Todo ello ha significado un profundo drama para el pueblo venezolano, la víctima más directa y real de cualquier balance objetivo de la devastación económica e institucional producida por el régimen chavista en sus dos décadas de existencia. No por nada, está visto, cerca de cuatro millones de venezolanos han escapado ya de su país en los últimos tres años de descalabro. No por nada, se ve, las marchas movilizadas de la ciudadanía venezolana exigiendo la renuncia del Nicolás Maduro a la presidencia y la caída del régimen chavista se agigantan más y más cada día, pese a los riesgos de muerte y encarcelamiento que la masa popular así movilizada corre en cada una de las marchas y demostraciones que realiza.
Pero otra víctima del chavismo del Siglo XXI tanto en Venezuela, como en Nicaragua y también en Bolivia, es poco destacada en la mayoría de los análisis en boga sobre estos países. Esa víctima no es otra que el propio socialismo, un ideal de construcción social y humana cuyo desprestigio ha alcanzado niveles nunca antes vistos en América Latina gracias a los usos y abusos del término por parte de los regímenes chavistas en la región para autodefinirse a sí mismos.
El socialismo –una agenda de transformaciones societales fundada en el ideal de la igualdad económica y contra la explotación económica de unos grupos humanos por otros– ha sido hecho añicos en América Latina, y en parte en el mundo por el efecto combinado de los desgobiernos de Chávez y Maduro, Evo Morales y Daniel Ortega en sus sendos países. Al confundirse y diluirse en la prepotente trama de un autoritarismo y una corrupción sin frenos, el “socialismo” hoy es concebido por gigantes números de las poblaciones en el subcontinente como sinónimo de las peores lacras políticas y sociales imaginables.
El daño hecho al socialismo por los regímenes del chavismo del siglo XXI en la región sólo es comparable al daño hecho a la democracia en la región a lo largo de buena parte del siglo XX por los diversos gobiernos del imperialismo norteamericano que, a nombre de la “democracia”, no titubearon innumerables veces en invadir e intervenir en América Latina cuando sus intereses así lo demandaban.
Como se sabe, Estados Unidos se impuso a nombre de la “democracia” múltiples veces en América Latina en el siglo pasado, auspiciando atroces dictaduras militares y corruptos regímenes civiles apuntalados por la tortura, la represión y la persecución militar y policial de quienes se animaban a cuestionar el abuso imperial del vecino del norte y de sus subordinados gobiernos de turno en la región.
Si en América Latina en el siglo XX se persiguió y reprimió a la ciudadanía a nombre de la “democracia”, hoy en los comienzos del siglo XXI en Venezuela, Nicaragua y Bolivia abyectos regímenes reprimen y persiguen –militar, policial y/o judicialmente– a la ciudadanía a nombre del “socialismo”. En el proceso, esas dos palabras desgarradas y abusadas, ultrajadas y dañadas, han podido sufrir tales desprestigios políticos epocales que alguien habrá podido creer que pasarían algún momento a ser erradicadas del vocabulario de los ideales políticos de la humanidad moderna.
Pero nada es tan simple. Las palabras “democracia” y “socialismo” persisten, sin embargo y a pesar de todo, como nociones de sentido que orientan los ideales de justicia y libertad de la humanidad. No solamente sobreviven, con suficiente vigor, los viejos socialismos democráticos del reformismo europeo y latinoamericano moderno.
Desde el mismo socialismo democrático crítico en América latina ya ha emergido un suficientemente crudo y descarnado cuestionamiento al autoritarismo oligárquico del chavismo del siglo XXI presente en Venezuela, Nicaragua y Bolivia en tanto pulsión estructural de enriquecimiento ilícito y corrupto de grupos que se revelan, al final del día, como delincuenciales y hampones.
Qué estos grupos hayan asaltado el poder gubernamental en sus
respectivos países es parte de la por lo visto difícilmente evitable trágica
historia de la humanidad. Que estos grupos están condenados a desplomarse y ser
despedazados por la fuerza de las masas que se movilizan y arremolinan contra
ellos es, también, por lo visto, parte de los eternos retornos de la historia,
un flujo de tiempos entrecruzados y diferentes que nunca se detiene. Que viva
el pueblo de Venezuela, hay que gritarlo. Y paz a las mujeres y los hombres que
han dado su vida por la democracia que ese país hermano se merece cuanto antes.
Ricardo Calla Ortega es sociólogo.
@brjula.digital.bo