El fallo “terminal” del TCP conocido este miércoles es para Morales también una suerte de sentencia para todos los que, como el expresidente, abusaron desde el poder y buscaron eternizarse en él, para los que creían que podían actuar fuera de la ley o “acomodar las leyes” según su conveniencia.
Brújula Digital|14|05|25|
Hernán Terrazas E.
Al más poderoso le llega la hora y a Evo Morales también le llegó la suya. Tal vez su apuesta era pasar a la historia en una suerte de inmolación política, un acto de renunciamiento que, por lo menos, lo reconciliara con sus bases defraudadas, pero ya no tuvo tiempo para estirar más la trama. Esta vez el Tribunal Constitucional le dijo no para siempre.
Pero el fallo “terminal” del TCP conocido este miércoles es para Morales también una suerte de sentencia para todos los que, como el expresidente, abusaron desde el poder y buscaron eternizarse en él, para los que creían que podían actuar fuera de la ley o “acomodar las leyes” según su conveniencia. Es un hasta aquí para un estilo de gobierno, para una impostura en medio de la democracia aparente.
El TCP interpeló al Movimiento al Socialismo, el partido que sirvió de escudo para que sucesivos “líderes” autoritarios hicieran lo que se les venía en gana con el Estado, para esos que quisieron someter el futuro del país a una camisa de fuerza ideológica y que heredan ahora la carga de la peor crisis de la historia.
Termina, ahora sí, un ciclo que seguramente arrastrará también a los seguidores, a los andrónicos de turno y a todo aquel que, bajo el disfraz de la inocencia o la renovación, simule un cambio de línea, de orientación ideológica, de práctica política, porque la formación de todos ellos es la misma, porque todos vienen del mismo origen y porque ninguno podrá nunca cambiar su manera de pensar.
Es el fin de un ciclo de decadencia, de crisis moral, propio de los gobiernos que extienden su permanencia más allá de lo democráticamente prudente y gracias a figuras como la de la reelección que, definitivamente, no están hechas para un país como Bolivia.
El sentido ético de gobernar se perdió en el laberinto de las ambiciones de los líderes masistas y en la naturaleza de sus atropellos. Al que se le celebra, como lo hicieron del primero al último de sus seguidores, ofender la dignidad de las mujeres y los menores, al que se le aplaude malgastar el dinero del Estado en la compra de aviones lujosos, al que se le tolera la presión y el uso de la justicia para vengarse de sus adversarios, al que le festejan las trampas, se le da carta blanca para hacer lo que se le venga en gana.
Y eso fue la Bolivia de Evo Morales, un país maniatado por los caprichos del caudillo y del partido, un país atrapado en los prejuicios y la impostura supuestamente “revolucionaria”, que limitó sus posibilidades de desarrollo, que alejó la inversión, que disimuló temporalmente la pobreza y forzó la aplicación de un modelo económico que finalmente sucumbió a los golpes de la realidad.
Sí, le llegó la hora a Evo Morales, como le llegó también la hora a Luis Arce, que apresuró su salida de la carrera electoral, sin aplausos, ni reconocimientos.
Los pasivos históricos pasan ahora a nombre de los herederos, a los que buscan ocupar el espacio vacante, a los que creen que, un nuevo disfraz es suficiente para “resetear” la historia, a los que esconden la basura debajo del tapete, mirando de reojo y con una sonrisa forzada a un país que finalmente los observa con desprecio y profundo escepticismo.
Hernán Terrazas es periodista.