Brújula Digital|11|09|24|
H. C. F. Mansilla
En junio de 1943 un golpe de Estado militar destituyó al presidente constitucional Ramón Castillo e inauguró 80 años de populismo autoritario en Argentina. Así se dio fin abruptamente a 81 años de gobiernos democrático-liberales (1862-1943), que significaron prosperidad económica, educación gratuita y laica y mentalidad cosmopolita para la región del Plata, una época que fue iniciada por los prohombres de la modernidad argentina, los presidentes Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás Avellaneda.
El gran favorecido por el golpe –que dejó decenas de muertos y el fin del Estado de derecho– fue el entonces coronel Juan Domingo Perón, quien supo conferir al régimen un halo de nacionalismo antielitario y de apoyo al movimiento sindical. Esto caló profundamente en las clases subalternas y en todos los sectores sociales con un nivel educativo relativamente bajo. La contraparte inevitable fue la propensión a identificarse fácilmente con gobernantes inescrupulosos, pero carismáticos y astutos.
Desde un primer momento el Gobierno militar practicó una política educativa muy conservadora, cercana a las posiciones más retrógradas de la Iglesia católica. No es sorprendente que décadas más tarde los grupos guerrilleros afines al peronismo –como los Montoneros– hayan sido favorables a una mentalidad antipluralista, anticosmopolita, antidemocrática y dogmáticamente antiliberal, valores de orientación que los círculos eclesiásticos y los gobernantes peronistas cultivaron sistemáticamente desde un comienzo.
El resultado general es hoy en día una sociedad argentina acostumbrada al espectáculo llamativo, pero de baja calidad intelectual y estética; un orden social que se deja impresionar fácilmente por los efectos circenses y por los políticos carismáticos. Lamentablemente el gobierno de Javier Milei, inaugurado en diciembre de 2023, reproduce algunas de estas prácticas. Su principal mérito es haber cortado algunas alas (sólo algunas) al movimiento sindicalmafioso y a las inclinaciones despóticas del peronismo.
Pero el accionar cotidiano del gobierno mileísta no es realmente liberal y democrático, como lo explica el historiador Loris Zanatta, el notable representante del liberalismo en las ciencias sociales italianas. Similar al peronismo, este régimen ha resultado ser autoritario, caudillista y mesiánico, proclamando confusamente a Dios, patria y familia como sus valores rectores. Zanatta dice que actualmente el peronismo se renueva como un sistema flexible de normas, creencias y costumbres en el seno de numerosos sectores sociales y agrupaciones políticas, así como ya lo hizo exitosamente en la cultura popular y en el ámbito del espectáculo y la diversión. El resultado es el viejo orden de jerarquías naturales, como también lo proclama Milei. Las reformas liberales en el campo económico no llegan a modificar la mentalidad colectiva argentina, donde persiste la influencia peronista.
Javier Milei y su gente cultivan la grosería conductual y la violencia moral que el peronismo implantó en ese país. Él y sus colaboradores no promueven los valores de la Ilustración liberal y la doctrina de los padres fundadores Mitre y Sarmiento. Ellos se aferran torpemente a algunos de los lineamientos de la Escuela Austriaca, sobre todo a las semiverdades que difunden los simplificadores de esta corriente.
Este tema argentino nos obliga a observar un desarrollo planetario de elementos parecidos: la desdicha contemporánea: la estulticia colectiva en medio del esplendor científico-tecnológico. El historiador alemán-norteamericano Yascha Mounk (en su libro: El pueblo contra la democracia, 2023) afirma que el mundo contemporáneo fomenta una mentalidad política de rasgos infantilistas, muy proclive al caudillismo convencional, el cual sabe manejar las técnicas de la seducción masiva. A nivel global adultos y jóvenes desprecian los argumentos racionales y los matices que cada situación lleva consigo, favoreciendo las simplificaciones que propagan aquellos dirigentes que prometen soluciones rápidas y fáciles. También los partidos izquierdistas y las agrupaciones progresistas se consagran a socavar las instituciones del Estado de derecho y la democracia pluralista mediante su obsesión por irracionales “temas líquidos”, como dice Mounk, los cuales en el largo plazo tendrán poca significación, pero que ahora encandilan a dilatados sectores juveniles.
En una palabra: estamos sin remedio ante el fenómeno de una amplia decadencia política y cultural de proporciones inauditas.
H. C. F. Mansilla es PhD en filosofía y ciencias políticas.