La historia de Luis Iturralde Levy es la del romance entre el occidente y el oriente boliviano; es la historia de la fascinación de los bolivianos de la zona andina que descubrieron el oriente durante la Guerra del Chaco. Fascinación especialmente por su gente, sus industriosas mujeres, en un enclave donde aún quedaban vestigios del castellano de Cervantes y se vivía un aire bucólico de señorío, romance y tradición.
Pero en el caso de Luis Iturralde Levy se da el encuentro de dos mundos dramáticamente opuestos, el de la Europa de la Belle Époque de principios del siglo 20, al que él pertenecía, con el del oriente boliviano profundo y casi incógnito, de una región aislada no sólo del resto del país, sino del mundo moderno. Una comunidad impoluta, de valores cristianos acervados, de una extraordinaria cohesión social y sentido de pertenencia, donde la gente valía por lo que era, no por lo que tenía.
Iturralde fue el fundador, en los años 30, del primer ingenio azucarero de Bolivia, La Esperanza. Con su obra, Luis Iturralde Levy equivale en Bolivia al Ferdinand de Lesseps que edificó el Canal de Suez y luego se embarcó en la construcción inconclusa del Canal de Panamá.
Lesseps e Iturralde, ambos franceses, de similar ambición de aventura y un optimismo sin límite, tenían total prescindencia de racionalidad respecto a los riesgos y magnitud de las obras que emprendían. Ambos fracasaron en concluirlas, pero fueron pioneros en dar un salto infinito hacia el progreso y abrir el sendero que seguirían otros tras sus huellas. Ambos empeñaron sus vidas y haciendas por avanzar en su épico propósito. Pioneros por antonomasia.
Don Luis descubrió Santa Cruz a través de su amigo “Lole” Romero, que se convertiría en cuñado suyo al casarse con la hermana mayor de Dorita Moreno, su futura esposa. Ella le abrió a Don Luis las puertas a su extendida familia, típico clan de fuertes lazos filiales que fueron el sostén de los años más felices de la pareja, en medio de enormes dificultades y desafíos.
Lo imagino cabalgando solo de noche por las llanuras infinitas para llevar el dinero de los salarios de sus trabajadores, o subido en la carrocería de un camión trasladando a su joven esposa, entre La Esperanza y Santa Cruz, con dolores de parto, a dar a luz en la ciudad, distante a solo 70 kilómetros, pero a 14 horas de un viaje infernal por sendas y lodazales que hundían al vehículo hasta los ejes.
Este hombre culto y acaudalado ya en su tercera década de vida, acostumbrado a la comodidad europea, se encontraba en la selva oriental luchando prácticamente solo contra los elementos y aquellos que quisieron aprovechar su esfuerzo, perseverancia y sacrificio para quedarse con su obra, o destruirla.
Su vida fue fascinante. No sólo fue un pionero industrial, sino un civilizador. Trajo cultura y costumbres modernas a un medio aún parroquial y campestre, aunque encantador. Fue ejemplo de civilidad y refinamiento no sólo para su entorno familiar, sino para quienes trabajaron para él, a quienes trataba con respeto y deferencia, y de alguna forma también para los casi cinco mil habitantes que poblaron La Esperanza.
La pica que él plantó en esa lejana tierra abrió paso a otras industrias que aprovecharon su experiencia para imitar o evitar errores de la misma. Ingenios azucareros como La Bélgica, Guabirá y San Aurelio, que subsisten hasta hoy, se beneficiaron del esfuerzo, la imaginación y el valor de Don Luis. Mi propia familia hizo también la peregrinación al oriente, al cultivo del algodón, empresa en la que heredamos al piloto y al chofer de La Esperanza y, allí en Santa Cruz, se asentaron para siempre mis padres.
Pero además de impulsar la agroindustria, Don Luis creó la empresa Soconal Ltda., pionera también en la construcción de decenas de edificios en La Paz, muchos de ellos emblemáticos. Por ello me tocó como alcalde condecorarlo, en 1989, con el Escudo de Armas de La Paz, por su obra precursora en el desarrollo urbano de la ciudad, a lo largo de más de medio siglo.
Pionero es aquel que carga primero con el mayor peso de su empeño, frecuentemente sacrificando su patrimonio, su familia y hasta su vida. Quienes vienen por detrás frecuentemente olvidan a quienes abrieron el camino e hicieron posible el progreso y sus éxitos. Don Luis Iturralde es un pionero excelso de la “marcha al oriente”, que ha sido el sueño boliviano del siglo 20.
(Este texto fue escrito en 2019 cuando tuve en mis manos el manuscrito del libro “Historia de un pionero”, sobre la vida de Don Luis, cuya presentación está pendiente).
*Ronald MacLean Abaroa fue alcalde de La Paz