Brújula Digital|02|01|24|
H. C. F. Mansilla
Siendo generosos, podemos suponer que unas 10.000 personas leen diariamente Brújula Digital y otros periódicos de orientación similar. Siendo aún más generosos, podríamos pensar que unos 100.000 lectores en el país comparten las ideas centrales que irradian estos órganos de comunicación. Es menos del 1% de la población boliviana de 11 millones y fracción. Esta cifra, que parece anodina, nos brinda un primer acercamiento a cuestiones vitales hoy en día: ¿Por qué la protección del medio ambiente goza de poca popularidad? ¿Por qué es tan escasa la utilización de criterios racionales en la vida pública? ¿A qué se debe la importancia reiterativa del caudillismo? ¿A qué se debe la indiferencia masiva ante los fenómenos de burocratización y tramitología?
Una primera respuesta nos sugiere que la racionalidad sociopolítica, el respeto efectivo a los ecosistemas naturales y el aprecio positivo en favor de una democracia pluralista moderna representan valores que solo son cultivados por ese 1% de los habitantes del país que lee constantemente los pocos periódicos serios que quedan en Bolivia.
Esta situación exige una reflexión de largo aliento, un bien muy escaso en una sociedad que promueve pensamientos y acciones de corto plazo. Esta aseveración puede probarse, entre otros casos, por la actitud práctico-política de muy diferentes sectores sociales. Los empresarios privados, los gerentes del agronegocio, los grupos de colonizadores (“los hermanos interculturales”), las distintas asociaciones de campesinos, los cocaleros, los mineros del oro en los ríos tropicales, todos los partidos de izquierda, los intelectuales progresistas y hasta los indianistas, no se han pronunciado acerca de los inmensos incendios de los bosques en el Oriente boliviano. Este silencio cómplice concuerda con la probable opinión de la mayoría de la población: se trataría de un problema menor ante la urgencia del objetivo mayor: la expansión de la frontera agrícola. En general un terreno cubierto de cemento es visto como algo mucho más valioso que una superficie que conserva su manto vegetal.
Uno de los problemas del presente es cómo modificar esa poderosa mentalidad predominante que impide el ingreso de la sociedad boliviana a una modernidad racionalista y a una cultura política democrática, tolerante y pluralista. Nuestros pensadores progresistas más importantes han promovido, en cambio, la adoración de lo nacional-popular, el apoyo a líderes carismáticos, la rehabilitación de los prejuicios colectivos, la consolidación de una cultura política autoritaria y una mentalidad orgullosamente provinciana y pueblerina, que en el campo político exhibe rasgos de marcado infantilismo.
Muchas personalidades de los medios masivos de comunicación prestan su aporte a la manipulación de un público mal informado y por ello maleable de acuerdo a los intereses de aquellos que hablan desde arriba. Recién ahora algunos intelectuales cercanos al MAS reconocen tibiamente unos pocos errores menores en la actuación contemporánea del MAS. Con falsa ingenuidad y haciendo gala de una pretendida superioridad moral, estos intelectuales afirman que algunos dirigentes del MAS se habrían convertido en los últimos años en personajes cómicos y despreciables, en “arlequines y bufones” de la escena pública, cuando en realidad –con algunas notables excepciones– han sido desde un principio oportunistas normales y corrientes, consagrados al objetivo habitual y primordial de los políticos desde épocas inmemoriales: la consecución de dinero y poder. También los dirigentes políticos de la oposición –con algunas excepciones– comparten esas características de comportamiento, pues casi todos ellos provienen de una base cultural común.
Son los intelectuales izquierdistas, que jamás han conocido el principio de la autocrítica, los que impiden la formación de una mentalidad colectiva tolerante, pluralista, abierta a una democracia moderna, mediante sus actividades oscurantistas y por medio del fomento de cualquier moda cultural, frívola y superficial, que tenga el aura de la progresividad. Son los mismos que desprecian la ciencia como una “mera máscara del poder”, aquellos que en la tradición postmodernista rechazan todo intento serio de objetividad y que hipócritamente afirman que “el poder es la raíz de todos los males”. Esta posición, ingenua e infantil, se combina muy bien con el goce práctico e intenso que confieren los altos puestos estatales.
Así es como estos señores hacen alguna alusión ocasional al mundo exterior. Candorosamente creen en la suprema conveniencia del principio táctico: Los enemigos de nuestros enemigos son nuestros amigos. A estos últimos atribuyen una serie de virtudes positivas: antiimperialismo, antioccidentalismo, antirracionalismo. Sin saber mucho (y sin querer enterarse de los detalles desagradables), apoyan vigorosamente el llamado “Club de los Sátrapas” (Rusia, China, Irán y Corea del Norte). Y exaltan a la categoría de lo ejemplar a los aliados latinoamericanos de este grupo, que conforman el “Club de los Mediocres” (Cuba, Venezuela y Nicaragua). Estos últimos se consagran con envidiable ímpetu a explotar a sus propios pueblos de la manera más inmisericorde, pese a la permanente crisis económica causada por ellos mismos. Nuestros intelectuales jamás se han apiadado del sufrimiento de estos pueblos, así como les es indiferente la pérdida de tiempo, dinero y dignidad que conlleva todo roce con el sistema judicial, la burocracia y la tramitología del propio país.
No todo está perdido, sin embargo. La historia universal nos muestra que el pasado de una nación, por más negativo que fuere, no determina obligatoriamente el futuro de la misma. La educación racionalista, la mejora institucional de las estructuras estatales, los contactos con el exterior y los esfuerzos silenciosos de autores críticos de alta calidad, constituyen factores que paulatinamente y a largo plazo pueden modificar la mentalidad de la nación. Aquí es imprescindible señalar la labor perseverante de aquellos columnistas incómodos de la prensa boliviana, que ostentan una excelente calidad intelectual a nivel latinoamericano. Son aquellos que trascienden el plano de la mera coyuntura cotidiana y que nos muestran los aspectos profundos de la economía, la historia, la cultura popular y la necesidad de una convivencia pacífica: Alfonso Gumucio, Eduardo Leaño, Gonzalo Mendieta, Juan Antonio Morales, Jorge Patiño, Pedro Portugal y Francesco Zaratti.
Lamentablemente solo el mencionado 1% de la población lee y tal vez comparte las ideas de estos escritores. Por ello, a corto plazo, hay que esperar lo siguiente: en 2025 volverán a arder millones de hectáreas del manto vegetal en las tierras del Oriente, ante la indiferencia de la mayoría de los bolivianos; seguiremos soportando sin cambios la mediocridad de las élites políticas; y la burocracia estatal continuará generando la irracionalidad que le es propia.
H. C. F. Mansilla es filósofo y politólogo.