Brújula Digital|14|09|24|
Daniela Leytón Michovich
Fujimori ha muerto y la estela de nostalgia que se respira en el centro de Lima es notoria. Se declaró duelo nacional y las palabras generosas hacia el exmandatario se hacen presentes en los medios, a veces con un halo de romantización y alguna que otra crítica recatada; total, la muerte tiene esa extraña virtud de limpiar de culpa o santificar a cualquiera.
Lo cierto es que de forma astuta, Fujimori fue el patriarca de un movimiento neoliberal basado en fujishocks, el disfraz de la “democracia”, el desplazamiento de las viejas élites, la instalación del autoritarismo, las alianzas con las iglesias, el populismo en ruedas de tractor y los escombros de la institucionalidad peruana.
Es indudable que la estrategia Fujimorista mostró su eficacia en la extensión del poder a sus herederos Kenji y Keiko, sobre todo en la réplica de algunas mañas políticas de ésta última. La aprendiz no pudo jamás igualar la escala de convocatoria de su padre. Ahora bien, queda la duda de si la partida del patriarca acelerará la fragmentación de los seguidores, considerando los múltiples enfrentamientos que en el pasado protagonizaron sus dos hijos, ambos con sed presidencial, ambos con hambre de poder.
Honrarlo ahora resuelve de forma suficiente e instintiva la incomodidad cognitiva de la nación peruana, esa sensación extraña producto de experimentar creencias y valores contradictorios, esa idea de verlo como un salvador y al mismo tiempo esconder en lo más profundo o silenciar todas las vulneraciones a los derechos humanos o los escándalos de los Vladimiro-maletines como si se tratasen de un costo social inevitable.
La lucha por la memoria será otro reto ¿Qué interpretación de la historia será ofrecida a las nuevas generaciones de peruanos? Superada la disonancia, tal vez sea una oportunidad para una reflexión crítica, siempre y cuando la poderosa injerencia, sobre todo, de los keikistas no imponga la reproducción de otras narrativas.
De todas maneras, existen jardines con piedras esculpidas con todos nombres de las víctimas del Fujimorato, que a diferencia de las flores que rodean hoy la tumba del exmandatario, tienen aún la fuerza para recordar la impunidad, más allá de los tres días de duelo en los que esas flores que hoy rodean la tumba estarán marchitas y que esperamos también entierren ese síndrome de nostalgia autoritaria que enrarece el aire del Perú.