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Política | 12/09/2024

|ANÁLISIS|Evo y Arce, los amnésicos en el paraíso perdido|Hernán Terrazas E.|

 |ANÁLISIS|Evo y Arce, los amnésicos en el paraíso perdido|Hernán Terrazas E.|

Brújula Digital|12|09|24|

Hernán Terrazas

Mientras uno desconoce quién es, el otro deliberadamente se olvida de quién fue. Es lo que pasa con el presidente Luis Arce y el expresidente Evo Morales. La pelea los ha llevado a una crisis de identidad o, más bien existencial.  Ambos padecen una misteriosa amnesia, cuyo origen tiene que ver con el virus del poder y que seguramente los lleva a preguntarse con frecuencia: ¿quién soy?

Arce no recuerda que fue ministro y que, mientras él despachaba desde las oficinas ubicadas en una oficina con alfombras persas en el penthouse del edificio que mandó a construir, Bolivia había comenzado a perder protagonismo en el mercado regional del gas debido, precisamente, a las medidas adoptadas por el gobierno del que formaba parte e impulsadas por el presidente –Morales– que le había dado la oportunidad de tener un ascenso inesperado en su carrera profesional.

Los ministros de Economía, en Bolivia y en cualquier parte del mundo, son los jefes del gabinete económico y por sus manos pasa toda decisión que tenga que ver con los ingresos o los gastos del país. Es más, incluso los decretos directa o indirectamente relacionados con asuntos de recursos necesariamente deben contar con su “bendición”.  Es decir que, durante los 12 años que fue ministro, Luis Arce supo todo lo que se hizo y estaba perfectamente consciente también de lo que no se hizo y que hoy cuestiona.

Si se analiza con detenimiento la evolución económica del país en la última década, podrá advertirse que los problemas comenzaron a partir de 2015, cuando los datos de crecimiento del PIB, si bien todavía altos, comenzaron a caer. Ya se sabía, desde entonces, que había problemas en el sector hidrocarburos, que las reservas tendían a desaparecer y que no había recursos para la exploración, ni inversión extranjera interesada en llegar a un sector agobiado por la demagogia antitransnacional.

Sobre el escritorio del entonces ministro las señales de alarma debieron ser muy claras, pero como la plata todavía fluía y las reservas estaban en su tope, era más fácil mirar hacia otro lado y disfrutar de la vista que ofrecían los ventanales de las lujosas oficinas del ministro en la Avenida Mariscal Santa Cruz de La Paz, desde las que se observaba allí abajo, diminutos y apresurados, a los habitantes de un país supuestamente próspero, en el que se había producido el “milagro” envidiado por los vecinos regionales.

Todavía estaba lejos el infierno tan temido e incluso los cálculos –más políticos que técnicos– daban para pensar en dobles aguinaldos, en aviones de lujo y helicópteros para Su Excelencia y hasta en edificios concebidos únicamente para demostrar que “aquí se hacía lo que el Jefazo decía”.

Pero, Luis Arce no recuerda o no quiere recordar nada de eso.

La falta de memoria suele ser contagiosa cuando del virus del poder se trata. Quizá por eso el propio Evo Morales no sabe lo que hizo cuando fue presidente y ahora se estrella contra las medidas que él mismo impulsó.

Evo, el defensor de la subvención de los combustibles ahora dice que es el cáncer de la economía, el enemigo acérrimo de los organismos internacionales se ofrece ahora como interlocutor válido, el autor de normas que permitieron avasallar y quemar tierras en el oriente, él mismo parte responsable de los incendios de 2019, ahora apunta con el dedo a otros, uno de los mayores perseguidores de la historia ahora denuncia que es perseguido, el victimario devenido convenientemente en víctima.

Ninguno, ni Arce, ni Morales, se hace cargo de lo que hizo o dejó de hacer, y ambos se presentan ante la tribuna como si fueran una versión “modernizada” de lo que fueron o, tal vez, como la versión, más bien grotesca, de lo que podría llamarse el “liderazgo izquierdista en crisis”, en el que la culpa no es de las ideas que estuvieron detrás del desastre, sino de los ejecutores de la partitura. La batalla entre el “cuando yo estaba, todo iba bien” y el “si no te hubieras derechizado nada de esto hubiera pasado”.

Los amnésicos hablan del pasado con cierto desprecio, como algo ajeno o simplemente como un recuerdo borroso en el que no aparecen del todo o, si lo hacen, es en la fugacidad de la alegría de otros tiempos. Los amigos ya no se reconocen, ni quieren saber el uno del otro: ¿Quién soy? ¿Quién eres? ¿Dónde quedó el paraíso?

Hernán Terrazas es periodista.



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