino por el poder y los negocios ilegales que lo sostienen. En 2003 se usaron métodos de desestabilización violentos para tomar el poder. Hoy se repiten esos mismos métodos: bloqueos, muerte, terror. Warisata, El Alto, Chaparina, La Calancha, Sacaba, el Hotel Las Américas... la violencia sistemática es el hilo conductor del modelo político instalado desde entonces.
Surge entonces una pregunta inevitable: ¿por qué el presidente Arce no interviene el Chapare ni aprehende a los grupos irregulares y a su líder Evo Morales? ¿Acaso no es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas? ¿Y por qué Morales, si tiene el poder que dice tener, no tomó ya el control del Gobierno?
Porque –y esta es una hipótesis que considero cada vez más probable– ambos están jugando con el pueblo boliviano. Están dejando correr la violencia, incluso con muertos, para que dentro de poco tiempo, como si nada, anuncien un acuerdo de “pacificación” y presenten a un tercer actor como el “salvador” del país. Un supuesto outsider que garantice continuidad a la maquinaria del narcosocialismo del Siglo XXI y del Grupo de Puebla, con eje en Cuba, Venezuela y Brasil.
Y mientras tanto, la destrucción de Bolivia avanza. La crisis estructural, la corrupción, la decadencia ética, la pobreza y la desesperanza están siendo tapadas por un espectáculo grotesco de bloqueos y enfrentamientos.
Despertemos, bolivianos. No nos dejemos engañar otra vez. Una sola voz, una sola fuerza. El pueblo elige, no las mafias.
Javier Torres Goitia C. fue Ministro de Salud y Deportes de Bolivia entre 2002 y 2003.