Luis Arce, presidente de Bolivia, está llevando al país hacia un modelo similar al de Cuba, caracterizado por la escasez, el control estatal y la dependencia del ciudadano hacia el gobierno. Esto ha generado una crisis económica y social, con problemas como la falta de dólares, la escasez de combustible y la normalización de la decadencia.
Brújula Digital|12|03|25|
Marcelo Ugalde
Los grandes líderes sueñan con la prosperidad de sus naciones, con el avance de la libertad, con la grandeza de su pueblo y entienden el rumbo en el que marcha el mundo y la historia. Luis Arce, el burócrata sin carisma, sueña con Cuba. No con la Cuba de Martí ni la de los poetas que suspiraban por su independencia, sino con la sumisión disfrazada de revolución. Hace algunos años, no tuvo reparos en declarar su admiración por el régimen de la isla y su deseo de ver a Bolivia convertida en una versión andina de aquella utopía fallida. En su delirio, no ve la miseria de los cubanos, sino el lujo de quienes los gobiernan; no percibe el hambre, sino la comodidad de la élite que administra las miserias de esa gente. Y ahora, en el trono de un país cada vez más sometido a los caprichos de un Estado gordo y con empacho, parece que sus delirios se hacen realidad, a costa del pueblo.
Lo curioso es que su sueño ya no es solo un anhelo personal. Bolivia, poco a poco, se ha ido transformando en una caricatura de aquel régimen que tanto admira. La escasez de dólares ha puesto al país en un corralito financiero no declarado, donde el ciudadano se ve obligado a hacer malabares para acceder a las divisas. El combustible, el bien esencial para el funcionamiento de cualquier economía, se ha vuelto un lujo, obligando a la gente a formar colas interminables que recuerdan las postales de una Venezuela en crisis. Pero el problema no es solo la escasez de recursos, y la inflación que esta trae, sino la normalización de la decadencia.
Nos hemos acostumbrado a lo anormal. Hacer fila para conseguir lo básico ya no indigna, sino que se acepta con la resignación del que sabe que protestar no servirá de nada. Nos hemos vuelto creativos para sobrevivir, como los cubanos que han hecho del trueque y el mercado negro su modo de vida. Nos han arrebatado el derecho a la estabilidad sin que nos demos cuenta. El sueño de Arce se ha convertido en nuestra pesadilla, pero una pesadilla que, como en las fábulas de Orwell, nos enseñan a considerar que es un “sacrificio noble”, un paso más en la supuesta construcción de un “modelo superior” que nunca llegará.
Hay quienes creen que este desastre es fruto de la ineptitud. Otros, que otorgan más virtud, piensan que es un plan meticulosamente diseñado para quebrar la autonomía y la voluntad de los ciudadanos y hacerlos dependientes del Estado. Tal vez sea una combinación de ambas, pero, ¿importa realmente cuál de las dos es? Al final, el resultado es el mismo, y es que Bolivia se hunde en un régimen burocrático, una telaraña de controles sin sentido y carencias que tienen poco de idealismo y mucho de tiranía.
Y mientras el país sigue descendiendo por este tobogán de crisis, Arce sonríe satisfecho. Porque queriendo, sin querer o “Sin querer queriendo”, su sueño se está cumpliendo. El sueño de un puñado a costa de la pesadilla de millones.
Marcelo Ugalde Castrillo es político y empresario.