Ingrato se hace el recorrido por los medios de comunicación y las redes sociales de quienes se interesan por lo que está sucediendo y recolectan información para saber dónde están parados. Para comprender su mundo. Dentro de él, su país. El nuestro. El que en 2025 cumplirá sus 200 años de fundación en un estado calamitoso como nunca se pensó se encontraría. Menos después del auge de los precios de las materias primas que ocasionó el ingreso de ingentes recursos económicos y financieros de una dimensión no vista antes en Bolivia desde 2006.
Los datos verificados a través de distintas versiones y la pesquisa de la credibilidad de sus fuentes para no caer en el engaño, prueban que se trata de una situación deplorable en extremo, con clara e irrefrenable tendencia a empeorar: elevación de precios en general, escasez de dólares y corralito bancario, escasez de combustibles, desaparición de bienes, cierre de empresas, desempleo, incendios forestales, contaminación de las aguas por efecto de la minería del oro, desaparición de personas, inseguridad ciudadana, contrabando, corrupción, abusos e ilegalidades. Con centralismo secante, sin independencia de poderes, con elecciones fraudulentas y fiscales y jueces incompetentes y venales. Con pocos atisbos de esperanza. Motivos suficientes para resistir y actuar, desde un diagnóstico objetivo y fundado que identifique el problema fundamental a solucionar.
En este caso, ese problema es el masismo, llegado al poder sobre la base de la perversión de la verdad histórica y del desprestigio del sistema político democrático. Sí, el masismo, esa expresión boliviana del modelo totalitario delincuencial encarnado en el bloque antioccidental a cuya cabeza se encuentran Rusia, China, Irán y Corea del Norte; contando entre sus integrantes en Hispanoamérica con Cuba, Venezuela, Nicaragua, México, Bolivia, Brasil y Colombia. Con Argentina hasta diciembre de 2023 y con dudas Chile dada su actuación inesperada respecto de la crisis venezolana después del 28 de julio pasado.
Ese modelo se sintetiza en la captura del poder por una cúpula que se enriquece ilegal e ilegítimamente a la par que empobrece a la población a través de medidas que combinan el despilfarro, la improvisación, el endeudamiento, la corrupción y las restricciones sistemáticas a la iniciativa privada. Estatista secante, rentista y depredador, corrupto y abusivo, ilegal y sin institucionalidad alguna, sostiene el crecimiento de la criminalidad transnacional, transversal del bloque antioccidental. Se alimenta de las imposturas y los discursos de resentimiento y división. En tal contexto, la gente es condenada a una subsistencia cada vez más miserable, quedándole como opción la emigración, con una mano adelante y otra atrás por la imposibilidad actual de sacar su dinero de los bancos. Así, la nueva oligarquía delincuencial facilita su estrategia de opresión, alimentándose de las imposturas y los discursos de resentimiento y división.
El masismo no se trata de una ideología ni de un proyecto de país. Como bien se dice, es un modus operandi, de manera que no tiene relevancia alguna dilucidar si está dividido o todo se reduce a un guion destinado a “marear la perdiz”, pues sea como fuera, sin excepción son lo mismo: coautores, cómplices y encubridores de los estropicios, diestros en la mentira y sin escrúpulos morales. Todos, el fugado amenazando eternamente, su exministro estrella balbuceando sin convicción alguna, el sumo sacerdote ancestral desaparecido del mapa y sus patéticos voceros, viejos y jóvenes, son corresponsables del desastre y comparten la misma visión. Por tanto, en ninguno se debe tener la mínima confianza. Ellos sólo garantizan el hundimiento definitivo del país con la profundización del modelo fallido del socialismo del siglo XXI. No en vano el tirano venezolano les instruyó a los masistas en una reunión realizada en Caracas en abril de este año, que de una vez apliquen el modelo completo para convertir al país en otro infierno de miseria y opresión como Cuba y Venezuela.
Siendo ese el eje central del diagnóstico, el objetivo está diseñado: quitarle el poder al masismo, llámese lo que se llame su candidato. Desafío mayor para los políticos democráticos y para la ciudadanía. Sobre los primeros, no tenemos control. Habrá que confiar en un ataque simultáneo de sensatez que les haga abrir los ojos. En cuanto a la ciudadanía, hará lo que sabe hacer, sin rendirse ni cansarse: defender la democracia cuidando los votos, pese al mecanismo de fraude, para desmantelar el modelo totalitario fallido y construir un país renovado de encuentro entre regiones y culturas, con igualdad jurídica y estado de derecho. Donde la juventud pueda trabajar y desarrollar sus iniciativas con creatividad, aprovechando las ventajas de los avances tecnológicos, bajo una concepción amigable con el medio ambiente. Donde todos puedan satisfacer sus necesidades y darse sus gustos haciendo al mismo tiempo grande a Bolivia. Y esto exige lo que el masismo nos niega: LIBERTAD. ¡A por ella!